Cuando se ama de verdad, se pierde la razón

Celia, ¿no crees que volvamos al pueblo? No sé cómo adaptarme a la vida de la gran ciudad. Llevo tres años aquí y me siento como una extraña. Además, al aire libre es mejor, y si de casualidad te das a la luz allí le propuso Juan a su esposa.

Juan, no vas a creerlo, pero ayer pensé en lo mismo. Creo que volveré a trabajar en la escuela del pueblo; tal vez un cambio de aires nos haga bien. contestó Celia, suspirando.

Celia, mi amor, ¡decidido! exclamó Juan.

Juan y Celia se casaron hace cuatro años. Tras terminar la universidad, ella se trasladó al pueblo donde vivían y empezó a dar clases en la escuela local. Fue allí donde nació su gran amor y, después de un tiempo, se dijeron sí.

Un año después, Celia tuvo que volver a Madrid porque su madre enfermó gravemente; la familia se mudó de nuevo a la capital. Hace un año la madre falleció.

Juan y Celia llevan una vida tranquila y se quieren mucho, pero les pesa no tener hijos, algo que ambos anhelan. Celia se ha hecho los chequeos habituales, pero los médicos aseguran que todo está bien.

Así que empaquetaron sus cosas a toda prisa, alquilaron una furgoneta y se mudaron al pueblo a la casa de la madre de Juan, una anciana que vivía sola.

¡Alabado sea Dios! exclamó María, la suegra, al ver las maletas. ¿Pensabais que nos íbamos a quedar sin vosotros? Yo le he pedido al Señor que os traiga de vuelta y, ¡mirad! dijo con una sonrisa sincera. La habitación está libre, cabrá todo, y antes vivíamos bien. Tu padre, Juan, ya se fue hace un año lo echo de menos. Por eso rogué al Creador que os devolviera aquí. Y voilà

Juan consiguió de nuevo trabajo en el taller mecánico del pueblo; lo recibieron con gusto, y Celia volvió a la escuela.

Buenos días, Celia Sánchez la recibió con alegría el director de la escuela, el señor Fernando Martínez. Qué bueno que habéis regresado; tenemos una plaza disponible y no todos quieren mudarse al campo.

El viernes por la tarde María organizó una cena en su casa. Sabía que los vecinos, los amigos de Juan, los antiguos alumnos y sus padres vendrían a celebrar el regreso de la querida Celia, a quien en el pueblo llamaban “Celu”. El más entusiasmado era Sergio, al que Celia había sacado del “fango”, es decir, de la botella del bar del pueblo.

Nadie en el pueblo creía que Sergio dejaría de beber, pero Celia le echó una mano. Sergio entró en el patio de María, vio a Juan y a su hermano mayor, los abrazó con fuerza, incluso sin decir hola.

¿De verdad? preguntó Juan. El rumor corre que habéis vuelto a instalaros aquí. Yo entiendo que eres del sitio, pero ella ¡es maestra de la ciudad!

Volvemos para quedarnos contestó Juan, dándole una palmada en el hombro a Sergio.

¿Y dónde está nuestra Celia Sánchez? inquirió Sergio, entrando de inmediato en la casa. Al ver a Celia, la levantó, la hizo dar una vuelta y la dejó en el suelo.

¡Celu, Celu Sánchez, qué alegría verte! exclamó Sergio.

Desde la puerta, Juan se asomó sonriendo.

Al fin lo entiendo todo. Os espero en casa; mi Verónica estará encantada. Tengo que volver a casa, que yo prometí a mi mujer y a mi hija que les cuidaría. Mañana os esperamos ¡no falten! salió de prisa.

¿No bebe? le preguntó Celia a su suegra.

Ni lo sueñes. Desde entonces no ha tomado ni una gota. Ama a su hija, que ya lleva casi dos años.

¿Y cómo se llama la niña?

Celia, ¿no se te ocurre? sonrió María. ¿Sigues preguntando?

¿Celia? Igual que yo repuso Sergio. Lo digo en tu honor, ¿no la recuerdas? Nadie creía que pudieras convertir a ese tío en una persona decente

Al día siguiente, Celia y Juan fueron a casa de Sergio. Verónica, su esposa, ya había puesto la mesa, y de una habitación pequeña salió una muñeca diminuta con rizos idénticos a los de Sergio, ojos azules y mejillas sonrosadas. Se acercó tímida.

Mira, hija, a quién nos visita dijo Sergio. El tío se llama Juan y la tía, como tú, Celia.

Hola, Celia se sentó Celia frente a ella y le entregó la muñeca.

