Cuando mamá dijo “no”: cómo se salvó un matrimonio ajeno

Cuando mamá dijo “no”: cómo Lucía salvó un matrimonio

Lucía freía pimientos cuando alguien llamó a la puerta. Al abrir, encontró a su hijo, David, con una bolsa y mirada cansada.

—Mamá, me he separado de Alba— soltó al cruzar el umbral.

—¿Cómo que te has separado?— preguntó ella, atónita.

—Estoy harto. Ni cocina, ni limpia, ni trabaja…— habló casi llorando—. ¿Puedo quedarme aquí?

—No— respondió firme, secándose el aceite de las manos sin apartar la vista.

David se quedó paralizado:

—¿Qué quieres decir con que no?

—Exactamente eso. No te quedarás. Pero siéntate, come algo. Luego hablamos.

David devoró el cocido con tanta avidez como si llevara días sin probar bocado. Entre cucharadas, se quejó:

—Antes de casarnos salíamos a bares, todo era divertido. Pero después… pensé que la comida aparecería sola en la mesa. ¡Y ella, como una niña, buscando recetas en internet! A veces quemado, a veces crudo. Fingía que estaba bueno, pero apenas podía tragarlo.

—Pero lo intenta, hijo— suspiró Lucía—. Nadie nace sabiendo. Y tú solo criticas.

—¿Intentar? ¿Y el desorden? ¡La ropa por todas partes! En las sillas, en la cama, hasta en el baño. El armario parece un campo después de una tormenta. Se pasa el día durmiendo o pegada al portátil. Yo recojo todo. Si le digo algo, se echa a llorar.

—Es joven, inmadura— contestó con calma—. ¿Y tú? ¿Te crees un hombre hecho y derecho? Gimiendo como un niño. Un marido debe dar ejemplo, con amor, y así ella cambiará.

—Pero yo la quiero…

—Y ella no lo nota. Ahí está el problema.

A la mañana siguiente, mientras David trabajaba, Lucía llamó a Alba:

—Hija, voy a pasarme por tu casa. Charlamos un rato.

Compró provisiones y llegó al piso. Alba abrió medio dormida.

—¿Has desayunado con David?— preguntó Lucía entrando en la cocina.

—No… Él salió corriendo, solo tomó un café. ¿Por?

—¿Y eso te parece bien? ¿Y este caos en la cocina? Mediodía y recién despierta.

—Perdone… me acosté tarde… estaba viendo cosas en internet…

—Alba, te quiero como a una hija. Vine a ayudarte. Vamos a limpiar y cocinar algo.

—Ya lo haré yo… David y yo lo resolveremos.

—Como quieras. Pero después no vengas a llorar. Toma, te traje esto.

—Gracias. Y no se enfade.

Pasaron los días. David frecuentaba más la casa de su madre. Fingió incluso un viaje de trabajo para no volver a casa.

—No aguanto más— se quejaba—. No lee, no se interesa por nada. Solo compras y videojuegos. Ni quiere trabajar. Me pide que le compre esto y lo otro. No soy un cajero.

Lucía escuchó en silencio. Pero esa misma noche, Alba apareció en su puerta, deshecha en lágrimas.

—David ya no me quiere… llega tarde, ni come conmigo, ni habla… Dice que nuestro matrimonio fue un error. Tiene que ser culpa suya.

—¿O quizá la tuya? ¿Crees que solo el hombre tiene obligaciones? Vivir juntos es trabajo, no un paseo por el Retiro.

Hablarían horas. Lucía aconsejó, guió, dio instrucciones. Alba prometió aprender a cocinar, limpiar y buscar empleo.

Pasaron meses. Lucía ayudó a su nuera a encontrar trabajo y le enseñó a hacer paella y tortilla. Una noche, la invitó a cenar. La mesa estaba impecable.

—¡Alba es un ángel!— dijo David—. ¡Cena como en un tres estrellas! Aprendió tan rápido…

Lucía contuvo las lágrimas. Acarició el hombro de Alba:

—Bien hecho, hija. El resto depende de ti.

La vida mejoró. Desayunaban juntos, cocinaban, compartían tareas. David dejó de quejarse y Alba, de llorar.

Cinco años después, nació su hija. En el primer cumpleaños, reunieron a la familia. Tras la fiesta, Alba se acercó a Lucía:

—Gracias. Sin usted, nos habríamos separado. Yo era tan tonta…

—No eras tonta, solo inexperta. Ahora mira, qué familia.

—Quiero volver pronto al trabajo. ¿Me ayuda con la niña? Turnándonos con mi madre.

—Claro, mi niña. Tenerlos cerca es una bendición.

Desde entonces, Lucía dejó de ser solo suegra para ser también su amiga. Hoy tienen dos hijos. Ella jubilada, con los nietos durmiendo a menudo en su casa. Cuando le preguntan cómo salvó aquel matrimonio, responde:

—Siempre defenderé a las mujeres. Y a mi hijo también le toca escuchar cuando no actúa como un hombre.

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