La esposa hizo las maletas y se marchó sin decir adónde
Deja de ir de mártir. Todo se arreglará. Las mujeres, con el tiempo, ceden: gritan un rato y luego se tranquilizan.
Lo importante es que el objetivo está cumplido. Tenemos un hijo, el apellido continúa.
Cristina guardó silencio.
Jorge Cristina se inclinó hacia adelante y bajó la voz hasta un susurro, hace una semana me dijiste que habías arreglado lo del embarazo de Marta. ¿Qué querías decir?
Jorge dejó el tenedor y se recostó en la silla.
Pues eso. Me estuvo mareando cinco años. No estoy lista, la carrera, mejor en otro momento.
¿Pero cuándo es ese otro momento? Tengo treinta y dos, Cris. Yo quería un heredero. Una familia, como todo el mundo.
Así que cambié sus pastillas.
Cristina se quedó de piedra.
¿Se lo dijiste? ¿Cuándo?
El día que se fue gruñó Jorge. Se puso hecha una furia. Así que lo solté, y le dije que se acostumbrara, que al fin y al cabo era lo que ella también quería, sólo que yo ayudé un poco.
Pensaba que se calmaría, que no le quedaba otra. Pero esa está fatal. Cogió el bolso y se largó.
***
En la mesa de la cocina, junto a una montaña de biberones sucios, estaba el peine olvidado de su hermano.
Cristina lo miraba y sentía la rabia hervirle por dentro. ¿Por qué siempre tiene que dejar todo tirado?
El bebé en la cuna, en la habitación de al lado, por fin se calló. Pero no sentía alivio: faltaba poco para que todo volviera a empezar.
Cristina se recolocó la bata y puso el agua a hervir. Apenas un mes antes habían traído a Marta, su cuñada, del hospital. Jorge estaba radiante, dándolo todo en atenciones; flores para las enfermeras. Pero Marta
Marta tenía la cara de alguien a quien llevan a la horca.
Cristina por entonces pensó que era por el cansancio. Primer parto, hormonas, lo típico Tal vez debería haberse dado cuenta antes.
De repente se oyó la puerta de la entrada: el hermano volvía del despacho. Pasó derechito a la cocina, aflojándose la corbata y directo a la nevera.
¿Hay algo para picar? preguntó sin mirarla siquiera.
Hay macarrones en la olla. Y he cocido unas salchichas.
Jorge, acaba de dormirse. Por favor, no hagas ruido.
Jorge resopló y se sirvió.
Estoy agotado, Cris. Todo el santo día dando vueltas. Los clientes me han sacado la vida.
¿Y el pajarito qué tal?
“Pajarito” es tu hijo Cristina dejó la taza sobre la mesa un poco más fuerte de lo que quería. Y se llama Mateo.
Y ha llorado tres horas seguidas. Le duele la tripa.
Pero tú te las apañas Jorge se encogió de hombros, indiferente, y se sentó a la mesa. Para esto las mujeres tenéis mano.
Nuestra madre también se apañó sola con nosotros mientras el padre estaba en la obra.
Cristina se mordió el labio. Le daban ganas de estrellarle el plato en la mesa.
Ella estaba allí sólo temporalmente, mientras ponía al día las deudas de su pequeño estudio, pero en estas dos semanas se había convertido en niñera, cocinera y criada por la cara.
Y Jorge hacía como si nada, como si no fuera su mujer la que se había marchado dejando todo atrás.
¿Marta ha llamado? preguntó Cristina, mientras observaba cómo su hermano devoraba la cena.
Jorge se quedó con el tenedor en la boca. Se le oscureció la expresión.
No coge el móvil. Me cuelga. Hay que tener estómago para dejar a tu hijo… claro, como está cabreada porque le cambié las pastillas para que se quedara embarazada antes.
Eres un sinvergüenza, Jorge dijo Cristina muy bajo.
¿¡Qué dices!? abrió mucho los ojos. Yo lo he hecho todo por la familia. Yo trabajo, traigo el dinero a casa.
Pero ella abandona al niño. ¿Quién tiene la culpa aquí?
Le has robado la capacidad de elegir Cristina se incorporó. Has engañado a la persona que se supone amas.
¿Cómo esperabas que reaccionara? ¿Aplaudiéndote por destrozarle la vida?
No empieces tú también Jorge agitó la mano. Se le pasará. No tiene más remedio. El niño está aquí, sus cosas, todo.
Cuando se le acabe el dinero, volverá. Mientras tanto tú puedes ayudar, ¿no?
De verdad, Cris, no doy para más ahora. Estoy de cierre y todo el lío en el trabajo.