La niña abrazó la muñeca, tomó la mano de Celia y la llevó a su cuarto.

Bueno, Juan, has perdido a tu esposa bromeó Sergio. Pero le ha gustado a nuestra hija. No encaja con nadie, se esconde detrás de nosotros y ahora ¡tú le has devuelto el buen humor!

Llegaron más parientes de Sergio y Verónica; ocho personas se sentaron a la mesa y, poco a poco, fueron llegando más vecinos, que siempre acuden a los banquetes rurales. Cada cual trajo pasteles, mermeladas, encurtidos, una botella de vino y hasta un acordeón. La casa de Sergio se llenó de risas.

Sergio se puso de pie y, con la copa en la mano (aunque sin beber, porque ya no toma), propuso un brindis.

Yo, como nadie más aquí presente, todo lo que tengo hoy le debo a Celia Sánchez, nuestra Celu. Todos saben el papel que jugó en mi vida miserable. Sí, había murmullos a mis espaldas: «Allá va de nuevo a la maestra, como si fuera cosa de poca monta». ¿Lo han oído? miró al rondón y respondió. Sí, había gente que no creía que entre un hombre y una mujer pudiera haber algo más que simples charlas añadió. Además, en mi interior latía un amor secreto por Verónica, cosa que nadie sospechó.

Los presentes rieron y asintieron.

Yo nunca olvidaré la primera vez que la maestra Celia Sánchez se acercó a mí, me miró con esa sonrisa amable y me dijo: «Sergio, ayúdame a construir los comederos para los pajaritos», y me pidió que lo hiciera sobrio. Yo quería tomar una caña, pero le prometí que cumpliría. Construí dos comederos y pensé que no interferiría con nada, pero temía que me volviera a pedir algo y yo no pudiera reflexionó Sergio. Así, sin beber, fui aprendiendo a conducir, encontré trabajo y dejé atrás la vida de borracho.

Yo comprendí, cuando Celia se fue a la ciudad con Juan, que esos comederos los podía hacer cualquiera, pero ella, con su forma de ver, me iba tirando poco a poco hacia la luz, como un ángel guardián. Yo pensé que aquel ángel era elladijo, y la audiencia aplaudió.

Cuando me puse en pie, Dios me dio la fuerza para andar con mis propias piernas. No podía quedarme tirado. ¡Cómo te echo de menos, Celu! Pero en ese momento todo encajó con mi Verónica, nos casamos y ella también creyó en mí. Por ella y por mi hija, le debo todo a Celia Sánchez. Así que todos debemos cuidarla y quererla, con su buen corazón y su alma generosa. Y tú, Juan, bravo, te admiro. Ámalas y ella te amará. Todo irá bien.

Pasó el tiempo. Juan seguía trabajando, y Celia dedicaba sus jornadas a los niños del cole. Un día volvió de la escuela pálida y débil, y se dejó caer en el sofá.

Celu, ¿qué te pasa? se sorprendió María. ¿Nunca te he visto tirarte durante el día? ¿Te sientes mal?

No lo sé, me da náuseas, débiles piernas

María, al instante, sonrió.

¿Estarás esperando un bebé, Celia?

Pues ya ni lo espero

¡No te des por vencida! Mañana iremos al médico del barrio.

Al día siguiente, el doctor confirmó la noticia.

¡Felicidades! Tendréis un bebé. Ya te lo dije

Juan, que llegaba del trabajo, entró corriendo y abrazó a su mujer, que sonreía con los ojos brillantes.

¡Qué bien! No hace falta decir nada, lo veo en tu cara.

Llegó la noche y la ambulancia llevó a Celia al hospital del distrito. Juan la acompañó. Esa misma noche nació su hijo. A la mañana siguiente, María, al ver al pequeño sobre una banca del hospital, se sentó.

Mamá, todo bien, ha nacido el hijo de Celu. No puedo creer que esto me pase a mí. La quiero tanto, a veces me da miedo el tamaño de mi amor. ¿Es normal?

Claro que sí, hijo. Cuando de verdad amas, pierdes la cabeza le contestó su madre, sonriendo.

Llevaremos a Celu y al niño a casa; yo le ayudaré añadió María, mirando al bebé y pensando: Por fuera parece un hombre, por dentro sigue siendo un niño.

Todo estaba bien, todos felices. Un tiempo después, Celia dio a luz también una niña, lo que llenó de alegría a la familia.

Juan terminó sus estudios a distancia y ahora es el agrónomo jefe de la comarca. Le han ofrecido a Celia el puesto de directora del colegio, pero ella no lo quiere

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