Hoy escribo sobre algo que me duele. No sé si es para desahogarme o para aprender, pero necesito contarlo.
¿Otra vez con ella?
Carmen clavaba la mirada en su marido. Javier seguía atándose los zapatos.
A los niños, Carmen. Voy a ver a los niños, no a ella murmuró Javier, ajustándose los cordones. ¿Cuánto tiempo más vamos a discutir esto?
Carmen callaba. Los labios apretados en una línea fina. Quería decir tantas cosas, pero las palabras se atascaban en su garganta, formando un nudo que le quemaba.
Antes de casarnos no había problema siguió Javier, levantándose y cogiendo la chaqueta del perchero. Sabías que tenía hijos. Te lo dije desde el principio. Decías que lo entendías. ¿Y ahora qué? ¿Reproches? ¿Interrogatorios?
Carmen apretó los dientes con más fuerza. Javier se echó la chaqueta al hombro y, sin esperar respuesta, salió por la puerta. El cerrojo resonó, y ella se quedó sola.
Pasaron unos segundos antes de que Carmen pudiera moverse. Las piernas le pesaban como si fueran de plomo. Cayó sobre el sofá del salón. Encendió una serie cualquiera. Ruido de fondo. Algo para ahogar los pensamientos.
Llevaban tres años juntos. Dos de ellos, casados. Y sí, lo sabía desde el principio. Divorcio. Dos hijos. Un niño y una niña. Javier se lo contó en su tercera cita. Entonces, Carmen sonrió. Dijo que no era problema. Que lo entendía. Que los niños no eran un obstáculo.
Ahora esas palabras le parecían ingenuas, ridículas.
Carmen se cubrió los ojos con la mano y respiró hondo. Contener las lágrimas era cada vez más difícil. El pecho le ardía como si una losa invisible lo aplastara.
Con el tiempo, la situación se hizo insoportable. Dos veces por semana. Sin falta: martes y sábado. Javier se iba a casa de su ex. Decía que era para ver a los niños. Pero se quedaba a cenar. Pasaba tiempo con su exmujer. Con Lucía.
Carmen sabía que era absurdo. Confiaba en su marido. O al menos, intentaba convencerse. Pero algo en su interior le decía que el desastre era inevitable. Una corazonada que le revolvía el estómago.
Cuando Javier se iba, Carmen se quedaba sola en el piso. Se hundía en la autocompasión. Se reprochaba no saber imponerse, ceder ante las promesas de su marido, callar cuando debía gritar.
Agarró el móvil y escribió rápido a su amiga.
«Está otra vez con ella».
El teléfono vibró: una llamada. Era Elena.
¿Sí? Carmen contestó, esforzándose por que la voz no le temblara.
Carmen, ¿qué estás haciendo? Elena no anduvo con rodeos. ¿Cuánto vas a aguantar? Te está engañando. Es obvio.
No, Elena, no lo entiendes empezó Carmen, pero su amiga la interrumpió.
Lo entiendo perfectamente. Dos veces por semana se va con su ex. Se queda hasta la noche. ¿Y me vas a decir que están jugando con los niños?
Carmen se pasó la mano por la cara. Sabía que Elena tenía razón. Pero admitirlo en voz alta significaba aceptar que su matrimonio era una farsa.
Él dice que no hay nada entre ellos susurró Carmen. Que solo va por los niños.
Dios, qué ingenua eres suspiró Elena. Carmen, te lo suplico. Abre los ojos. Los hombres normales no pasan la tarde entera con sus ex. Los normales recogen a los niños, salen con ellos y los devuelven. El tuyo se sienta en su cocina, come su cocido y, seguramente, le coge la mano cuando los niños no miran.
Elena, basta Carmen apretó el móvil con fuerza.
¿Basta? Vale. Pero recuerda mis palabras. Vas a sufrir con él. Y cuando pase, no digas que no te avisé.
La llamada terminó. Carmen miró al techo. En la tele, alguien reía a carcajadas. Pero a ella ya le daba igual.
Javier volvió cerca de la medianoche. Carmen lo oyó desvestirse en el pasillo. Luego, el ruido del agua en el baño. Él se acostó a su lado, y ella olió un perfume ajeno. Dulce, empalagoso.
Carmen no preguntó por qué había tardado. No tenía fuerzas. Pero Javier habló, acomodándose en la cama.
Perdona por llegar tarde. La niña tenía que hacer una manualidad para el cole. La ayudé murmuró Javier, ya con los ojos cerrados. Hizo una vaca con piñas. Quedó graciosa.
Carmen asintió en la oscuridad, aunque él no la veía.
Así pasaron meses. Martes. Sábado. Salida. Regreso. Olor a perfume ajeno. Excusas.
Hasta que Javier cambió. Se volvió hosco, distante. Pasaba las tardes mirando el móvil, frunciendo el ceño. Carmen intentó preguntar qué pasaba. Pero él la apartaba con evasivas.
Unas semanas después, Javier le dio la noticia:
Oye, el viernes tenemos una cita doble.
Carmen giró la cabeza, sorprendida.
¿Con quién?
Con Lucía y su nuevo novio.
A Carmen se le quitó un peso de encima. ¿Entonces Lucía tenía a alguien? ¿Javier no estaba con su ex? ¿No la engañaba? ¿Sus miedos habían sido infundados?
Una sonrisa asomó en su rostro. Se giró hacia su marido y le rodeó el cuello con los brazos.
Claro que iremos.
El viernes llegó rápido. Carmen hasta se compró un vestido nuevo. Azul claro, ceñido. Quería lucir bien. Quería demostrarle a Lucía que era digna de Javier. Que era la elección correcta.
Llegaron a una cafetería en la otra punta de la ciudad. Un sitio acogedor, con mesas de madera y luz tenue. Lucía ya estaba sentada con un hombre de unos cuarenta años. Alto, deportivo, sonrisa agradable.
Hola Lucía se levantó para saludar. Este es David.
Lucía estaba guapa. Delgada, cuidada, elegante.
David asintió, estrechando la mano de Javier. Se sentaron.
Carmen tenía un buen presentimiento. La velada sería tranquila. Se conocerían, charlarían y cada uno volvería a su casa.
Pero la cita fue un desastre.
Javier pasó la noche intentando marcar territorio. Interrumpía a David. Demostraba que conocía a Lucía mejor que nadie.
David propuso pedir una pizza picante. Javier no tardó en saltar:
A Lucía no le gusta lo picante.
Lo sé respondió David con calma. Ya lo hablamos. La picante es para nosotros. A ella le pediremos otra cosa.
Pero Javier no se callaba.
¿Te acuerdas, Lucía, cuando fuimos a la playa con los niños? siguió Javier, ignorando a David. El pequeño encontró una medusa. Creía que era un juguete.
Lucía asintió, pero su expresión era de fastidio.
Javier, eso fue hace años dijo, intentando cambiar de tema.
Pero él siguió. Historia tras historia. Los niños. Su pasado juntos. Cuando eligieron el carrito de la niña. Las noches en vela con los cólicos del niño.
Carmen callaba, apretando el vaso de agua. Cada palabra de Javier le dolía. Veía que a Lucía también le molestaba. Su ex intentaba pararlo con la mirada, cambiaba de tema. Pero Javier parecía no darse cuenta.
Y entonces lo entendió. Javier no había superado a su ex. Seguía aferrado a ella. A su pasado, a los niños





