De todos modos, no le queda mucho tiempo, dijo la esposa con voz fría. Ven y habla con el médico tú mismo.

-Lo mismo no tiene remedio -dijo la esposa con voz ajena y gélida-. Pues vienes tú y hablas con el médico, si no me crees. Allí hay enfermeras, todas las condiciones para él estarán. No es casual que inventaran estos cuidados paliativos, todo el mundo lo hace…

Iker nació dos meses antes de tiempo y lo llevaron inmediatamente a la UCI. Al principio no decían nada, luego hubo alguna esperanza: empezó a respirar por sí mismo y a ganar peso. Cuando le dieron el alta, seguía siendo tan pequeño que Basilio tenía miedo de cogerlo en brazos, por si le hacía daño. Pero cuando el pequeño Iker se despertaba y lloraba suavemente por las noches, Inés no se levantaba y Basilio tuvo que arreglárselas como pudo. Inés tampoco quería llevarlo al médico, decía que todo había sido culpa de ellos, ya que se había hecho todas las pruebas y ecografías, y que le habían dicho que todo estaba bien. ¿Acaso esto es estar bien? Tres meses y ni siquiera levanta la cabeza.

Basilio iba solo al médico, escuchaba palabras incomprensibles que le dejaban la lengua pegada al paladar, hacía los análisis con su hijo, cerrando los ojos como un niño mientras la enfermera intentaba encontrar una vena. Al final llegó a los genetistas de la capital, que le explicaron que a Iker se le podía ayudar, pero que necesitaba medicamentos especiales. Por eso Basilio se fue a trabajar al extranjero, un amigo hacía tiempo que lo llamaba, decían que pagaban bien, pero Inés no lo dejaba ir. Ya no había escapatoria. Y se fue. Pensó que el niño estaba bien con Inés, pero resultó todo lo contrario. Ni su madre le dijo nada, aunque él sentía que ocultaba algo.

-Está todo bien, hijo, tú trabaja -repetía ella.

Como resultó ser, durante todo ese tiempo, su madre era quien iba al hospital a ver a Iker, le hablaba, le aplicaba crema para las escaras y lo masajeaba. Inés, en cambio, había vuelto al trabajo y no le había dicho nada a Basilio. Solo lo confesó cuando Basilio le dijo que vendría de vacaciones por un mes.

-¡Inés, es nuestro hijo! -se indignó él-. ¿Qué cuidados paliativos, si por eso trabajo? El médico dijo que las medicinas…

-¡Qué medicinas! -chilló Inés-. ¿Acaso lo has visto? No has estado aquí en medio año, así que no me digas qué tengo que hacer. Todavía soy joven y quiero vivir un poco por mí misma. Otro hijo puedo tener, no quiero cambiar pañales toda la vida como mi madre.

El hermano menor de Inés tenía parálisis infantil, y a Basilio le admiró ver a la frágil y delicada Inés llevar a su hermano, sentarlo en una silla y leerle libros. Por eso se enamoró de ella. Pero parece que a Inés solo le quedó amor para su hermano.

-Si no traes a tu hijo a casa, me divorcio -amenazó Basilio.

-¡Pues divórciate! Eso no me asusta. He vivido sin ti todo este tiempo y podré seguir.

No pensó que realmente se iría. Pero Inés se fue incluso antes de que él llegara, se fue. Dejó las llaves del piso a su madre, quien hacía tiempo que lo sospechaba todo, pero no se lo decía a Basilio. En esos seis meses, Inés encontró con quién mudarse.

-No te preocupes, hijo, lo superaremos. Yo te ayudaré con Iker, pero tendrás que buscar trabajo aquí, sola no puedo con él.

Basilio lo sabía bien, su madre estaba enferma hacía tiempo y ella misma necesitaba cuidados, pero no podía estar en dos lugares a la vez.

