¿Debería decirle que mi hijo no la quiere?

Lope de Vega

Me llamo Carmen García, y resido en Soria, donde la tranquilidad de Castilla y León se refleja en el espejo del Duero. Os escribo con el alma desgarrada por la inquietud que me impide descansar. Compartí mis angustias con mi mejor amiga, pero en lugar de apoyo, obtuve unos ojos abiertos de par en par y un brusco: “¿Te has vuelto loca? ¡No te metas donde la marea de dolor ajeno te pueda arrastrar!” Sus palabras me dolieron, pero no me ayudaron; necesito encontrar una salida o me ahogaré con este peso.

El problema es mi hijo, Alejandro. Tiene 25 años y vive con su novia, Inés, en nuestra casa. No tengo razones para quejarme: ocupan su habitación, ambos trabajan y no son una carga para nosotros. Inés es un tesoro: educada, dulce, de corazón bondadoso. Pero yo conozco a mi hijo mejor que nadie y percibo una verdad que él oculta detrás de su sonrisa: no la ama. Alejandro se preocupa por ella: es tierno, atento, siempre dispuesto a ayudar. Cumple sus deseos como un caballero de cuento: en cada celebración le regala flores y presentes, después de sus largas jornadas la recoge del trabajo, incluso de noche. Cuando tienen días libres coordinados, se escapan: a visitar amigos en el pueblo, a las montañas a esquiar, o a unos baños termales.

Recientemente, Inés tuvo una mala caída en la pendiente, casi fracturándose por completo. Alejandro la llevó en brazos hasta el hotel y, por la noche, la trasladó al hospital en Valladolid. Mientras estaba enyesada, él cuidaba de ella como si fuera una niña: la alimentaba, la calmaba, no se apartaba de su lado ni un momento. Desde fuera parece el hombre perfecto, locamente enamorado. Pero yo sé que es una fachada. No la ama. Su corazón calla y eso me desgarra.

Antes de Inés, Alejandro estuvo con otra chica, Mercedes. Su amor fue tumultuoso: picos emocionales, discusiones, lágrimas, rupturas y reconciliaciones. Peleaban hasta quedar roncos, pero se reconciliaban con tal pasión que estremecían las paredes. Mercedes fue su primer amor verdadero, el que arrasa con todo por dentro. Pensé que se calmarían con el tiempo, que acomodarían sus caracteres. Pero, de pronto, ella se fue a Alemania, dejándolo solo. Durante medio año, Alejandro estuvo como una sombra: deambulaba perdido, no comía ni dormía. Le seguía como a un niño, tratando de protegerlo, temiendo que no lo superara. Y entonces apareció Inés, opuesta en todo a la primera. Es tranquila como un lago sereno, sabe escuchar, consolar, nunca levanta la voz. Es una luz en nuestro hogar, pero veo que para él no es amor, sino obligación, gratitud, cualquier cosa menos sentimiento.

Así que la pregunta tormentosa: ¿le digo la verdad? Podéis llamarme loca, pero no puedo vivir con este conocimiento. Antes o después, esta realidad saldrá a la superficie como lava ardiente y arrasará con todo. Imagino el infierno que le espera a esa muchacha, tan dulce, tan pura, sin merecer tal sufrimiento. Su desilusión será devastadora, la aplastará como una flor frágil bajo una bota. Ella no ha hecho nada para merecer esto y yo solo miro, cómo se acerca al precipicio sin saber qué la espera.

Mi amiga tiene razón: me estoy metiendo donde me puedo quemar. Pero ¿cómo callar? Mi alma de madre grita: ¡sálvala, adviértela, no dejes que se destruya! Veo cómo mira Inés a Alejandro, con tanta fe, con tanta ternura, que me contrae el corazón. ¿Y él? Él interpreta un papel, y lo hace con maestría, pero yo conozco su mirada: en ella no hay fuego, no hay lo que hubo con Mercedes. Él es amable con ella, pero eso no es amor y yo no puedo fingir no darme cuenta.

A veces pienso: ¿y si estoy equivocada? ¿Si lo he inventado porque temo por él? Pero no, lo siento en la piel, en cada célula. Alejandro está con ella porque le resulta conveniente, porque es buena, no porque no pueda respirar sin ella. Y esa idea me carcome día y noche. ¿Decírselo a Inés? ¿Destruir su mundo, el que considera su felicidad? ¿O callar, hasta que él dé un paso que la destruya? Temo que si callo seré cómplice de su dolor. Y si lo digo, lo destrozaré todo yo misma y me odiará, y mi hijo me maldecirá.

Por favor, ayúdenme con un consejo. No estoy loca, soy una madre que ve más de lo que quisiera. Me duele por ambos, por Inés que entrega su corazón a quien no lo tomará, y por Alejandro que vive en esta mentira. ¿Qué hago con esta verdad que me quema por dentro? ¿Cómo protegerla sin perder a mi hijo? Estoy en una encrucijada, y cada opción es un puñal en el pecho. Os suplico, decidme cómo encontrar paz en este infierno que mis pensamientos me han creado.”

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MagistrUm
¿Debería decirle que mi hijo no la quiere?