De pronto anunció que él se haría cargo de los gastos principales de la boda, dejándome a mí la totalidad del viaje.
Hace seis meses mi amiga Begoña se casó. Yo asistí a la ceremonia y, poco después, supe que ya había presentado la demanda de divorcio. Eran una pareja tan bonita que algo debió haber fallado; por eso la llamé el fin de semana y quedamos para ponernos al día.
Llegó un poco retrasada al café que siempre frecuentamos, el Café del Centro. Respiraba con dificultad, como si hubiera corrido. Bromeé diciendo que había llegado tarde, pero ella estaba más bien agotada. Algo estaba mal, porque Begoña suele ser una contadora de chistes impecable.
Begoña, no me andes con rodeos. ¿Por qué queréis divorciaros? ¿Te engañó? ¿Qué ha pasado?
No. No me engañó ni me ha golpeado. Es simplemente avaricioso. Por eso hemos decidido separarnos.
¿Avaro hasta el punto de divorciarse?
Ya sabes. Desde el primer día él insistía en que dividierais todos los gastos por igual. Al principio pensé que sólo hablaba de la boda. Evidentemente él no podía pagar nada, así que yo aporté una parte. Pero luego empezó a exigir que yo pagara exactamente lo mismo que él. Yo gano tres veces más que él. Esperaba que, de vez en cuando, me hiciera algún capricho, pero no fue así. Empezó a enseñarme a ahorrar a la fuerza.
Cada día calculábamos juntos los gastos del día anterior. ¡Incluso me pedía los recibos! Al principio creí que quería controlar los gastos de la boda, pero la cosa iba más allá: quería mejorar nuestra situación financiera a cualquier precio. Cuando organizamos la boda, lo pagamos todo nosotros sin ayuda de los padres, y la presión solo empeoró. Lleva un cuaderno especial donde debía anotarme cada gasto y justificarlo.
¿Te pidió que presentaras una solicitud para la comida?
Una vez se enfadó tanto porque compré unos zapatos sin consultarle que me obligó a preguntarle antes de adquirir cualquier cosa cara y, después, a informarle de la compra.
¿Por qué no te escapaste antes?
No lo sé. Lo peor que viví fue el fiasco de nuestro viaje a Marruecos, planeado como luna de miel antes de la boda. Ahorré durante años y pedí préstamos a amigos, confiando en que él también aportaría. Entonces, de repente, dijo que él había cubierto los principales costes de la boda, así que yo tendría que pagar todo el viaje. Me acusó de no saber ahorrar. Dos días antes, anunció que él mismo iría a Marruecos y conseguiría el dinero del viaje. Esa frase casi me deja sin aliento. Esa misma noche partió con una maleta; no lo despedí, simplemente se fue. Yo empecé a empacar mis cosas. Ayer presenté la demanda de divorcio.
Le he apoyado en todo lo que he podido. Nadie necesita a un hombre tan codicioso. Lástima que Begoña no se diera cuenta antes de casarse. Mejor divorciarse ahora que sufrir años. Un hombre así no perdonaría ni a sus propios hijos.
Al final, la historia enseña que la verdadera unión se basa en el respeto y la generosidad, no en la avaricia ni en el control económico. Sólo cuando se valora la igualdad y el apoyo mutuo, el amor puede florecer de forma sana.







