¿De dónde proviene esta foto? – Ivan palideció al ver la imagen de su padre desaparecido…

—¿De dónde sacaste esa foto? —preguntó David, palideciendo al ver la imagen de su padre desaparecido.

Cuando David regresó a casa después del trabajo, su madre regaba las plantas en el balcón. Inclinada sobre las macetas colgantes, acariciaba con cuidado cada hoja. Su rostro irradiaba una serenidad especial.

—Mamá, como una abejita —dijo David mientras se quitaba la chaqueta y la abrazó por los hombros—. ¿Otra vez todo el día de aquí para allá?

—Esto no es trabajo —respondió ella, sonriendo—, es descanso para el alma. Mira cómo florece todo. El aroma es tan intenso que parece un jardín botánico.

Se rió, suave y cálida, como siempre. David respiró el perfume de las flores y, sin querer, recordó su infancia en aquel pequeño piso de Madrid, donde su único “jardín” era una maceta con una planta que nunca paraba de perder hojas.

Mucho había cambiado desde entonces.

Ahora su madre pasaba horas en la casita que él le había comprado en las afueras como regalo por su cincuenta cumpleaños. No era grande, pero tenía un terreno donde podía sembrar lo que quisiera. En primavera cultivaba tomates y pimientos, en verano cuidaba sus rosales, en otoño envasaba mermelada, y en invierno esperaba impaciente a que volviera la luz del sol.

Pero David sabía que, por mucho que sonriera, en sus ojos vivía una tristeza callada. La misma que no desaparecería hasta que se cumpliera su mayor deseo: volver a ver al hombre que había esperado toda su vida.

Su padre. Había salido una mañana al trabajo y nunca regresó. David tenía cinco años. Su madre le contaba que aquel día le había dado un beso en la sien, como siempre, guiñado un ojo a su hijo y dicho: “Pórtate bien, campeón”. Y se fue, sin saber que sería para siempre.

Luego vinieron las denuncias en la policía, las búsquedas. Familiares, vecinos, conocidos murmuraban: “Quizá se fugó”, “¿Y si tiene otra familia?”, “A lo mejor le pasó algo”. Pero su madre siempre decía lo mismo:

—Él no se iría así. Si no ha vuelto, es porque no puede.

Esas palabras acompañaban a David incluso ahora, treinta años después. Estaba seguro: su padre no los habría abandonado. Simplemente, no podía ser.

Estudió ingeniería, aunque en secreto soñaba con ser periodista. Pero sabía que debía hacerse fuerte pronto. Su madre trabajaba como auxiliar en un hospital, haciendo turnos de noche sin quejarse. Incluso cuando las piernas le pesaban y los ojos le ardían de cansancio, decía:

—Todo irá bien, mi vida. Tú solo estudia.

Y él lo hizo. Por las noches, buscaba en bases de datos de desaparecidos, revisaba archivos, escribía en foros. La esperanza no moría, sino que se hacía más fuerte, parte de su ser. Creció sabiendo que, en ausencia de su padre, debía ser el sostén de su madre.

Cuando consiguió su primer buen trabajo, lo primero que hizo fue pagar sus deudas, luego abrió una cuenta de ahorros y, al fin, compró aquella casita.

—Se acabó, mamá. Ahora descansas.

Ella lloró entonces sin contenerse. Él la abrazó y murmuró:

—Te lo mereces mil veces. Gracias por todo.

Ahora David soñaba con formar su propia familia. Con una casa donde oliera a cocido y pan recién hecho. Donde los domingos sonara la risa de los niños. Pero por ahora trabajaba duro, ahorrando para montar su propio negocio. Tenía talento para arreglar cosas, siempre lo había.

Sin embargo, en su corazón ardía el mismo deseo: encontrar a su padre. Que un día ese hombre cruzara la puerta y dijera:

—Perdón. No pude volver antes.

Y ellos lo entenderían, lo perdonarían, se abrazarían. Finalmente, todo sería como debió ser.

