Dando la bienvenida al hijo de la amante de mi pareja.

Lo conté todo a Javier. Cada palabra que salió de mis labios sonaba lejana, como si relatara una historia ajena, como si fuera la voz de otra mujer atrapada en una tragedia escrita hace mucho. Pero no. Era mi vida. Mi pesadilla. Mi verdad. La voz me quebraba, y más de una vez, creí que no podría continuar. Sin embargo, debía hacerlo. Necesitaba liberarme.

—El niño… el niño que di a luz —musité, casi sin aliento— no era mío.

Alcé la mirada y vi su ceño fruncirse, desconcertado.

—¿Cómo que no era tuyo?

—Alguien cambió mi embrión —continué, ahogándome entre lágrimas—. Lo sustituyeron por otro, con los genes de mi marido… y de su querida.

Javier abrió los ojos como si un rayo lo hubiera alcanzado.

—¿Qué…?

—Sí —asentí—. Querían que lo llevara dentro de mí. Que lo pariera. Que lo inscribiera como propio… Y después… matarme. Así, ese niño heredaría todo: mi fortuna, el seguro, los bienes.

Saqué un pequeño pendrive del bolso.

—Tengo pruebas. Hay un vídeo…

Se lo entregué. Lo insertó en su portátil en silencio, las manos tensas. La luz de la pantalla iluminó su rostro. Y entonces lo vio. A él… y a ella. Su amante. Mi verdugo. Ambos desnudos, riendo, entre caricias repugnantes y besos fingidos. Luego, hablaron de mí.

—Pronto parirá esa estúpida —dijo ella—. Dime, ¿cuándo la haremos desaparecer?

—Espera a que registre al crío —respondió él con frialdad—. Apenas lo haga… buscaré la manera de provocar un accidente. Cortaré los frenos. Todo parecerá un infortunio.

—¿Frenos? Cariño, esto no es una película. Necesitamos algo… más definitivo.

—Ya me costó una fortuna que tu cómplice, Luisa, nos ayudara en la clínica. Cambiar embriones no fue fácil… ni barato. Tuve que fingir pérdidas millonarias para justificar el dinero. No puede fallar, Marina. No puede.

El vídeo se detuvo.

Javier se levantó. El hombre poderoso que todos temían. El león que rugía en las salas de juntas. El tiburón que devoraba a sus rivales sin piedad, ahora temblaba de rabia, los ojos inyectados en sangre, la respiración agitada, como si el odio le ahogara.

—¡Están muertos! —rugió—. ¡Los haré pedazos! ¡Con mis propias manos si hace falta!

—¡No! —lo detuve, poniéndome en pie—. No todavía.

Me miró como si hubiera perdido el juicio. Y quizás era cierto. Quizás ya no quedaba cordura en mí.

—Antes… quiero que sufran. Que ardan en su propia miseria, como yo he ardido en silencio. Que sientan miedo, que se miren al espejo y no reconozcan el infierno que ellos mismos crearon. Quiero… venganza.

Javier se acercó. Me miró con una intensidad que no comprendí. Y entonces, asintió.

—Está bien. Si eso deseas, lo haré. Te ayudaré.

Lo miré, atónita. No lo entendía.

—¿Qué…? ¿Qué dices?

—Te ayudaré —repitió con firmeza—. Si quieres que paguen… haré que paguen. Y caro. Les arrebataremos todo. Su paz, su poder, su seguridad. Todo.

Respiré con dificultad. El pecho me ardía de emoción. Lo miré con los ojos empañados, incrédula todavía.

—¿Por qué…? ¿Por qué me ayudas, Javier?

Él bajó la mirada un instante. Luego la alzó, y sus ojos brillaban con algo… algo que no lograba descifrar, pero anhelaba entender.

—¿Por qué crees que viniste a mí, Carmen? ¿Por qué… precisamente a mí?

No supe qué responder. Bajé la vista, pero entonces hablé con el corazón, con la razón que me trajo hasta él.

—No lo sé… solo… eras el único lugar donde me sentía segura. No sabía adónde ir. Y aquí… me sentí a salvo.

Javier se acercó más. Sus manos firmes se posaron sobre mis hombros. Sentí su calor. Y por un momento, el miedo se desvaneció.

—Este lugar siempre será tu refugio, Carmen. Aquí nadie te hará daño. Puedes contar conmigo.

Yo temblaba.

—Pero… no deberías meterte. Es peligroso…

Entonces gritó, con una fuerza que estremeció mi alma:

—¡Me meto porque me importas! ¡Porque… siempre te he amado, Carmen! ¡Siempre!

El mundo se detuvo. Esperaba muchas cosas: un reproche, un consejo, un grito… pero nunca esto. Nunca un «te amo». No cuando mi vida era un caos. No cuando solo era ceniza de la mujer que un día fui.

Y sin embargo… ahí estaba él. Amándome entre las ruinas.

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Dando la bienvenida al hijo de la amante de mi pareja.