Cuando Pilar tiene dieciséis, una anciana gitana del Mercado de la Plaza Mayor le agarra la mano, mira las líneas del destino y le dice: Nunca te casarás. Pilar solo se ríe. Pero pasan los años y cuando Antonio aparece frente a ella con un anillo, ella recuerda esas palabras y sonríe: Pues, al menos seré su prometida bromea, aceptando. Se casan. No llegan hijos durante mucho tiempo. Los médicos les dan la noticia tajante: infertilidad. Sin opciones. Entonces, al menos seré su esposa suspira Pilar, intentando no llorar. Pero ocurre un milagro: queda embarazada. Es arriesgado, puede que no sobrevivas advierten los médicos. Pilar solo sonríe: Al menos seré embarazada. Da a luz a un niño sano y fuerte. Los años pasan. Con Antonio sobreviven todo: alegrías y pérdidas, risas y lágrimas, subidas y caídas. Cuarenta años vuelan como un día. Entonces llega un nuevo diagnóstico. Le quedan seis meses de vida dicen los médicos. Pilar los mira a los ojos y responde: Entonces saltaré en paracaídas. Siempre lo soñé. Y salta. Una vez. Otra. Y otra vez. Meses después, al repetir los análisis, la enfermedad ha desaparecido. Porque mientras el ser realmente viva, el destino solo se encoge de hombros y vuelve a escribir su historia.
Cuando Lía tenía dieciséis años, una anciana gitana en el mercado la tomó de la mano, miró las líneas de su destino y dijo:







