¿Dar a luz a los cuarenta y siete? Riesgos, beneficios y experiencias reales

—¿Tener un hijo a los cuarenta y siete?
—¡¿Te has vuelto loca?! ¡A tu edad! —gritaba Valentina, la amiga y compañera de trabajo de Ana.

—¿Y qué quieres que haga, Vale? El niño ya viene en camino —respondió Ana, encogiéndose de hombros con cierta culpa.

—¡Pues hay mil formas de solucionarlo! Pastillas, aspiraciones…

—¡Vale, no voy a matar a mi hijo! —la interrumpió Ana con firmeza—. No sé si lo lograré llevar a término, pero si Dios quiere, nacerá.

—Bueno, allá tú —dijo Valentina, haciendo un gesto de desprecio—. ¡Tonta!

Ana caminaba a casa confundida. Se arrepentía de haberle contado primero a su amiga y no a Javier. Pero, al mismo tiempo, estaba contenta de haber tomado una decisión. Las críticas de Vale solo la convencieron más de que debía seguir adelante. Ahora quedaba decírselo a su madre y a su hijo mayor, Adrián.

No temía la reacción de Javier. Él siempre había querido un hijo, desde que empezaron su relación.

Llevaban diez años juntos, desde que Ana se divorció de su primer marido, el padre de Adrián. El divorcio fue rápido: ni siquiera tuvo que dar explicaciones en el juicio, porque Raúl llegó borracho. El juez le hizo un par de preguntas y dictó sentencia: «Está claro. Señora, divórciese de este borracho, no hay más que discutir».

Ese mismo día, Raúl desapareció de su vida, no sin antes declarar que no pensaba pagar la manutención.

Ana ni siquiera lo demandó. Estaba aliviada de haberse librado de esa carga. Tras el divorcio, incluso decidió que no volvería a mezclarse con ningún hombre.

Pero poco después, llegó Javier a la fábrica. Empezó a cortejarla de manera torpe pero sincera, y a ella le gustó. Un mes después de conocerse, empezaron a salir. Otro mes más tarde, Ana presentó a Javier a Adrián, de once años. Se hicieron amigos al instante.

—Tío Javier, ven a casa cuando quieras —pidió Adrián.

—Claro que sí.

Y así fue. Javier llevaba regalos y comida, hasta que, sin darse cuenta, se mudó con ellos.

—Ana, dame una hijita —le pidió Javier un año después. Ella tenía treinta y ocho años y creía que era tarde. Se ruborizó y se encogió de hombros… pero luego fue al médico y se puso un DIU.

Justo cuando hablaban de tener un hijo, la exmujer de Javier viajó a un balneario y no pudo llevarse a su hija porque la niña estaba enferma.

—¿Podrías cuidar a Lucía unos días? —le pidió a Ana.

Ana accedió. Lucía era una niña dulce y obediente. Pero cada día, la ex de Javier llamaba desde el balneario preguntando por ella. Él respondía con detalles, y Ana sintió celos. Temía perderlo, así que decidió darle una hija para asegurarse de que no volvería con su ex.

Pero tras quitarse el DIU, el embarazo no llegaba. Fue al médico, se hizo pruebas. Todo estaba bien. Le sugirieron examinar a Javier, pero él se negó:

—¡No iré a ningún médico! Si no llega, será por algo. Criaremos a Lucía y a Adrián, y esperaremos nietos.

Por más que Ana insistió, Javier no cedió. Hasta que, de repente… ¡sorpresa!

«Seis semanas. Embarazo normal. Latido presente…»

—¿Cómo voy a llevar un embarazo a los cuarenta y siete? —preguntó Ana al médico.

La ginecóloga sonrió.

—No es la primera ni la última. Mujeres como usted tienen hijos y los crían perfectamente. Pero la decisión es suya.

Dudó, por eso se lo contó primero a Valentina. Tras su reacción, tomó una decisión firme.