A Basilio lo crió su madre. Su propia madre, cantante de éxito, lo dejó con su abuela durante un mes y nunca lo recogió. Enviaba dinero regularmente mientras él iba a la escuela, pero luego pareció pensar que con eso bastaba y él se las arreglaría solo. En su juventud, él creía que su madre lo quería, solo que su vida era complicada: conciertos, grabaciones, admiradores. Incluso fue a un concierto suyo, compró un enorme ramo de rosas, soñaba con dárselo, que lo reconociera y se alegrara, que dijera desde el escenario: “¡Es mi hijo!”.

Pero no salió así: primero no lo notó, luego, finalmente, tomó el ramo sin mirar y lo tiró a un rincón. Vasili había gastado casi todo su salario en ese ramo. Después del concierto, apenas logró entrar en los bastidores, trató de explicarle que era su hijo, pero su madre no lo dejó. Dijo que estaba cansada y que le devolvería la llamada. Esperó su llamada durante un mes, sin apartarse del teléfono. Pero ella nunca llamó.

Ahora ni siquiera pensaba en ella, y cuando la canción de su madre sonaba en la radio, la cambiaba de inmediato, aunque antes las sabía todas de memoria. Su madre era su padre, a quien nunca conoció, y su madre. Y ahora también era madre para el pequeño Iker, lo cuidaba como podía, y Basilio consiguió un trabajo con un horario decente para que su madre no se cansara demasiado. Inés ni siquiera llamaba, aún peor que su propia madre, al menos ella fingía que tenía un hijo.

-Basilio, tuve un sueño tan vívido hoy -contó una vez su madre-. Tu abuelo, que en paz descanse, pidió que le llevara agua del pozo. Le dije, ¿cómo?, ¡si mis piernas no me sostienen! Y él respondió, aquí todos pueden caminar. Miré mis pies y había un césped tan verde, ¡verde! Y suave como pluma. Caminé por él, mis pies deslizaban y no sentía ningún dolor. Cogí agua y al final asomé en aquel pozo. Vi que estabas tú, con traje y corbata, y al lado una chica encantadora, con hoyuelos en las mejillas. Con velo. Siento que el sueño es un buen augurio, encontrarás una buena esposa que no sea esta veleta.

-Abuela, qué esposa. Si la propia madre no quiso cuidar de Iker, ¿quién querrá?

Al día siguiente, su madre no se despertó. Así que el sueño era en manos, pero no como se pensaba, ahora ella le lleva el agua al abuelo, no al pequeño Iker.

Basilio no sabía qué hacer ahora. Su madre ayudó con el funeral, incluso vino ella misma, pero aun así tuvo que gastar y era vergonzoso pedirle. Pero un par de semanas después, ella misma llamó y dijo:

-He encontrado a una cuidadora para tu hijo. Yo le pagaré, no te preocupes.

Una generosidad que a Basilio sorprendió, primero quería rechazarla, decir que no necesitaba nada de ella, pero cambió de idea. No había lugar para el orgullo cuando el medicamento de su hijo se estaba acabando.

Por alguna razón, esperaba a una mujer adulta y experimentada, había visto muchas en los hospitales dónde llevaba a Iker, todas parecidas a su madre en su juventud: trabajadoras, sencillas, que sabían lo que hacían. Pero parece que su madre decidió ahorrar también aquí y envió a una recién licenciada, la chica confesó que era su primer trabajo.

-No se preocupe, he hecho cursos especializados y sé cómo hacerlo -dijo con confianza, pero el tono de su voz temblaba.

Podría haber llamado a su madre y decir que esa chiquilla no podría con Iker, pero no quería hablar con ella en absoluto. Y Basilio decidió esperar, tal vez esos cursos realmente sirvan para algo.

La chica se llamaba Marina. Y llamaba a Basilio cada media hora.

-¿Es normal que esté teniendo hipo, señor Basilio?

-Sujétalo en vertical. Y ponle algo caliente en la espalda, una toalla calentada con la plancha puede ser.

-Señor Basilio, ¡respira tan fuerte, me asusta!

-Marina, el inhalador, ¡te hablé de ello antes…

Y todo era así.

