«Lucía, por el amor de Dios, ¡si ya tienes cuatro pisos! ¿Para qué quieres uno más? ¿Mamá y yo nos vamos a la calle?» Le grité a mi hermana cuando descubrí que quería quedarse con el piso familiar. Esta es la historia de cómo la avaricia de mi hermana casi nos deja a mi madre y a mí sin hogar, y de cómo luché por nuestro derecho a quedarnos en casa.
El piso familiar y su historia
Nuestra familia siempre vivió en un piso amplio de tres habitaciones en el centro de Madrid. Mis padres lo consiguieron hace años, y se convirtió en nuestro verdadero nido. Aquí crecimos mi hermana y yo, aquí mamá nos crió sola después de que papá falleciera. El piso es viejo, pero espacioso, con techos altos y ventanas grandes. Mamá y yo seguimos viviendo aquí, aunque hace años que pide una reforma.
Mi hermana mayor, Lucía, se fue hace tiempo. Se casó bien, su marido es empresario, y con los años han acumulado un buen capital. Lucía ya tiene cuatro pisos: dos los alquila, uno lo compró para su hijo y en el cuarto viven ellos. Nunca le tuve envidia, al contrario, me alegraba por ella. Pero hace poco anunció que quería quedarse con nuestro piso familiar.
«Es mi herencia»
Todo empezó cuando Lucía vino a visitarnos. En medio de la conversación, sacó el tema: «Mamá, ya te cuesta subir las escaleras, el ascensor está viejo. ¿Por qué no vendemos este piso y os busco algo más modesto a ti y a Andrea?». Me quedé helada: «¿Cómo que vendamos? ¿Dónde viviríamos mamá y yo?». Lucía respondió que era «su herencia» y que tenía derecho a su parte. Según ella, el piso es de las tres (mamá, ella y yo) y quería lo suyo.
No lo podía creer. Primero, mamá sigue viva, ¿qué herencia? Segundo, Lucía sabe perfectamente que no tenemos otro sitio, y su «algo más modesto» sonaba a habitación en un pensionado. Le dije: «Lucía, con cuatro pisos, ¿para qué quieres otro? ¿Mamá y yo nos tiramos a la calle?». Ella insistió en que era una «buena inversión», pero yo sabía que no era solo por el dinero: quería quedárselo todo.
La discusión con mamá y el conflicto
Mamá, al oírnos, se puso triste. Siempre intentó ser justa con las dos, pero esta vez no aguantó: «Lucía, ¿no te da vergüenza? Este piso es nuestro hogar, llevo toda la vida aquí». Pero Lucía no cedió: «No quiero pelear, pero es mi derecho. Si no lo vendemos, iré a juicio por la división».
No podía creer que mi hermana llegara a esto. Nunca fuimos muy unidas, pero jamás pensé que sería capaz de algo así. Intenté razonar con ella, recordarle que mamá y yo no podemos permitirnos otro piso, que mi sueldo de profesora y la pensión de mamá no dan para más. Pero Lucía solo se encogió de hombros: «Ya se os ocurrirá algo».
¿Qué hacemos ahora?
Estoy desesperada. No quiero pleitear con mi hermana —es caro, largo y mamá no aguantará el estrés—, pero tampoco pienso dejar nuestro hogar. Le propuse comprar su parte, pero pidió una cifra que no puedo reunir ni en diez años. Mamá llora y dice que antes moriría que irse de su casa.
No sé qué hacer. ¿Hablar con Lucía otra vez, intentar apelar a su conciencia? ¿O prepararme para un juicio? Si habéis pasado por algo parecido, contadme: ¿cómo solucionasteis un conflicto familiar así? ¿Cómo proteger nuestra casa sin perder a la familia? Necesito consejos…