¿Cuándo piensas irte, Marina?
La madre estaba en la puerta de la cocina, apoyada en el marco. En sus manos, una taza de té; en su voz, indiferencia mezclada con algo casi despectivo.
¿Irme? Marina apartó lentamente la vista del portátil que calentaba sus rodillas. Mamá, vivo aquí. Trabajo.
¿Trabajas? repitió su madre, con una sonrisa torcida. Ah, sí. Esto de estar en internet. ¿Escribiendo tus poemitas? ¿O artículos? ¿Quién los lee, siquiera?
Marina cerró el portátil de golpe. El corazón le dio un vuelco. No era la primera vez que le decían que su trabajo «no era de verdad», pero cada vez dolía como una bofetada.
Ella se esforzaba. El freelance no era fácil: horas de correcciones, plazos ajustados, clientes que querían todo para ayer y pagaban tarde
Tengo proyectos constantes susurró. Y dinero. Pago los gastos, yo
Nadie te exige nada la interrumpió su madre. Pero es la situación, Marina. Eres adulta, lo entiendes. Pablo y Lucía quieren mudarse con los niños. Tienen dos hijos, Marina. Están apretados en su piso de una habitación.
¿Y yo qué? ¿No soy familia? estalló, con la voz temblorosa.
Estás sola, Marina. Tú te bastas. Ellos tienen hijos, una familia. Tú eres lista, independiente. Encontrarás dónde vivir. O quizá un trabajo de verdad, por fin. La gente trabaja de nueve a seis, no se pasa las noches frente a un ordenador.
Marina calló. Un nudo le apretó la garganta. ¿Para qué explicar? Su madre nunca había entendido lo que hacía. Nunca le preguntó: «¿Qué escribes? ¿Dónde puedo leerlo?». Solo reproches: «Sería mejor que trabajaras de cajera».
*Sola*. La palabra resonó en sus oídos como una sentencia. Como una excusa para borrarla del piso, de la familia, de sus vidas.
Cuando su padre llegó del trabajo, la conversación continuó. Él, su madre y ella, como en un juicio doméstico.
Pablo y su mujer han logrado mucho dijo él, sentándose en el sillón. Trabajan los dos, tienen dos niños. Tú bueno, haces lo que puedes. Pero ya es hora de tomarse la vida en serio.
Papá, vivo aquí. ¡No soy una vaga! Gano dinero, aunque sea desde casa, ¡aunque sea en pijama! Pago mi comida, los gastos ¡No os estoy pidiendo nada!
No lo entiendes la interrumpió. No es por el dinero. Es por necesidad. Pablo tiene dos hijos. El pequeño solo tiene año y medio. Necesitan este piso. Les cuesta.
¿Y a mí no? explotó ella. ¡¿Según vosotros, yo no tengo problemas?! Tengo 28 años, ni apoyo, ni pareja, ni hijos. ¡Solo mi trabajo, que ni siquiera reconocéis!
Se miraron entre ellos, como si sus palabras fueran un capricho, no dolor.
Eres fuerte, Marina dijo su madre, sacudiendo la cabeza con pena. Lo superarás. En cambio, Pablo y Lucía
«¿Y yo cuándo?», pensó ella, pero no lo dijo. No le quedaban fuerzas.
¿Y adónde queréis que me vaya? preguntó con voz ronca. No os pido dinero ni ayuda. Solo un rincón. Solo comprensión.
Pues busca un piso de alquiler murmuró su madre, insegura. Ahora todos los jóvenes viven así. Y como no trabajas oficialmente, no tienes ataduras.
¡¿Escucháis lo que decís?!
Marina no recordaba cómo terminó esa noche. Solo que se quedó sentada en el alféizar, mirando el patio oscuro. Llovía, y las gotas resbalaban por el cristal como lágrimas silenciosas.
A la mañana siguiente, los ruidos la despertaron: maletas, voces, prisas.
Marina, estamos guardando las cosas de Pablo en el armario dijo su madre sin mirarla. Se mudan, ya lo sabes.
Lo sabía. Lo había entendido desde el principio. Pero vivir con ello era repugnante.
Marina, ya está todo decidido continuó su madre, con el tono de quien pide pasar la sal. Eres una chica adulta. Tienes que valerte sola.
¿Temporalmente? Sí, claro. Hasta que los nietos de Pablo vayan al colegio.
No empieces con ironías su madre puso los ojos en blanco. Siempre lo tomas todo a mal. No somos tus enemigos, pero la familia no eres solo tú.
Claro, no soy solo yo sonrió amargamente. Todo para Pablo. Todo por Pablo. Y yo sobro. Un fantasma en el sofá. Fuera de la vista, ¿no?
Exageras intervino su padre desde la puerta. Pablo es nuestro hijo. Tú eres fuerte. Lo entenderás.
«No quiero ser fuerte. Solo quiero ser necesaria».
Al día siguiente, Marina fue a ver una habitación en alquiler. A solo veinte minutos de su casa, pero otro mundo: un portal sucio, una vecina quejándose de que «los gatos maúllan de noche».
La habitación parecía un museo del desastre: paredes con flores descascarilladas, una alfombra colgada, una silla coja. La dueña, una mujer con voz de fumadora, la miró con recelo:
¿En qué trabajas?
Soy freelance. Escribo artículos. En internet.
¿Internet? ¿Eso qué es?
Trabajo desde casa. Tengo clientes fijos.
Ah O sea, no sales. Bueno, mira Nada de visitas. Y la lavadora, solo una vez a la semana. La luz está muy cara.
Entendido asintió Marina, sintiendo que todo se derrumbaba por dentro.
Esa noche, su madre le envió una foto: «Mira, ya montamos la cuna. Qué bonito, ¿no?».
Sí. Precioso.
¿Qué has decidido? preguntó su padre en la cena. Marina había ido a por sus últimas cosas: zapatillas, un trípode, la manta que le regaló su abuelo.
Alquilo una habitación respondió seca. Luego ya veré.
Bien asintió él. Y busca un trabajo de verdad. Con horario, compañeros
Papá suspiró, cansada. Tengo clientes de todo el mundo. Escribo para una empresa con facturación millonaria. Mis textos los leen miles de personas al día. Pero vosotros no lo valoráis.
¿Y quién verifica eso, Marina? Pablo tiene un sueldo fijo, facturas. Tú vives en una nube. Escribes diez artículos, ¿y luego qué?
Luego, papá, sigo viviendo. Sin vosotros. Gracias por enseñarme a no esperar ayuda ni reconocimiento.
Él quiso contestar, pero ella ya se levantó, guardó la llave y se dirigió a la puerta.
Marina sonó a sus espaldas. No es por maldad.
Se detuvo un instante.
Lo sé. Es por estupidez.
Y se fue.
La nueva habitación olía a naftalina. Las cortinas, viejas y grises. Marina se sentó en la cama, abrazando las rodillas, pensando en lo fácil que fue borrarla.
Sin gritos. Sin drama. Solo «vete», «eres fuerte», «estás sola, no importas».
¿O tal vez era para mejor? Pero el pecho le ardía. Vacío y dolorido.
No te has roto susurró en la oscuridad. Eso ya es ganar.
Pasaron días. Marina trabajaba sin parar: artículos, redes sociales, ediciones







