Debes entregarnos a tu hijo. Somos sus verdaderos padres”, dijeron unos desconocidos en la puerta

**Diario de un padre**

Hoy ha sido un día que no olvidaré jamás. Todo comenzó como una mañana cualquiera en la calle Serrano de Madrid. Desayuno con café con leche y tostadas con tomate mientras mi hijo, David, se quejaba de dolor de cabeza por tercera vez esta semana.

Papá, ¿puedo faltar al cole hoy? Me duele otra vez la cabeza.

David se apoyaba en el marco de la cocina, pálido, con ojeras. Mi mujer, Lucía, que revolvía una paella en la cocina, le miró con preocupación.

Otra vez, cariño. Esto no es normal. ¿Seguro que no te pasa algo en el colegio?

No, mamá. Solo estoy cansado.

Le tocé la frente. No tenía fiebre, pero algo en su mirada me inquietó. Antes era un torbellino, siempre corriendo. Ahora pasaba horas mirando por la ventana de su habitación.

Por la noche, mientras veíamos las noticias en la televisión, Lucía me contó lo raro que estaba David.

¿Crees que será cosa del colegio? ¿O que le gusta alguna niña? pregunté, intentando quitarle hierro.

Con ocho años, Javier. No creo.

Pero cuando fuimos a acostarlo, David nos dejó helados.

Mamá, ¿me querríais igual si no fuera vuestro hijo?

Lucía se quedó petrificada.

¿Qué dices, David? Claro que eres nuestro.

Él se dio la vuelta sin contestar. Esa noche, ninguno dormimos bien.

Al día siguiente, llamaron a la puerta. Dos desconocidos: un hombre alto, de pelo oscuro, y una mujer rubia, con ojos tristes.

Buenos días. Somos los Martínez. Necesitamos hablar con ustedes… sobre David.

Me eché para atrás.

¿Qué pasa con mi hijo?

Hace ocho años, en el hospital, hubo un error. Nuestro hijo biológico es David.

Lucía palideció. El hombre, José, sacó unos papeles: pruebas de ADN, informes del hospital. Resulta que su verdadero hijo, el que ellos criaron, se llama Marcos. Y cuando le hicieron unas analíticas, descubrieron que no era suyo.

Hemos estado vigilando a David confesó la mujer, Ana, con lágrimas en los ojos. Cogimos un vaso que tiró a la basura para hacerle la prueba.

Me enfurecí.

¡Es ilegal! ¡Espiar a un niño!

Lo sé. Pero necesitábamos la verdad.

Lucía temblaba.

David es nuestro. Lo hemos criado, lo queremos…

Y nosotros a Marcos dijo José. Pero la sangre es la sangre.

En ese momento, David llegó del colegio. Nos vio a todos callados, a Lucía llorando. Y entonces dijo algo que nos partió el alma:

Ya lo sabía. Vosotros soñ mis padres de verdad, ¿no?

Ana no pudo contenerse y lo abrazó. David, con esa inocencia que solo tienen los niños, añadió:

Podemos conocernos todos. A lo mejor Marcos y yo nos hacemos amigos.

Al final, quedamos para vernos en el Retiro el sábado. No sé qué pasará. Solo sé que, aunque la sangre une, el amor se elige. Y David es mi hijo, aunque lleve otro apellido en los genes.

**Lección del día:** La familia no siempre se define por la sangre, sino por los abrazos, las risas y las noches en vela. Eso no lo cambia ningún papel.

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Debes entregarnos a tu hijo. Somos sus verdaderos padres”, dijeron unos desconocidos en la puerta