Debéis entregarnos al niño. Somos sus verdaderos padres dijeron los desconocidos en la puerta.
Mamá, ¿puedo no ir al colegio mañana? ¡Otra vez me duele la cabeza! Alejo se quedó en el marco de la cocina, agarrando el quicio.
Olga se volvió de la cocina, donde removía una sopa. Su hijo parecía pálido, con ojeras oscuras.
¿Otra vez? Alejo, es la tercera vez esta semana. ¿Quieres que vayamos al médico?
No hace falta. Solo estoy cansado. ¿Puedo quedarme en casa?
Veremos por la mañana. Ve a hacer los deberes.
Ya los he hecho.
¿Todos? ¿Incluso las matemáticas?
Sí, también.
Olga se acercó, le tocó la frente. No tenía fiebre. Pero últimamente estaba más apagado, ensimismado. Antes no podía estar quieto, y ahora pasaba horas mirando por la ventana.
Alejo, ¿todo bien en el colegio? ¿Alguien te molesta?
Todo bien, mamá. Solo me duele la cabeza.
El niño se fue a su habitación. Olga volvió a la cocina, pero la inquietud no la abandonaba. Ocho años criando a un niño, creyendo que lo conocías como la palma de tu mano, y de pronto algo cambia sin que entiendas qué.
Por la noche llegó su marido, Sergio. Cansado del turno, pero al ver la cara de Olga, se tensó.
¿Qué pasa?
Alejo se queja otra vez del dolor de cabeza. Tercera vez esta semana.
Pues al médico.
Se niega. Quizá es solo el cansancio. Final de trimestre, exámenes…
Sergio fue a hablar con su hijo. Olga los oyó murmurar. Luego volvió, se sentó.
Dice que está bien, pero acepta ir al médico mañana.
Bien. Pediré cita.
En la cena, Alejo apenas comió. Removió el puré, bebió té y pidió irse a dormir. Olga y Sergio intercambiaron miradas.
¿Será que está enamorado? preguntó él. A esta edad pasa.
Es muy pequeño. Solo tiene ocho.
Los niños crecen rápido ahora.
Olga recogió la mesa, fregó los platos. La cabeza le daba vueltas. ¿Algo en el colegio? ¿O algo más grave?
Esa noche entró varias veces a la habitación. Alejo dormía inquieto, murmurando. Ella le arropó, le acarició el pelo. Él abrió los ojos.
¿Mamá?
Duérmete, cariño.
Mamá, ¿me quieres?
Claro que sí. Más que a nada en el mundo.
¿Y si… si no soy tuyo?
Olga se quedó helada.
¿Qué dices, Alejo? Eres mío. Duérmete.
El niño giró hacia la pared. Ella salió, pero no podía dormir. ¿De dónde salían esas ideas?
Por la mañana, Alejo se levantó solo. Desayunó, preparó la mochila.
Mamá, voy al colegio. Ya no me duele.
¿Seguro? ¿Y el médico?
No hace falta. Estoy bien.
Y salió corriendo antes de que pudiera responder. Olga lo vio cruzar el patio con paso rápido, como si llevara prisa.
El día transcurrió entre recados. Pero la inquietud seguía ahí. Quiso llamar a la tutora, pero no quiso parecer exagerada.
A las tres, llamaron a la puerta. Dos desconocidos: un hombre alto, de unos cuarenta, y una mujer más joven, con mirada tensa.
Buenas tardes dijo el hombre. ¿Olga Martínez?
Sí. ¿Qué se les ofrece?
Soy Andrés Gutiérrez. Esta es mi mujer, Lucía. Necesitamos hablar con usted.
¿De qué?
Él miró a su esposa. Ella asintió.
De su hijo. De Alejo.
Olga se puso alerta.
¿Le ha pasado algo?
No, en el colegio no. ¿Podemos pasar?
No los conozco. ¿De qué quieren hablar?
Lucía dio un paso al frente. Tenía los ojos húmedos.
Por favor. Es importante. Deben… deben entregarnos al niño. Somos sus verdaderos padres.
Olga retrocedió. Le zumbaban los oídos.
¿Qué? ¡Alejo es mi hijo!
Escuche Andrés sacó unos papeles. Hubo un error en el hospital. Hace ocho años, intercambiaron a los bebés.
¡Largo de aquí! ¡O llamo a la policía!
Olga, por favor Lucía sollozó. Nosotros también criamos a un niño ocho años. Lo amamos. Y luego descubrimos…
¿Qué descubrieron?
Nuestro hijo… el niño que creíamos nuestro… enfermó. Necesitaba un análisis de sangre. Y vimos que no coincidía. Ni conmigo, ni con Andrés. Hicimos pruebas de ADN.
Olga se agarró al marco. Las piernas le flaqueaban.
¿Y?
No era nuestro hijo biológico. Investigamos, fuimos al hospital. Esa noche solo nacieron dos niños. El nuestro… y el suyo.
Es un error.
Tomamos una muestra de ADN de Alejo.
¿Cómo? ¿Cuándo?
Andrés bajó la mirada.
Lo seguimos unos días. Cogimos un vaso que tiró a la basura.
¡Es ilegal!
Teníamos que saber. La prueba mostró que Alejo es nuestro hijo biológico.
Olga sintió que se desplomaba. Se sentó en el recibidor. Los desconocidos seguían en la puerta.
Enséñenme los papeles.
Andrés le dio una carpeta. Resultados de ADN, informes del hospital. Las letras le bailaban ante los ojos.
No puede ser verdad.
Nosotros tampoco lo creímos susurró Lucía. Ocho años. Ocho años criando a un niño que no era nuestro.
¡No es un extraño! dijo Andrés con firmeza. Daniel es nuestro hijo. No biológico, pero nuestro. Lo amamos.
Y nosotros a Alejo Olga alzó la vista. Y no se lo daremos a nadie.
Pero es nuestro por sangre…
¡Por sangre! ¿Y quién lo crió? ¿Quién veló sus noches de fiebre? ¿Quién le leyó cuentos?
Lo entendemos Andrés se arrodilló a su lado. Nos pasa igual. Daniel es nuestro hijo. Pero…
¿Pero qué?
Nos gustaría ver a Alejo. Y ustedes… si quieren… podrían ver a Daniel.
¡No quiero ver a Daniel! ¡Yo tengo a Alejo!
La puerta se abrió de golpe. Todos se volvieron. Era Sergio. Al ver a los desconocidos y a Olga llorando, frunció el ceño.
¿Qué pasa? Olga, ¿estás bien?
Sergio… dicen que Alejo no es nuestro.
¿Qué tontería es esta?
Andrés le tendió la mano.
Andrés Gutiérrez. Hace ocho años hubo una confusión en el hospital. Su hijo es biológicamente nuestro. Y el nuestro, suyo.
Sergio ignoró su mano. Cogió los papeles, los revisó.
¿Qué quieren?
Solo conocerlo. Verlo.
¿Y luego? ¿Quitárnoslo?
¡No! Lucía agitó las manos. No somos monstruos. Sabemos que los niños crecieron donde crecieron. Solo queremos verlo a veces.
¿Los niños lo saben?
A Daniel… no se lo hemos dicho. No sabemos cómo.
Mejor así. Tampoco se lo diremos a Alejo.
Pero él ya lo sabe susurró Lucía.
¿Qué? ¿Cómo?
No sabemos. Ayer nos abordó en la calle





