Decisión forzada

**La Elección Forzada**

—Catalina, ¿no crees que ya basta de engañarnos? —Sergio se acercó tanto que ella sintió su aliento en la piel.

—Sergio, por favor, ¡sabes que él es mi marido! —exclamó nerviosa Catalina, repitiendo por enésima vez esa frase en una sola noche.

—¿Y qué? ¡Tenemos derecho a ser felices! Dime la verdad, ¿verdad que Leoncio es mi hijo? —Sergio la sujetó por los hombros con fuerza.

Ella bajó la cabeza y lloró sin vergüenza, dejando que las lágrimas hablaran por sí solas…

…Catalina y Óscar crecieron en el mismo edificio, en Sevilla, conociéndose desde la cuna. Sus familias vivían en el mismo rellano. No eran íntimos, pero mantenían una cordial vecindad.

La amistad profunda era improbable. Los padres de Catalina—músicos en la orquesta filarmónica—cultivaban un hogar alegre, lleno de tertulias y melodías. La niña, estudiante de conservatorio, soñaba con seguir sus pasos.

La familia de Óscar era distinta: su madre, cajera en el mercado; su padre, tornero en la fábrica. Pese a las diferencias, los niños fueron inseparables. Juntos en el parvulario, después en primaria, compartiendo pupitre.

Los padres de Catalina no vetaron su amistad, pero jamás vieron en Óscar un yerno. En cambio, los suyos celebraban aquel vínculo, bromeando con que algún día serían «novios».

…Un primero de septiembre, en segundo de ESO, todo cambió. La tutora, doña Rosario, entró en clase con un joven de mirada azul y sonrisa fácil.

—Este es Sergio, vuestro nuevo compañero. —Le señaló un asiento libre.

Las chicas susurraron. Llevaba un traje elegante, melena cuidada, y una luz especial en la mirada. Catalina también lo notó, pero no se atrevió a acercarse.

Ese mismo mes, camino al conservatorio, Catalina, absorta en sus pensamientos, casi chocó con la puerta al abrirse de repente.

—¡Hola! —dijo él, sorprendiéndola.

—¿Tú también estudias aquí? —preguntó ella, ruborizada.

—Sí, acabo de terminar mi clase.

—Yo voy a solfeo… —respondió con resignación.

Antes de que pudieran seguir, apareció Elena, su amiga del alma, arrastrándola adentro.

—¡Catalina, que doña Margarita nos mata si llegamos tarde!

En clase, distraída, recibió una reprimenda. Al salir, Sergio la esperaba.

—Te acompañó a casa —dijo, y caminaron hablando de música, de sueños, de vidas que empezaban a entrelazarse…

…Los fines de semana, ya no pensaba en Óscar. Sin darse cuenta, el amor había llegado. Ahora eran tres en el camino a casa. Óscar, aunque desconfiaba de aquel chico refinado, no se atrevía a protestar.

Dos años después, en cuarto de ESO, Catalina y Sergio ya sabían lo que sentían. Pero Óscar seguía ahí, incómodo, preguntando:

—¿Vienes al baile?

—No, vamos al concierto de la filarmónica. Mis padres nos regalaron entradas.

—¿Y por qué no me invitas a mí? ¿Siempre ese gaznápiro?

—A ti no te gusta la música clásica. Otro día iremos al baile. Podemos invitar a Sergio.

Óscar asintió, con el ceño fruncido.

Tras la ESO, Óscar entró en una escuela técnica. Catalina y Sergio continuaron en bachillerato, compartiendo pupitre, risas y un beso robado tras un concierto. Prometieron casarse al graduarse, estudiar juntos, no separarse nunca.

Pero sus padres lo impidieron.

—¿Casarte? ¡Estás loca! Primero, tus estudios —le espetó su madre.

—Si quieres ser música, el matrimonio puede esperar —añadió su padre.

En casa de Sergio, la historia se repetía.

—Ni hablar de esa chica. Estudiarás en Madrid, como tu abuela y como yo.

Le obligaron a marcharse. Durante un tiempo, se escribieron, pero al final, la distancia los separó.

Años después, en un concurso musical en Valencia, se reencontraron. Esa noche, revivieron su amor.

—Cuando termine, me voy contigo —susurró Catalina.

—No puede ser… —él apartó la mirada—. Me caso con Antonia, la hija de una amiga de mi madre. Está embarazada.

El dolor la paralizó. De vuelta en Sevilla, aceptó la invitación de Óscar a un bar. Un mes después, supo que esperaba un hijo de Sergio.

Sin saber cómo encontrarlo, y negándose a abortar, la vida decidió por ella.

—Catalina, ¿quieres casarte conmigo? —preguntó Óscar una noche.

—Sí —respondió sin dudar.

Se casaron, y nació Leoncio.

…Quince años después, Sergio reapareció. Nunca la había olvidado. Tras un matrimonio infeliz, decidido a divorciarse, regresó por ella.

Los encuentros furtivos, las mentiras a Óscar y a su hijo, la culpa que la consumía…

—Huyamos con Leoncio —rogó Sergio.

—No sé… —dudó ella.

—Vuelvo en tres días.

Pero el destino intervino de nuevo. Sergio murió en un accidente de coche.

—¿Te pasa algo? —preguntó Óscar, notando su distracción.

—Querías una niña… ¿Por qué no intentamos tenerla ahora?

Él, emocionado, asintió.

Alba nació tres años después. Catalina guardaba en silencio el recuerdo de Sergio. Algún día se lo contaría a su hija. Pero por ahora, eligió—o la vida eligió por ella—vivir en paz, junto a su familia. Una elección forzada.

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Decisión forzada