¿Decidiste tener un hijo sin pareja? ¿No te da vergüenza, mamá? – preguntó Liza con reproche.

—¿Te da vergüenza haber decidido tener un hijo sin marido, mamá? —preguntó Lucía con reproche.

Nada más terminar la selectividad, Lucía envió su solicitud a la universidad. No dudaba que entraría. Sus notas eran lo suficientemente altas, incluso con margen, según los cortes del año pasado.

Ese verano fue abrasador. Su amiga Carla le propuso ir a casa de su tía en Marbella. Tentador: pasar dos o tres semanas en la playa, sin la vigilancia de sus padres, sumergirse en esa vida adulta que tanto le atraía. Pero cuando faltaba solo un día para el viaje, a Lucía le entró el nerviosismo. No por irse sola por primera vez, sino porque no vería a Javier durante semanas.

A Inés, su madre, le acababan de cumplir treinta y siete años. Se separó del padre de Lucía cuando la niña tenía tres. Lucía no lo recordaba. Tampoco había mucho que recordar: se casaron jóvenes, sin conocerse bien, y el primer bache —noches en vela, un bebé llorón, falta de dinero y reproches— los hizo saltar por los aires.

Cuando Lucía creció, Inés intentó rehacer su vida. O los candidatos no querían criar a una hija ajena, o a Lucía no le caía bien el aspirante a padrastro.

Hasta que, dos años atrás, apareció Javier. Iba mucho a casa, aunque nunca se quedaba a dormir. Al menos, eso creía Lucía. Con él, todo era risas y complicidad. Le traía regalos y, en su último cumpleaños, un ramo enorme de rosas rojas.

Y Lucía se enamoró. Javier era dos años menor que Inés. Una nimiedad, pero ella lo veía distinto. Estaba segura de que le gustaba más que a su madre. Cada mirada suya la interpretaba como interés. ¿Por qué no? Tenía dieciocho años, la mitad que Inés. Si había que elegir, la lógica decía que Javier se quedaría con ella. Eso pensaba. Y hasta le ardía de celos cuando lo veía con su madre.

Durante esas semanas en la playa, todo podía pasar. Que Javier le pidiera matrimonio a Inés, por ejemplo. Y entonces, lo perdería para siempre.

La noche antes del viaje, Inés revolvía la cocina mientras Lucía daba vueltas a cómo declararle su amor a Javier.

—Lucía, ve al supermercado. Me olvidé del queso y queda poca mayonesa —pidió su madre asomando la cabeza.

—Mamá, aún no he terminado de hacer la maleta —respondió ella.

Inés suspiró y fue ella misma.

Minutos después, sonó el timbre. ¡Javier! El corazón de Lucía dio un brinco. Era su oportunidad de hablar con él, sin testigos.

Lo recibió como una anfitriona impecable: lo sentó en el sofá, lo entretuvo con charla trivial y, después, encendió la tele y se acomodó a su lado. Él la miró de reojo, pero no se apartó.

Sus hombros se rozaban, y Lucía no pudo contener el arrebato. Le agarró el brazo, se acercó más. Su mejilla quedó a centímetros de sus labios. Nunca habían estado tan cerca. Nunca había inhalado su aroma, esa mezcla de colonia y algo más… masculino.

La embriagó. Le dio valor. Y besó su mejilla.

Javier no se apartó, solo giró la cabeza y se levantó. En sus ojos había confusión. De pronto, a Lucía le invadió la vergüenza. Se lo había imaginado todo. Para él, solo era la hija de Inés. Bajó la mirada, las mejillas en llamas.

La llave giró en la cerradura. Si Javier quiso decir algo, el momento pasó. Entró Inés, sofocada.

—¡Javier! ¿Ya estás aquí? Menuda cabeza la mía, se me olvidó el queso. Y en la caja, la mayonesa. Con el lío del viaje de Lucía… Ahora aliño la ensalada y cenamos —dijo, sonriente.

Los dos se miraban con ternura. El corazón de Lucía se encogió de rabia y celos. Javier no la miraba así a ella. Se levantó del sofá y escapó a su habitación.

—¿Qué le pasa? —preguntó Inés, desconcertada—. ¿Ha ocurrido algo?

—¿Qué has preparado para cenar? —desvió Javier, evitando el tema.

—¡Ay, tienes hambre! Ahora mismo —dijo Inés, yendo hacia la cocina. Pero se detuvo en el umbral—. Tengo una noticia. Te la digo después.

—¿Qué será? Espero que buena —murmuró Javier, pensando en el beso de Lucía.

Ella, tras la puerta, intentaba calmar su corazón. Rogaba que ocurriera algo, que Javier se marchara. Vergüenza. Pánico.

Pero cuando su madre la llamó a cenar, fue. Se sentó frente a Javier, sin atreverse a alzar la vista. Él contaba algo, Inés reía. Finalmente, Lucía lo miró. Él actuaba como si nada hubiera pasado. Y ella, poco a poco, volvió a reír como antes, cuando Javier solo era “el de mamá”.

Aun así, esa cercanía fugaz la perturbaba.

—¿Qué querías contarme? —preguntó Javier cuando Inés sirvió el café.

—Paciencia —respondió ella, coqueta—, después de cenar.

A Lucía le crispaba ver a su madre hacer gazmoñerías.

—Lucía se va mañana sola a Marbella. Ya es mayor, pero me cuesta aceptarlo —dijo Inés, más para sí que para ellos.

—Voy con amigas. Y estaremos con adultos —aclaró Lucía, molesta—. No soy una niña.

—Lucía es sensata. No le pasará nada —Javier la miró, y su corazón saltó—. Además, ¿qué vas a hacer aquí en verano?

—Claro, así no os estorbo para vuestros planes —soltó ella, desafiante.

—¡Lucía! ¿Qué te pasa hoy? —Inés frunció el ceño.

—Nada —bufó, levantándose. La silla chirrió contra el suelo, sabiendo que eso irritaba a su madre. Salió sin mirar atrás.

Oía voces en la cocina, pero no distinguía palabras.

Cuando Javier se fue, Inés entró en su habitación.

—Hablemos. Nunca te habías portado así. ¿Qué pasa?

Lucía estaba boca arriba, clavando la vista en el techo.

—¿Has terminado la maleta?

*Claro. ¿No ves la mochila junto a la ventana?*, pensó, irritada.

—¿Por qué estás enfadada conmigo?

—Te comportas… como una tonta. Haces gestos ridículos, te ríes como una adolescente. Da vergüenza ajena.

—No finjo nada. Todos hacemos tonterías cuando estamos enamorados. Cuando te pase, me entenderás —Inés le acarició la espalda, pero ella se encogió—. Quiero que seas la primera en saberlo. Te quiero más que a nada en el mundo —hizo una pausa—. Espero un bebé.

Lucía tardó en procesarlo.

—¿Un bebé? ¿De Javier? —su voz sonó apagada—. ¿Os vais a casar?

—No. Javier está casado. Pero no importa.

—¿Casado? Mamá, ¿te escuchas? ¿Vas a tener un hijo soltera? ¿No te da vergüenza?

—¿Por qué debería dármela? Soy una mujer adulta…

—Exacto. ¿Y si fuera yo quien te dijera esto? ¿Por qué no se divorcia?

—Es complicado. Quizá después, cuando nazca…

—¿No se lo has dicho? —Lucía se incorporó de golpe. Se miraron fijamente, hasta que Inés bajó la vista—.

—Quería, pero esperé. No quiero que parezca que lo presiono con el bebé.

—Vas a estar de baja,Al día siguiente, con la maleta ya en el coche, Lucía miró por última vez a su madre, que le sonreía entre lágrimas, y supo que, pese a todo, el amor que las unía era más fuerte que cualquier otro sentimiento.

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¿Decidiste tener un hijo sin pareja? ¿No te da vergüenza, mamá? – preguntó Liza con reproche.