Llevo cuatro años casada y, durante todo este tiempo, mi marido ha sido un compañero perfecto. Ni siquiera recuerdo una discusión seria entre nosotros.
Últimamente, hablamos de tener un bebé. Lo intentamos, lo planeamos, pero de momento, nada. El problema es mi desequilibrio hormonal, pero mi marido nunca me ha reprochado nada. Hemos hablado de que, si no podemos tener hijos biológicos, siempre queda la opción de adoptar.
Pensaba que teníamos una familia casi perfecta, aunque quizá faltaba un poco de pasión en la relación. Casi, casi ideal.
Tengo una buena amiga, Soledad, que aún no tiene familia, así que pasamos mucho tiempo juntas. Solemos ir de compras por el centro de Madrid. Es guapa, va al gimnasio a menudo y tiene un buen sueldo. Mi marido también la conoce porque van al mismo gimnasio, aunque no coinciden mucho porque sus horarios son distintos.
No soy celosa y siempre he confiado en mi marido… hasta aquel día. Cuando él estaba a punto de volver del gimnasio, salí a comprar pan para la cena. Y entre los pasillos del supermercado, me encontré con una escena desagradable: mi marido no solo coqueteaba con Soledad, sino que la tenía medio abrazada. Al verme, se separaron como si les hubiera picado una avispa, pero ya había visto suficiente. Me eché a llorar y salí corriendo. Mi marido me siguió.
En la calle, me juró que no la había abrazado, que solo estaban muy cerca y que me lo había imaginado. Lo explicó con tanta convicción que casi me lo creo… pero no del todo.
Al llegar a casa, hice la maleta y me fui a casa de mis padres. No les dije nada—tienen mucho carácter, y mi padre seguro que iba a buscar explicaciones. Ahora estoy aquí, intentando decidir qué hacer. No hay un motivo de peso para el divorcio, pero tampoco puedo decir con seguridad que siga enamorada de él. Soledad también me llama, pero no tengo ganas de hablar con ella. ¿Quién sabe qué dirá? Si empieza con que todo fue cosa de mi imaginación, me da que la cosa empeorará. Ya no confío en ella. Igual solo quiere quedar bien.