**Diario**
¿De verdad tendré que pasar el resto de mi vida demostrando que no tengo la culpa de nada?
Alicia estaba viendo la tele mientras su marido, Andrés, trabajaba frente al ordenador cuando sonó el teléfono. Era su madre.
—¿Qué pasa, mamá? —preguntó Alicia, bajando el volumen con desconfianza.
—Nada, hija. Solo quería hablar contigo.
Pero Alicia sabía que su madre nunca llamaba sin motivo.
—Vamos, dime. ¿Otra vez Laura ha hecho alguna locura?
Su madre suspiró.
—No para de decirme que quiere irse a vivir contigo. Que va a entrar en la universidad. Pero ni estudia ni hace nada, solo piensa en salir de fiesta. ¿Qué universidad, si ni siquiera quiere saber nada del instituto o de la escuela de enfermería de aquí? —volvió a suspirar.
—Mamá, Andrés y yo vivimos en un piso de una habitación. No creo que sea buena idea que se quede con nosotros.
—Lo sé. Pero temo que se escapará de todas formas. Por eso te aviso. A lo mejor tú consigues hacerla entrar en razón. A mí no me hace caso. Se ha vuelto imposible.
—Mamá, si se le mete algo en la cabeza, ni tú ni yo podremos cambiarla. Ya la conoces. Intentaré hablar con el tío Javier, a ver si la acepta en su casa.
—Habla con él, aunque tiene su propia familia… No sé si será oportuno.
—¿Por qué no? Al fin y al cabo, es su hija. Vale, mamá, le llamaré y luego te cuento. —Alicia colgó.
—¿Era tu madre? —Andrés apartó la mirada de la pantalla.
—Sí. Laura quiere venir. Dice que va a entrar en la universidad.
—Pues si la admiten, le darán residencia. —Andrés volvió a concentrarse en el ordenador.
—Ni en sueños entrará en la universidad. Aquí también hay institutos, pero ni los mira. Lo que quiere es casarse. Hablaré con su padre, a ver si la acoge. Tiene que hacerlo. Es su hija. —Alicia se quedó pensativa.
*No, hay que convencer a tío Javier. Andrés es un hombre guapo. Si no lo fuera, no me habría casado con él. Y Laura es capaz de cualquier cosa. En nuestra boda no le quitaba los ojos de encima.*
Alicia y Laura tenían padres diferentes. El de Alicia se ahogó cuando ella tenía seis años. Fue de pesca con unos amigos, bebieron demasiado, y al intentar soltar un anzuelo enganchado, se cayó al río. Los otros estaban también borrachos y no pudieron salvarlo a tiempo.
Su madre, joven y hermosa, se quedó sola con ella. No dejó que ningún hombre se acercara hasta que, en quinto de primaria, llegó un profesor nuevo de matemáticas. Joven, serio, con fama de haberse escapado de una gran ciudad por un amor no correspondido.
Se convirtió en su tutor y, al ver a su madre en una reunión de padres, se enamoró. Empezó a visitarlas, a ayudar a Alicia con los deberes, no solo de mates. Pronto se convirtió en una alumna ejemplar, aunque los rumores comenzaron a volar.
Y entonces su madre quedó embarazada. No quería casarse, pero Javier la convenció. Alicia lo llamaba *tío Javier* en casa. Se casaron, nació Laura, y ella se sintió orgullosa de ser la mayor. Su madre le dejaba ir a la tienda, pasear a su hermana en el carrito, incluso cuidarla si tenía que salir.
Dos años después, a tío Javier le ofrecieron un puesto en un instituto en la capital. Era un buen profesor, los alumnos lo adoraban.
Su madre se negó a ir. Nunca dijo por qué, pero Alicia lo entendía: le daba vergüenza que él fuera más joven. Temía que, al volver a una ciudad grande, la dejara, así que prefirió dejarla ir ella primero.
Se fueron, quedándose las tres. Él pagó la pensión para Laura y hasta enviaba algo para Alicia, sabiendo lo difícil que era para su madre.
