Cuando se cierra la puerta tras Carmen Navarro, en la oficina quedan solo tres personas: Sofía, su hija pequeña Almudena, y el alto hombre de traje impecable.
Marco Álvarez se inclina, recoge el lápiz del suelo y lo observa como si fuera más que un objeto infantil. Después su mirada se posa en Lía.
¿Es tuyo este lápiz? pregunta con voz cálida y serena.
La niña asiente.
Gracias, tío susurra tímida, extendiendo la manita.
Marco sonríe, le entrega el lápiz y dice:
Sostenlo bien, pequeña artista. Y no dejes de dibujar, aunque los adultos te digan que no sirve de nada.
Sofía permanece inmóvil, casi incrédula. Espera una crítica, una desestimación, otro desprecio. Pero en su lugar recibe serenidad, humanidad y calor.
Siéntense dice Marco. Yo mismo conduiré la entrevista.
Carmen Navarro, que aún está junto a la puerta, palidece. Su sonrisa forzada desaparece al instante. Marco la mira una sola vez, breve pero suficiente. La mujer retrocede y sale sin decir palabra.
Marco se sienta frente a Sofía, abre la carpeta con los documentos y hojea algunas páginas.
Veo que tienes siete años de experiencia como contable en una empresa industrial, y luego dos años de interrupción. ¿Por qué?
Di a luz a mi hija responde Sofía en voz baja. Mi marido nos abandonó. Trabajé desde casa todo lo que pude, pero ahora necesito un puesto estable.
Él asiente comprensivo.
Y has elegido nuestra compañía porque la guardería está cerca, ¿no?
Sí. Así podría compaginarlo todo.
Su tono no es ni altivo ni burocrático, sino meramente humano. Deja los documentos a un lado y pregunta:
Si te doy una oportunidad, ¿qué cambiarías aquí?
Sofía respira hondo.
No busco trato preferente. Solo quiero trabajar. Soy cuidadosa, tenaz, aprendo rápido. No le temo a los retos. Lo único que me aterra es no poder garantizarle un futuro a mi hija.
En la sala se impone el silencio. Solo el crujido del lápiz sobre el papel rompe la quietud.
Marco se reclina.
Sabes, dice bajo, cuando yo era pequeño mi madre estaba sola. Mi padre murió joven. Ella no hallaba empleo porque tenía un hijo.
Sofía lo mira sorprendida.
Recuerdo cómo volvía por la noche con las manos rotas de la lavandería, donde limpiaba la ropa de otros. Recuerdo cómo me ocultaba bajo la mesa cuando llegaba el dueño para no ser vista. «Me echará si descubre que tengo hijo», me decía sonríe triste. Hoy el hijo de esa mujer dirige esta empresa.
Los ojos de Sofía se llenan de lágrimas.
Por eso no soporto que menosprecien a una mujer que lucha por su hijo prosigue Marco. No es debilidad, es fuerza.
Se acerca un poco y le pregunta:
¿Puedo hacerte una pregunta, no como director, sino como hombre? ¿Por qué no te rendiste?
Sofía levanta la vista.
Porque si yo me rindo, ella también se rendirá. Y quiero que Lía sepa que su madre no se dio por vencida.
Marco sonríe y asiente.
Bien dicho.
Toma una hoja, la firma y se la entrega.
Este es tu contrato de trabajo. Empiezas el lunes.
Sofía lo mira incrédula.
Pero la señora Navarro dijo que la decisión era negativa
Esa decisión ya no cuenta responde él con calma. La mía es diferente.
Lía se vuelve hacia su madre, su rostro iluminado de alegría:
Mamá, ¿entonces ya vas a trabajar aquí?
Sofía asiente, y las lágrimas fluyen libremente, no por vergüenza sino por alivio.
Marco sonríe a la niña.
Y tú, pequeña artista, puedes venir de vez en cuando. Tenemos una sala para los hijos de los empleados. Ya eres parte del equipo.
Pasaron unas semanas. Sofía se ha convertido en una pieza indispensable de la oficina: puntual, responsable y siempre con una sonrisa. Los compañeros la aprecian. Carmen Navarro ha sido trasladada a otro departamento, por orden directa del director.
Una tarde, Sofía se queda hasta tarde preparando los informes. Todos ya se han ido cuando la puerta se abre.
Marco entra con dos tazas de café.
¿Sigues trabajando? pregunta, acercándose.
Quiero terminar este informe responde ella, sonriendo. No quiero dejar nada a medias.
Ya has demostrado que eres la mejor dice, dejando la taza sobre su escritorio. Ahora solo vive.
Sofía lo mira; en sus ojos no hay lástima ni condescendencia, solo respeto y algo más profundo.
Gracias, señor Álvarez. No sabe cuánto ha significado para mí y para Lía.
Tal vez lo sé dice en voz baja. Algún día alguien hizo lo mismo por mi madre.
Se dispone a salir, pero se detiene en el umbral.
Dile a Lía que he visto sus dibujos en la sala de juegos. Son preciosos.
Sofía sonríe.
¿Sabes a quién dibuja más a menudo? A usted.
¿A mí? se sorprende él.
Sí. Dice que eres el buen tío con ojos como el cielo después de la lluvia.
Marco se queda pensativo, luego esboza una ligera sonrisa.
Qué bonito. Hace mucho que no miraba el cielo así.
Ambos se ríen discretamente.
Por primera vez en años, Sofía siente que la vida puede volver a empezar.
No por lástima, sino por esperanza.
Por la fe de que lo bueno existe y de que un gesto humano puede cambiar un destino.






