Vale, chicos, la pesca puede esperar decidió Víctor, agarrando la red de pesca. Hay que rescatar al pobre.
Víctor manejaba la lancha sobre las tranquilas aguas del embalse de Valmayor, mientras sus pasajeros, turistas de Madrid, lanzaban sus cañas con entusiasmo. El día era espléndido: el sol brillaba en lo alto, una brisa suave acariciaba el agua y los peces picaban sin cesar.
Víctor, ¿qué es eso que flota allá? gritó de repente uno de los excursionistas, señalando hacia la distancia.
El capitán entrecerró los ojos, escrutando el horizonte acuático:
Parece un pájaro No, algo raro.
Cuando la lancha se acercó, todos se miraron con asombro. En el agua, apenas manteniéndose a flote, forcejeaba desesperadamente un gato. Pelirrojo, empapado y completamente agotado.
¡Madre mía! murmuró Víctor, sacudiendo la cabeza. ¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¡La orilla está a kilómetro y medio!
¿Se habrá caído de algún barco? sugirió uno.
O lo arrastró la corriente añadió otro.
El gato maulló lastimeramente, intentando nadar hacia la lancha, pero sus fuerzas flaqueaban.
Vale, chicos, la pesca puede esperar repitió Víctor, cogiendo la red con decisión. Hay que salvar al pobre.
Sacarlo no fue fácil. El animal, asustado, arañaba y se retorcía. Pero al fin lograron arrimarlo a la red y subirlo con cuidado a bordo.
Está hecho polvo susurró Víctor, envolviendo al tembloroso felino en una chaqueta. ¿Cuánto tiempo habrá estado ahí?
El gato se arrinconó en la cubierta, observando a los humanos con ojos cautelosos y asustados. Su pelaje, empapado, se erizaba en todas direcciones; los bigotes, temblorosos.
Qué preciosidad se enterneció la esposa de uno de los turistas. Y tan joven.
Habrá que llevarlo al veterinario dijo Víctor, preocupado. Quién sabe cuánta agua habrá tragado.
El veterinario lo examinó y los tranquilizó:
Está sano, aunque agotado. Deshidratado y asustado, pero vivito. Con unos días de reposo, estará como nuevo.
¿Y si buscamos a sus dueños? preguntó Víctor.
Podéis poner anuncios, pero parece callejero.
Víctor se lo llevó a casa. Su esposa, Carmen, recibió al “invitado” con calidez:
¡Ay, qué flaco estás! Ahora mismo te ponemos bueno.
Los primeros días, el gato se escondió bajo el sofá, saliendo solo para comer. Poco a poco, empezó a explorar su nuevo hogar. Y a la semana, ya ronroneaba cuando Carmen le acariciaba el lomo.
Mira dijo Víctor a su mujer, ¿y si nos lo quedamos? No creo que aparezca el dueño.
A mí me encantaría sonrió Carmen. Siempre quise un gatito. ¿Y cómo lo llamamos?
Afortunado respondió Víctor sin dudar. No todos logran salvarse en mitad del agua.
El gato, al oír su nuevo nombre, levantó la cabeza y maulló fuerte, como aprobando la elección.
Un mes después, Afortunado era ya parte de la familia. Recibía a Víctor en la puerta, se acurrucaba en el regazo de Carmen y mendigaba sardinas en






