Aurelia sintió cómo el mundo se derrumbaba bajo sus pies cuando el sobrino de su marido, David, le entregó un papel doblado y desapareció rápidamente, conteniendo la respiración. Algo en su interior le advirtió que las cosas no iban bien. Sabía que Tomás se había vuelto un extraño, durmiendo en casa de su hermano, hablando de criar cerdos. Con manos temblorosas, abrió el papel. *”Aurelia, me voy, perdóname. No te dejaré sin los niños, pero no puedo seguir contigo. He vendido la casa, aquí está tu parte. Vete con tu madre.”* Los billetes cayeron al suelo mientras ella se mecía, como si un huracán hubiera arrasado con todo lo que conocía.
La abuela Verónica entró en la habitación, su voz quebrada: *”Aurelia, ¿qué pasa?”* Ella tragó el nudo en su garganta. *”Nada, mamá, ve a tomar el té, las galletas se están quemando.”* El aroma a vainilla se mezcló con el amargo olor a masa carbonizada. Había esperado este momento; los rumores de Victoria, la esposa del hermano de Tomás, eran leves, pero Aurelia los había ignorado. Ahora la verdad yacía a sus pies, fría y afilada como un cuchillo.
Vicente irrumpió desde el patio: *”Mamá, el tío Pedro te llama.”* Se ajustó el abrigo y salió. El vecino se removió incómodo: *”Aurelia… compramos la casa, para Xenia y… Pero quédate el tiempo que necesites.”* Ella se irguió: *”Dame tres días, me iré.”* Cerró la puerta de golpe, ignorando su *”¿adónde irás?”* Vicente llegó corriendo, con los ojos rojos: *”Mamá, ¿dónde está papá?”* Lo abrazó, inhalando el olor a sudor de su gorra de béisbol, y lloró en silencio. *”Se fue, cariño.”* *”¡Lo mataré!”* *”No, somos fuertes, saldremos adelante.”*
Catalina lloriqueaba. Aurelia sentó a los niños a la mesa y fue donde la abuela Verónica. La anciana temblaba junto a la ventana. *”Aurelia, llévame a una residencia.”* *”¿Qué dices? Iremos juntas.”* *”¿Adónde?”* *”No lo sé aún.”* Llamó a su madre, pero solo recibió quejas: *”¡Busca a ese canalla, arrócale el dinero en la cara!”* *”No.”* Su madre no podía ayudarla; tenía otra familia, su padrastro la había echado años atrás. Y la abuela Verónica, hermana de su madre, quedó abandonada tras el cierre del pueblo. Sus hijas la olvidaron, y Aurelia la acogió seis años atrás. Ahora eran una sola familia.
El teléfono vibró de nuevo. Su madre: *”¿Adónde irás con la abuela?”* *”No contigo.”* Colgó, buscó en su agenda y marcó. *”Aurelia, me separé de Tomás. ¿Puedo llevar a la abuela contigo?”* *”¡No, tengo presión!”* El auricular calló. Aurelia miró a los niños y a la abuela: un vagón estrecho, una mujer delgada con mirada triste, un niño serio, una niña vivaz y una anciana llorando. Iban hacia lo desconocido.
*”Hola, papá”*, dijo Aurelia en el umbral. Su padre, desconcertado: *”¿Los niños? ¿La abuela Verónica?”* *”Dame las llaves del piso que la abuela María me dejó en el testamento.”* Él forcejeó: *”¡Venid, Luisa, qué alegría!”* Su madrastra sonrió: *”No sois invitados, sois familia.”* Pero a los tres días, oyó su susurro: *”¿Cuándo se irán?”* *”Papá, ¿dónde está el piso?”* Luisa tiró la cuchara: *”¡No hay piso, lo vendimos con tu madre y repartimos el dinero!”* Su padre evitó su mirada. Aurelia apretó los puños: *”Tres días.”*
Encontrar alquiler fue un infierno. *”No aceptamos niños”*, *”¿Sin marido?”*, *”Pague tres meses por adelantado.”* Y el trabajo, peor: *”Sin experiencia no”*, *”¿Niños pequeños? Lo siento.”* Hasta que apareció Borja: *”Eres joven, aprenderás rápido. Tres días de formación y adelante, alquileres.”* Aurelia respiró. Se mudaron a un cuarto minúsculo con baño compartido. Los niños celebraban: *”¿Tendremos nuestro cuarto?”* La abuela lloraba: *”Soy una carga.”* *”Somos familia, ¿me oyes? Tú eres mi ayuda.”*
Borja la formó en derecho: *”La empresa crece, te necesitamos.”* Aurelia susurró a la abuela: *”¿Voy?”* *”Ve, hija.”* El tiempo pasó. Vicente creció, Catalina terminó el instituto. Compraron un pisopropio, real. *”Mamá, ¿es todo nuestro?”* *”Sí, hasta un cuarto de invitados.”* Entonces llamó su tía Aurelia: *”Es mi cumple, ¿los escondiste?”* *”Te llamé, te escondiste.”* *”¿Y los ahorros?”* *”Tú sabrás.”* Colgó, sonriendo. Junto a la tumba de la abuela, murmuró: *”¿Recuerdas a Sigfrido? Me dio tres días para decidir. Ahora tengo la respuesta.”*
El sol atravesó las nubes, acariciándola. Aurelia sintió su calorcomo si la abuela estuviera allí. *”Lo logramos, mamá.”* En casa la esperaban sus hijos, una vida nueva, un hombre que la amaba. Y en algún lugar, Tomás seguía con su dinero, pero sin familia. ¿Quién había perdido más? Alzó la vista al cielo y pensó: *”Gracias por esos tres días.”* Quizá nada había sido en vano. Quizá la oscuridad era necesaria para encontrar la luz.