Cuidadora Infantil

Llevaba un sombrerito y en sus brazos había un perro de raza carlino. Pero lo principal es que tanto la mujer como el carlino, al ver a Alejandro, le sonrieron con la misma sonrisa.

Él, sorprendido, les devolvió la sonrisa.
—¿Cuántos años tiene nuestro niño? —preguntó la mujer en lugar de saludar.
—¿Perdón? —respondió Alejandro sin entender.
—Cuando hablamos por teléfono, no me dijiste la edad de tu hijo.
—Tiene tres… Casi cuatro…
—Perfecto… —la mujer dejó al carlino en el suelo. —Lola, ve a conocer.
Lola, tambaleándose graciosamente sobre sus patas, fue despacio a explorar el nuevo piso.
—Y… ¿ella, tu Lola, muerde? —preguntó Alejandro algo preocupado.
Pero desde la habitación del niño ya se escuchaban los gritos de entusiasmo…

Tal como acordaron, Alejandro regresó a las nueve en punto de la noche. Abriendo el piso con sus llaves, le sorprendió el silencio. Se deslizó de puntillas hasta la habitación de su hijo, y a la tenue luz le sorprendió una escena peculiar: Iván, por alguna razón, dormía, y a sus pies, dormía también la perrita Lola.

—¿Has vuelto? —se oyó un susurro detrás de él.
Alejandro se dio la vuelta.
—Como prometí. Aquí tienes… —susurró, extendiendo billetes hacia la mujer. —Gracias… ¿Y por qué Iván está dormido? Siempre se duerme más tarde de las diez.
—Porque lo pasó muy bien —dijo la mujer con cansancio. —Con tu permiso… —Ella se acercó a la cama infantil, cogió a Lola en brazos y la llevó al vestíbulo.

—Déjame que te llame un taxi —ofreció Alejandro. —Mi invitación…
—No hace falta… Aún no hemos salido a pasear antes de dormir…
—Insisto, ¡es necesario! —dijo Alejandro con firmeza. —El tiempo está horrible. Llega a tu casa y allí paseas lo que quieras.

Ella accedió, le dio su dirección, él llamó a la operadora y, al oír la tarifa, le dio un extra a la mujer.

—Gracias… —asintió la mujer. —Esperaré el coche en la calle.

Cuando ella se fue, Alejandro recordó que se le olvidó preguntar su nombre. Entró al cuarto de baño y, para su sorpresa, encontró ropa infantil colgada, lavada por la niñera —toda una pila de prendas.
«¡Esto es el colmo! ¡No quedamos en esto!» —pensó con disgusto. Pero al entrar a la cocina, su enfado creció aún más. Sobre la cocina había una cazuela con un papel que decía: “¡Desayuno para Iván!”

De inmediato le vino a la mente la frase de su hermana, quien decía que quería casarlo, y decidió que jamás volvería a llamar a esa niñera.

La mañana siguiente comenzó cuando Iván se lanzó a su cama.
—Papá, ¿cuándo viene la tía Lucía? —gritó alegremente su hijo.
—¿Qué tía Lucía? —refunfuñó Alejandro con disgusto. —Iván, déjame dormir.
—La tía Lucía. La niñera. La que vino ayer.

El sueño se esfumó al instante.
—¡No volverá a venir! —dijo con firmeza a su hijo. —Nunca más.

—Papá… —los ojos de Iván reflejaron pavor y Alejandro se asustó un poco. —¿Y Lola? ¿No vendrá?

—No… —respondió Alejandro en voz baja, luego recapacitó y abrazó a su hijo. —¿Quieres que te compre un perrito? ¡Hoy mismo! ¡Un cachorrito!

Iván, por alguna razón, se soltó del abrazo de su padre y se retiró a su habitación.

Desayunaron en silencio. Su hijo miraba abstraído al vacío.
—Vamos, Iván, ¿qué te pasa? —dijo Alejandro con suavidad. —¿Qué tiene esa Lola? Vivíamos sin ella y seguiremos viviendo. ¿Quién es más importante para ti, yo o el perro?

—Tú, —respondió su hijo con voz apagada, se levantó y se fue a su habitación.

