De regreso del restaurante: una celebración especial de cumpleaños.

Sara regresaba con su marido del restaurante donde habían celebrado su cumpleaños. Había sido una noche estupenda. Mucha gente, familiares, compañeros de trabajo. Sara conocía a pocos, pero si Antonio los había invitado, sería por algo.

Sara no era de las que discutía las decisiones de su esposo, no le gustaban los escándalos ni los conflictos. Prefería ceder a Antonio antes que intentar tener razón.
-Sara, ¿tienes las llaves del piso? ¿Puedes sacarlas?
Sara abrió su bolso, buscando las llaves. De repente sintió un dolor agudo, y al tirar de la mano, el bolso cayó al suelo.
-¿Por qué gritas?
-Me pinché con algo.
-¡Con la cantidad de cosas en tu bolso, no me extraña!

Sara no discutió con Antonio. Recogió el bolso y sacó las llaves con cuidado. Entraron en el piso y Sara se olvidó del pinchazo. Estaba agotada, le dolían los pies y solo quería ducharse y dormir.

Al despertar, un fuerte dolor en la mano la sorprendió; su dedo estaba enrojecido e hinchado. Recordó lo del día anterior y revisó frenéticamente el bolso. Encontró en el fondo una aguja oxidada y grande.

-¿Qué es esto?
Sara no entendía cómo había llegado allí. Tiró la aguja a la basura y fue a buscar un botiquín para curarse la herida. Después de vendarse el dedo, se fue al trabajo. Pero para la hora de almuerzo, ya tenía fiebre.

Llamó a Antonio:
-Antonio, no sé qué hacer. Desde ayer me siento fatal. Tengo fiebre, dolor de cabeza, todo el cuerpo me duele. Imagínate que encontré una aguja oxidada en mi bolso y fue con lo que me pinché.
-Deberías ir al médico, no sea que sea tétanos o una infección en la sangre.
-Antonio, no exageres. Me he cuidado la herida, estaré bien.

Pero cada hora que pasaba, Sara se sentía peor. Apenas pudo aguantar hasta el final de la jornada laboral, tomó un taxi a casa, pues sabía que no podría volver en transporte público. Al llegar, se dejó caer en el sofá, sumida en un sueño profundo.

Soñó con su abuela Carmen, quien había fallecido cuando Sara era pequeña. Aunque nunca la había conocido bien, en el sueño sabía que era ella. La abuela, encorvada, guiaba a Sara por un campo, mostrándole las hierbas que debía recoger para preparar un brebaje que limpiaría su cuerpo. Le advirtió que había alguien que le deseaba el mal, pero para enfrentarlo, debía sobrevivir. Sara tenía poco tiempo.

Despertó sobresaltada, con el sudor cubriendo su cuerpo. Pensó que había dormido horas, pero solo habían sido minutos. Oyó la puerta y vio entrar a Antonio. Al verla, exclamó:
-¡¿Qué te pasó?! Deberías mirarte en el espejo.

Sara fue al espejo. Ayer, era una chica sonriente; ahora, reflejada, se veía irreconocible. El cabello enmarañado, ojeras, la piel pálida, la mirada vacía.
-¿Qué está pasando?

Recordó el sueño. Le dijo a su marido:
-Vi a mi abuela en sueños. Me dijo lo que debo hacer…
-Sara, vístete, vamos al hospital.
-No iré. Abuela dijo que los médicos no pueden ayudarme.

La discusión que siguió fue intensa. Antonio estaba furioso y, en un intento por llevarla al médico a la fuerza, hubo un forcejeo que acabó con Sara cayendo al suelo, lastimándose al golpearse con una esquina. Molesto, Antonio salió de casa dejando a Sara atrás. Lo único que ella pudo hacer fue informar a su jefe que estaba enferma y necesitaría unos días.

Antonio regresó tardísimo, lleno de disculpas. Lo único que Sara pidió fue:
-¿Me llevarías mañana al pueblo donde vivía mi abuela?

A la mañana siguiente, Sara parecía más un espectro que una joven saludable. Antonio insistía:
-Sara, por favor, vamos al hospital. No quiero perderte.

Finalmente fueron al pueblo. Todo lo que recordaba era el nombre del lugar. No había vuelto desde que sus padres vendieron la casa de la abuela. Durante el trayecto Sara dormía. No estaba segura del campo al que debía ir, pero al acercarse al pueblo, se despertó y dijo:
-Debería ser por allí.