Pero después de un par de semanas, se acostumbró y pareció mejorar en su tarea. Basilio tuvo que buscar otro empleo, su jornada laboral terminaba a las seis y él aún debía regresar a tiempo. Fue a una construcción, allí el horario era más flexible, pero todo en negro. Prometieron pagar bien, pero cuándo…

Ahora Basilio pasaba los fines de semana con su hijo. La chica ni por un dinero extra trabajaba los fines de semana, estaba estudiando chino, decía que quería ir allí a hacer unas prácticas y estudiar acupuntura. Era graciosa Marina, ingenua, no tan como era su madre: esta última le creía siempre al televisor, y Marina a Internet.

El día del cumpleaños de Iker, Marina vino aunque era fin de semana, le trajo un globo, él los adoraba, y un mono tejido a mano. A Basilio le conmovió y la invitó a tomar té; había comprado una tarta por la ocasión. Luego salieron a pasear todos juntos, vistieron a Iker con el nuevo mono, lo pusieron en el carrito y ataron el globo para que pudiera mirar. Basilio sabía que su hijo podía no llegar al próximo cumpleaños, algo que hacía hasta difícil respirar. Pero cuando lo llevaba por la calle soleada y el globo se eleva deseoso de volar hacia arriba, mecido por la suave brisa otoñal, en su corazón había paz.

Notó a Inés tarde, solo al detenerse en el paso peatonal, su mirada se cruzó con su cara maquillada. Junto a ella estaban unas amigas, parecía que iban a algún evento. Inés tampoco lo vio enseguida y su rostro se sonrojó y se cubrió de manchas. Dio la vuelta, dijo algo a sus amigas y se apresuró al otro lado de la calle.

-¿Quién es? -preguntó Marina, al notar su mirada tensa.

Basilio exhaló lentamente y respondió:

-Nadie.

-Muy bien entonces -dijo ella y sonrió.

No había visto antes su sonrisa. En las mejillas de Marina aparecen hoyuelos, y eso le recordó algo, ¿pero qué? El globo azul contra el cielo azul se sacudía tan fuerte, como su corazón.

El sueldo seguía sin llegar. El medicamento estaba por acabarse y Basilio no tenía opción, tuvo que llamar a su madre.

-¿Acaso no te estoy ayudando lo suficiente? -preguntó ella molesta-. ¿Sabes cuánto le pago a esta chica? ¿Qué hombre eres si no puedes ganar para el medicamento de tu hijo?

La vergüenza dejó a Basilio sin aliento. ¿Cómo era posible que no pudiera proporcionarle a su hijo? Desconectó el teléfono y bajó la cabeza, deseando que su madre estuviera allí para ponerle la mano en el hombro y decirle que todo estaría bien…

Se escucharon unos pasos ligeros y Marina apareció en la puerta de la cocina. En las manos tenía un sobre.

-Toma -dijo ella y lo puso en la mesa.

-¿Qué es esto? -preguntó confuso Basilio.

-Para el medicamento. Para Iker.

No lograba entender, ¿qué significaba todo eso?

-Tu madre ya me pagó. Me pagó bien, no te preocupes. Estaba ahorrando para el viaje a China, pero no los necesito, vivo con mis padres, tengo de todo.

-Pero tu viaje… -se confundió Basilio.

Marina se encogió de hombros.

-Ahora ni me lo pienso…

Sonrió tímidamente, y los hoyuelos volvieron a adornar sus mejillas. Y Basilio recordó a su abuela, su sueño. De repente se sonrojó profundamente, sin saber por qué.

-Coja el dinero -dijo ella con insistencia-. Es lo correcto.

-Devolveré todo -dijo Basilio con voz ronca, aclarando su garganta y preguntó. – Si no vas a China, tal vez puedes venir el fin de semana. Paseamos, como la vez pasada…

Marina sonrió de nuevo y respondió:

-Con gusto…

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De todos modos, no le queda mucho tiempo, dijo la esposa con voz fría. Ven y habla con el médico tú mismo.