«¡Nadie me va a convencer de lo contrario! ¡Tendré a mi hija y nadie me impedirá darle vida!», pensó camino a casa. Llamó a Javier y le advirtió que tenía algo importante que decirle.

—¿Qué pasa? —preguntó él al verla entrar.

—No me pasa a mí. Nos pasa. Vamos a ser padres.

—¿Estás embarazada?

—Seis semanas. Hoy me hicieron una ecografía.

—Ana… ya casi tenemos cincuenta. ¿Cómo lo criaremos?

—¡Javier! ¡Como sea! ¿No podrías apoyarme?

—¡Claro que sí! ¡Estoy contento! —se apresuró a decir—. Es solo el susto. Pero tienes razón. Lo haremos. Hace tiempo que pienso en montar un taller en el cobertizo. Podré trabajar más. Ahora tengo motivación.

—Hazlo. Necesitaremos el dinero.

Con el apoyo de Javier, Ana decidió contárselo a su madre al día siguiente. Su madre la había tenido a ella casi a los cuarenta, así que esperaba comprensión. Pero la reacción fue fría:

—¿Sabes que a tu edad hay más riesgo de problemas? ¿Por qué te arriesgas? Haz algo antes de que sea tarde.

—¿En serio, mamá? ¿No te gustaría tener otra nieta?

—¿Para qué? Pronto necesitaré que me cuiden a mí. ¡Estoy vieja!

—¡No digas eso! Estás en plena forma.

—Tonterías. No cuentes conmigo. Ya crié a Adrián. Este lo tendrás que cuidar tú.

—¡Tengo a Javier!

—Sí, pero no están casados.

—¿Y qué?

—Tu primer marido también lo era, y mira cómo acabó.

—¡No compares! Raúl era un borracho que me robaba. Javier me ha mantenido diez años.

—Pero no se casa. ¿Por qué no te pide matrimonio? Ni siquiera lo ha mencionado tras lo del bebé. Menos mal que no ha empacado sus cosas.

—Bueno, mamá, me voy. A ver si Javier no ha hecho las maletas —dijo Ana, dolida.

—Anda, ve. Corre tras él. ¡Como si fueras una veinteañera!

La conversación la dejó mal. Al llegar a casa, sintió mareos y dolor. Javier estaba trabajando, así que llamó a una ambulancia.

—Tienes la presión alta. Si quiere conservar el embarazo, deberá estar en reposo —dijo el médico. Ana aceptó.

Al día siguiente, le explicaron:

—Si quiere seguir adelante, tendrá que estar hospitalizada casi todo el embarazo.

—Lo que sea necesario —respondió Ana, decidida.

Javier prometió ocuparse de todo, incluso de visitar a su suegra.

—Gracias, cariño —dijo Ana—. Mamá tiene miedo de quedarse sola por el bebé.

—Ya veo. Tanto miedo que casi te mata del susto.

—No te enfades con ella. Son cosas de la edad.

—No me enfado. En todos estos años ya me acostumbré. Mi suegra es… algo especial.

—Técnicamente, no es tu suegra —dijo Ana tímidamente.

—Eso tiene arreglo. Seremos marido y mujer, pero después. Cuando nazca el bebé. Ahora no podemos ir al registro, tú no puedes levantarte…

—¿Me estás pidiendo matrimonio?

—Puedes tomarlo así.

—¡Pues acepto!

—Me alegra oírlo. Porque ya le dije a Adrián que nos casaremos. Y lo del bebé. Se puso contento y dijo que quería un hermanito.

—¡Qué pillo! Por eso no me preguntó cómo estaba cuando llamó. Mejor así, estaba preocupada por su reacción.

—No te preocupes por nada. Yo me ocupo. Tú solo descansa.

Ana pasó meses en el hospital. Fue duro. Javier la visitaba casi a diario, Adrián llamaba (estaba en la universidad), pero echaba de menos el apoyo de su madre. Valentina tampoco llamó desde su pelea.

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