A veces, David aún recordaba su voz. Cómo lo levantaba en brazos y decía: “¿Listo, mi valiente? ¿Volamos?”, antes de lanzarlo al aire y atraparlo con fuerza…

Esa noche, soñó con él otra vez. Su padre estaba junto a un río, con un abrigo viejo, llamándolo. Su rostro era borroso, pero los ojos… grises, profundos, los mismos de siempre.

Aunque su trabajo era estable, un sueldo solo no bastaba para emprender. Por las tardes, reparaba ordenadores, instalaba sistemas. En una noche podía pasar por dos o tres casas: impresoras que no funcionaban, wifi que se caía, actualizaciones pendientes. La gente lo apreciaba, especialmente los mayores. Era amable, paciente, claro.

Ese día, un conocido le avisó: una familia adinerada en una urbanización privada necesitaba configurar su red.

—Ven después de las seis. La dueña estará en casa —le dijeron.

David llegó puntual. Lo dejaron pasar tras el control de seguridad y se detuvo frente a una casa blanca con columnas y ventanales enormes. La puerta la abrió una joven de unos veinticinco años. Delgada, elegante, con un vestido sencillo pero caro.

—¿Eres el técnico? Pasa, por favor. Todo está en el despacho de mi padre. Está de viaje, pero quiere que lo dejes todo listo hoy —dijo con una sonrisa amable.

David la siguió por un pasillo largo. El aire olía a perfume fino, a lujo discreto. La casa era luminosa, casi impersonal. Un piano de cola, cuadros en las paredes, estanterías con libros, fotos enmarcadas. El despacho estaba impecable: madera oscura, una lámpara de escritorio verde, un monitor grande sobre el escritorio y un sillón de cuero.

Asintió, sacó sus herramientas y se sentó. Todo habría sido rutina si su mirada no hubiera topado con una de las fotos en la pared. Una pareja joven. Ella, de blanco, con flores en el pelo. Él, de traje gris, sonriendo. Aunque el tiempo había cambiado sus rasgos, una voz en su interior gritó: *Es él. Mi padre.*

Se levantó, se acercó. Los ojos grises, la línea de la mandíbula, el hoyuelo al sonreír… Era él.

—Disculpe… ¿quiénes son en esta foto? —preguntó, con voz insegura.

La joven lo miró sorprendida.

—Mi padre. ¿Lo conoces?

David no supo qué decir. Miró la foto como si fuera un fantasma. Sentía el corazón a punto de estallar. Finalmente, logró articular:

—Creo… que sí. —Respiró hondo—. ¿Podría contarme cómo se conocieron sus padres? Sé que es raro, pero es importante para mí.

Ella vaciló, pero respondió:

—Mi padre tuvo una vida peculiar. Era ingeniero. Conoció a mi madre de vacaciones, se enamoraron…

Lo observó con atención.

—¿Estás bien? Te has puesto pálido. ¿Quieres agua?

David asintió. Mientras ella salía, hizo algo que tal vez no debía. Abrió el explorador de archivos y buscó.

Una carpeta: *”Personal”*, con contraseña. Introdujo su fecha de nacimiento, y, sorprendentemente, se abrió. Dentro, fotos antiguas, documentos escaneados… y un archivo de texto sin nombre. Lo abrió.

Las palabras comenzaban abruptamente, como una confesión guardada demasiado tiempo:

*”Sabía que estaba mal. Desde el primer día. Ella era hermosa, inteligente, rica… y estaba enamorada. Yo no era nadie. Acababa de llegar, empezando de cero, y en ese momento parecía una oportunidad. Mentí. Dije que no tenía familia, que estaba solo. Creí que sería un romance pasajero. Nunca imaginé que llegaría tan lejos. Pero todo se aceleró: me presentó a susSu padre se despidió de ella con un beso en la estación de tren, prometiendo volver pronto, pero el destino lo llevó por otro camino, dejando atrás un amor que nunca olvidó y un hijo que siempre lo recordaría.

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¿De dónde proviene esta foto? – Ivan palideció al ver la imagen de su padre desaparecido…