Las hermanas eran opuestas en todo. Alicia estudió, fue seria, con metas. Al terminar el instituto, se fue a la capital y entró en la universidad sin problemas.
Laura, en cambio, nunca quiso estudiar. Sabía que era bonita y lo usaba a su favor.
Una vez, en la universidad, Alicia se encontró por casualidad a tío Javier en un centro comercial. Iba con su esposa y un hijo pequeño. Se detuvo, preguntó por su madre y Laura. Hasta pareció feliz de verla. Le dejó su número y dirección por si necesitaba algo.
Alicia fue un par de veces cuando andaba mal de dinero, pero notó que a su esposa le molestaba y dejó de ir. Él nunca la llamó.
Al día siguiente de la llamada de su madre, Alicia telefoneó a tío Javier.
—¡Alicia! —sonó contento—. ¿Cómo estás? ¿Y tu madre? Hace mucho que no te veo.
—Me casé, tío. Estoy bien. Te llamo por Laura.
Notó que se tensó, esperando en silencio.
—Mamá me avisó. Laura quiere venir aquí, entrar en la universidad. Vivimos en un piso diminuto. ¿Podría quedarse contigo?
—Hablaré con mi esposa y te aviso. ¿Qué carrera quiere estudiar?
—La verdad, no sé. Dudo que entre. No estudia nada. Si la admiten, tendrá residencia. Si no… volverá con mamá.
—De acuerdo. ¿Y tú? ¿Pensáis tener hijos?
—No. Gracias. —Alicia se alegró de que accediera tan fácil.
Tres semanas después, Laura llegó con su título en mano.
—Hemos decidido que te quedes con tu padre. Ya hablé con él, te espera.
—¿Quién te pidió opinión? —saltó Laura—. No pienso ir. Creí que me quedaría con vosotros.
—¿Dónde? ¿En la cocina?
—¿Y qué? No me importa. ¿O es que tienes miedo por tu Andrés? Para mí es demasiado mayor. Aunque… —sonrió con malicia.
Alicia sintió que el pánico la invadía.
—Mañana iremos a inscribirte. ¿A qué carrera vas?
—No soy una niña, yo puedo sola.
—Bien. Hasta que te admitan queda un mes. No puedes estar aquí sin hacer nada. Te inscribes y vuelves con mamá hasta entonces. Y ahora vamos a ver a tu padre.
La esposa de tío Javier, Elena, no ocultó su disgusto. A los dos días, Laura volvió corriendo a casa de su madre. Pero a finales de julio, reapareció.
—¿Por qué no te quedaste con tu padre? —preguntó Alicia sin entusiasmo.
—Se fue de vacaciones a la playa —dijo Laura, radiante.
Apretando los dientes, Alicia la dejó quedarse. No podía echar a su hermana. El verano era sofocante, y el ventilador no ayudaba. Menos le gustaba ver a Laura pasearse en pantalones cortos y top sin sujetador. Aguanta sus provocaciones, vigilando a Andrés, aunque él parecía ignorarla.
*No importa, en una semana saldrán las listas y se irá*, se consolaba.
Al día siguiente, su jefe le pidió que fuera a Madrid. Tenía que llevar documentos urgentes a unos socios. Su compañero acababa de ser padre y no podía viajar. Ella era la única que conocía el proyecto. No tuvo más remedio que aceptar, aunque le dolía dejar a Andrés con Laura. Se fue, intentando no pensar en lo peor.
Andrés apagó el ordenador pasada la medianoche. Laura no estaba. La llamó, pero no contestó. Una hora después, su voz borracha sonó entre música estridente.
—¿Vas a volver? ¿Sabes qué hora es? —preguntó, perdiendo la paciencia.
—Vaya, ¿te preocupas por mí? —rió Laura.Después de todo, la vida continuó, pero la sombra de aquella noche siempre flotó entre ellos, recordándoles que la confianza, una vez rota, nunca vuelve a ser la misma.