A Alejandro se le quitó el apetito. Se acercó sigilosamente a la puerta cerrada de su hijo y escuchó. De la habitación venía un leve llanto infantil.

Regresó a la cocina pensativo, sacó su móvil y marcó el número de la niñera.

El tono de llamada tardó mucho en ser contestado, hasta que se oyó una voz tranquila:
—Dígame…

—Le habla el papá de Iván, el niño de ayer—acomenzó a decir Alejandro, cuando de repente una voz masculina borracha interrumpió:
—¿Quién te está llamando ahora? —Y Alejandro escuchó una serie de insultos.

—¿Qué sucede ahí?.. —preguntó preocupado. —¿Quién es?

—Nada… —respondió la niñera con desánimo… —Aquí… Mi exmarido vino y no se calma… Lo siento… Yo le llamo de vuelta…

—¡Te llamaré de vuelta yo! – inmediatamente gritó la voz ebria.

Luego se escuchó un ladrido histérico del perro, un chillido femenino y el llanto lastimero y prolongado de Lola.

La conexión se cortó. Alejandro sintió cómo su corazón latía fréneticamente. En el hogar de “la dama con el perrito” claramente ocurría algo terrible.

La dirección de la niñera le vino a la mente, la misma a la que había pedido el taxi el día anterior. No sabía el número del apartamento, pero había que hacer algo…

Gritándole a su hijo: “Salgo un momento”, Alejandro corrió hacia la salida. En un minuto estaba arrancando el coche, y quince minutos después estaba frente a la casa adecuada.
—Señora, —se dirigió apresuradamente a la primera anciana que encontró. —En su edificio vive una dama con un perrito. Con sombrero. ¿Sabe usted en qué apartamento?

Un par de minutos después, Alejandro estaba en el quinto piso, frente a la puerta, tras la cual aún se escuchaba la voz histérica de un hombre borracho.
Pulsó el timbre de la puerta con el dedo y no lo soltó hasta que la puerta se abrió, revelando la figura de un hombre.

—¿Tú quién eres? – preguntó insolente la figura, que de inmediato cayó tras un golpe bien dirigido…

Alejandro, conteniendo toda la rabia que sentía, esperaba pacientemente hasta que aquel tipo, mientras se restregaba la sangre por la cara, se levantara por sí mismo del suelo del vestíbulo.

—Si vuelves aquí, te lanzo por la ventana. Y ahora —dijo Alejandro señalando la puerta—. Lárgate. E intenta no moverte…

El exmarido desapareció. Alejandro entró a la sala sombría. La niñera estaba sentada en un sillón, llorando en silencio, como Iván, abrazando al perro.

El corazón de Alejandro dio un vuelco.
—¿Están bien? —preguntó a la niñera. Al ver que no lo comprendía, aclaró: —Pregunto si su Lola está bien. Oí cómo lloraba…

—Está bien, —asintió la niñera con cansancio. Después susurró: —Cómo lo odio…

—No volverá —le prometió Alejandro.

—Volverá…—dijo resignada. —No lo conoces…

—Y tú no me conoces a mí —dijo él sonriendo mientras se acercaba, tomando la temblorosa Lola de sus manos y acariciándola torpemente. —Qué suave es al tacto… Claro, por eso Iván la adora… Vámonos, Lucía…

—¿Qué? –no comprendió ella. —¿A dónde?

—A ver a Iván, ¿a dónde si no?… Él les espera. Mucho.

—¿Estás bromeando?.. —Lo miró con atención.

—No… No bromeo… —contestó Alejandro mirándola a los ojos. No sabía bien lo que le estaba ocurriendo, pero una cosa estaba clara: todo lo que hacía, era lo correcto.

—No puedes quedarte aquí. Además… Iván se niega a desayunar sin ti, con el desayuno que le dejaste…

Alejandro, con Lola en los brazos, se dirigió hacia la puerta.
– Apúrate, Lucía. Por cierto, me llamo Alejandro. Te espero en el coche.

—Está bien… —asintió ella sin moverse. —Solo me reuniré con mis pensamientos… Y te alcanzaré…

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