Demostraré que puedo sola

Lo demostraré: puedo vivir sin él

Cuando mi marido, Javier, me escupió esas palabras: “Lucía, yo sin ti puedo, pero tú sin mí no”, sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. No era solo dolor, era un desafío lanzado directo al alma. ¿Cree que soy débil, que sin él me derrumbaré? Pues que espere y vea. Ese día decidí que ya no sería su sombra. Conseguí un trabajo a media jornada, para reconstruir mi vida lejos de su “protección”. Que sepa que no solo sobreviviré, sino que seré más fuerte de lo que jamás imaginó.

Llevamos ocho años casados. Siempre fue el “jefe” de la casa: él ganaba el dinero, decidía todo, me decía qué hacer. Trabajaba como recepcionista en una peluquería, pero al casarse insistió en que lo dejara: “Lucía, ¿para qué vas a matarte? Yo me encargo”. Accedí, pensando que era amor. Con el tiempo entendí que era control. Él elegía mi ropa, mis amistades, incluso cómo cocinaba la cena. Me convertí en una ama de casa que vivía por su aprobación. Y entonces, tras otra discusión, soltó: “Sin mí no eres nada”. Quemaban más que el aceite hirviendo.

Todo empezó por una tontería: quería pasar el fin de semana con mi amiga Sonia, pero él se negó: “Tienes que estar en casa, Lucía, ¿quién hará la cena?”. Me rebelé: “Javier, ¡no soy tu criada!”. Entonces pronunció esa frase. Me quedé petrificada, mientras él se marchaba como si nada. Pero para mí fue un punto de inflexión. Pasé la noche en vilo, dudando. ¿Tenía razón? ¿Realmente no podría sin él? Hasta que la rabia brotó. No, Javier, te equivocas, y te lo demostraré.

Al día siguiente, actué. Llamé a Sonia, que trabaja en una cafetería, y le pregunté si necesitaban a alguien. Se sorprendió: “Lucía, ¡si no trabajas desde hace años! ¿Por qué?”. Contesté: “Para probar que puedo”. En una semana, era camarera a media jornada. El trabajo no era glamuroso: cargar bandejas, aguantar clientes malhumorados… pero era mi dinero, mi independencia. Cuando cobré mi primer sueldo, aunque pequeño, casi lloré de orgullo. ¡Yo, Lucía, la que “no servía para nada”, había ganado mi propio dinero!

Javier, al enterarse, se rió: “¿Y qué, ahora vas a servir cafés? Qué patético”. ¿Patético? Sonreí: “Veremos quién se ríe al final”. Pensó que lo dejaría en una semana, pero aquí sigo. El trabajo es agotador, pero cada día me siento más fuerte. Empecé a ahorrar, poco, pero es mi “fondo de libertad”. Planeo apuntarme a cursos, quizá de manicura o contabilidad. No lo tengo claro, pero sé una cosa: no volveré a ser quien él decida.

Mi madre, al saberlo, suspiró: “Lucía, ¿para qué tanto drama? Habla con Javier, arregladlo”. ¿Arreglarlo? ¡No quiero arreglar algo que me convierte en nadie! Sonia, en cambio, me animó: “¡Bravo, Lucía! ¡Que vea que no eres su muñeca!”. Sus palabras me dieron fuerzas. Aunque, a veces, dudo. Cuando vuelvo agotada y Javier guarda silencio, pienso: ¿y si tiene razón? ¿Si no puedo sola? Pero entonces recuerdo sus palabras y sé que debo seguir. No por él, sino por mí.

Han pasado dos meses y ya veo cambios. Adelgacé porque ya no como por aburrimiento. Aprendí a decir “no”, a los clientes y a Javier. Cuando exigió: “Lucía, haz la cena, tengo hambre”, respondí: “Llego del trabajo, pidamos pizza”. Se quedó mudo. Empieza a entender que ya no soy la misma. Y yo empiezo a descubrir quién soy realmente.

A veces sueño que se disculpa: “Lucía, me equivoqué”. Pero Javier no pide perdón. Espera que “entre en razón” y vuelva a ser su esposa sumisa. Pero no volveré. Este trabajo es solo el principio. Quiero mi piso, mi carrera, mi vida. Si cree que sin él me hundiré, que mire cómo vuelo. ¿Y si él se va? Bueno, ya sé que sobreviviré. Porque soy Lucía, y soy más fuerte de lo que jamás creyó.

Rate article
MagistrUm
Demostraré que puedo sola