Con esfuerzo, salió del coche y cayó al suelo por el cansancio. Sin embargo, sabía que estaba en el lugar indicado por abuela Carmen. Recogió las hierbas del sueño y regresaron a casa. Antonio preparó la infusión tal como ella explicó. Sara la bebió lentamente, notando al instante una mejora.

Con dificultad, alcanzó el baño, y al levantarse vio su orina negra. En lugar de asustarse, repitió las palabras de su abuela:
-Lo malo está saliendo…

Esa noche, la abuela volvió en sueños, sonriendo. Explicó:
-Alguien te ha echado mal de ojo con esa aguja oxidada. Mi infusión te ayudará, pero no durará. Debes devolver el mal a quien lo hizo. No sé quién fue ni veo quién está detrás, pero tu esposo está conectado. Si no hubieras tirado aquella aguja, podría decir más. Ahora…

Irás a comprar un paquete de agujas, sobre la más grande, recitarás: “¡Espíritus de la noche, que antes vivieron! Escúchenme ahora, fantasmas nocturnos, que la verdad profeticen. ¡Rodeadme, apuntadme, ayudadme a encontrar a mi enemigo…!” Esa aguja póntela en el bolso de tu esposo. Quien te hizo el mal se pinchará con ella y entonces sabremos su nombre y cómo se lo devuelves.

La abuela desapareció como una bruma.

Al despertar, Sara seguía sintiéndose terriblemente mal, pero confiaba en que sanaría. Sabía que abuela la estaba ayudando. Antonio decidió quedarse en casa para cuidar de ella. Se sorprendió cuando Sara se alistó para salir al mercado, sola:

-Sara, apenas te sostienes. Déjame acompañarte.
-Antonio, hazme una sopa, tengo un hambre feroz tras este virus.

Sara siguió las instrucciones de su abuela. Esa noche, la aguja estaba en el bolso de Antonio. Antes de dormir, él preguntó:
-¿Estás segura de poder arreglártelas sola? ¿No prefieres que me quede contigo?
-Lo lograré.

Aunque Sara mejoraba, sabía que el mal persistía, sintiendo como se movía por todo su cuerpo. Pero la infusión, ya en su tercer día, actuaba como antídoto. Esperó ansiosa el regreso de Antonio, quien fue recibido con la pregunta:
-¿Cómo fue tu día?
-Todo bien, pero ¿por qué preguntas?
Sara estaba a punto de resignarse a que el causante del mal no se había revelado cuando Antonio añadió:
-¿Te imaginas, Sara? Hoy Irina, del otro departamento, intentó ayudarme a buscar las llaves en mi bolso, pues yo tenía las manos ocupadas. Y se pinchó con una aguja dentro. ¿De dónde habrá salido esa aguja? Me miró como si quisiera matarme.
-¿Qué hay entre tú e Irina?
-Sara, por favor. Solo te amo a ti. Ni Irina ni ninguna otra me interesa más que tú.
-¿Estaba ella en tu fiesta de cumpleaños?
-Sí, es una buena colega, nada más.

Las palabras de Antonio hicieron clic en Sara. Entendió cómo la aguja oxidada llegó a su bolso. Antonio fue a cenar y Sara se durmió, soñando nuevamente con la abuela. Esta le explicó cómo devolverle a Irina el mal que planeó contra ella. Irina intentó eliminarla para quedarse con Antonio. Y si no surtía efecto, recurriría a la magia nuevamente, no se detendría ante nada.

Sara siguió las instrucciones de su abuela. Poco después, Antonio comentó que Irina estaba de baja médica, más enferma, con los médicos perdidos.

Sara pidió a Antonio llevarla al pueblo los fines de semana, al cementerio al que no había vuelto desde el funeral. Llevó flores, unos guantes para desmalezar la tumba de la abuela. Con dificultad, localizó la tumba de abuela Carmen. Viendo la foto en el epitafio, reconoció el rostro que había venido a sus sueños, quien la había salvado.

Sara limpió la tumba, colocó las flores en una vasija y se sentó a agradecerlo:
-Abuela, perdona por no venir antes. Pensé que con que mis padres vinieran era suficiente, pero me equivoqué. Ahora vendré yo también. Si no fuera por ti, probablemente no estaría aquí.

Sintió entonces el suave roce de unas manos sobre sus hombros, se giró y únicamente una brisa ligera la acompañó.

Rate article
MagistrUm
De regreso del restaurante: una celebración especial de cumpleaños.