Cristina no contestó. Salió de la cocina y fue a la habitación del niño.
Mateo dormía, apretando los diminutos puños. Cristina lo contempló con el corazón encogido.
Por un lado, ese pequeño e indefenso ser. Por otro, Marta, encarcelada en una trampa. Los dos daban pena
Sacó el móvil y abrió el chat de Marta, que había estado “en línea” hacía tres minutos.
Cristina dudó mucho tiempo antes de escribir y reescribir varias veces.
Marta, soy Cristina. No te pido que vuelvas con él. Sólo quiero saber que estás bien.
Y esto es duro sola. ¿Podemos hablar, sin gritos?
La respuesta llegó diez minutos después.
Estoy en un hostal. En tres días salgo a una formación fuera, me toca estar tres semanas fuera.
Esto ya estaba planeado, mucho antes de en fin, hace tiempo.
Cuando vuelva, pediré el divorcio. No abandono a Mateo, Cris.
Pero no puedo, no puedo estar allí ahora. No puedo mirarle, ¿entiendes? Sólo veo a Jorge en él.
Cristina suspiró.
Lo entiendo, de verdad. Jorge me ha contado todo.
¿Y cómo está él? ¿Orgulloso de sí mismo?
Más o menos. Cree que volverás.
Que siga soñando. Cristina, si te supera todo, dímelo. Buscaré una niñera, te transferiré dinero.
Pero yo con él no vuelvo. Jamás.
Cristina dejó el móvil y suspiró largo. Tenía que buscar trabajo, ponerse al día, rehacer su vida.
Pero tampoco iba a dejar a Mateo a cargo de Jorge, que no distinguía un pañal de un babero.
***
Los siguientes tres días se hicieron eternos.
Jorge llegaba tarde, cenaba y se tumbaba a dormir.
A cualquier petición de ayuda con Mateo respondía: Estoy cansado o Tú sabes mejor cómo calmarlo.
Una noche, el niño lloró tan fuerte y tanto tiempo que Cristina explotó.
Entró a la habitación del hermano y encendió la luz.
Levántate dijo con el tono de hielo.
Jorge se cubrió la cabeza con la almohada.
Cris, déjame. Me levanto a las seis.
Me da igual. Ve tú a dormirle. Quiere comer y no puedo darle el biberón porque me tiemblan las manos del agotamiento.
¿Estás loca? Jorge se incorporó, despeinado y enfadado. Para esto vives aquí. Te doy techo, pago la luz y el agua
¿O sea que estoy aquí de criada? Cristina ya no aguantaba más.
Llámalo como quieras bufó. Cuando vuelva Marta, ya descansarás. Ahora, a currar.
Cristina salió, mordiéndose los labios.
Esa noche no volvió a dormir. Sentada en la cocina, meciendo la cuna con el pie, pensaba cómo darle una lección a su hermano. Jorge se había pasado.
Por la mañana, en cuanto Jorge salió, Cristina volvió a escribir a Marta.
Tenemos que vernos. Hoy, mientras él no está. Por favor.
Marta aceptó.
Se encontraron en un parquecito cercano.
Marta estaba desmejorada: pálida, ojeras, más delgada.
Se acercó al carrito y contempló a su hijo. Las manos le temblaban.
Ha crecido dijo en voz baja. En dos semanas, cuánto cambia
Tranquila, ni siquiera te reconoce todavía le respondió Cristina con ternura.
Ya Marta se cubrió la cara con las manos. Cris, no soy un monstruo. Hasta le quiero, allá dentro, sé que es mi hijo.
Pero imaginarme viviendo con Jorge, durmiendo junto a alguien que me ha traicionado así Me ahogo.
¿Y si no fuera con Jorge? preguntó Cristina.
Marta la miró sorprendida.
¿Qué?
Él está convencido de que no tienes escapatoria. Que sois de su propiedad, tú y el niño.
Pero si lo miras bien: no es el padre, es el gestor de un proyecto llamado Familia ideal.
No se despierta por las noches, no sabe ni preparar la leche. Lo único que necesitaba era un heredero, no le importa criarlo.
¿Entonces qué propones?
Te marchas a tu formación planteó Cristina con claridad. Trabaja, coge fuerzas.
Yo me quedo aquí tres semanas más. Pero durante ese tiempo preparo todo.
¿El qué?
Divorcio, custodia. Marta, no tienes que volver a él. Puedes alquilar un piso. Yo me vengo contigo, te ayudo con Mateo mientras trabajas.
Mi situación económica pronto mejorará; he aceptado un par de encargos online. Podemos salir adelante solas. Sin él.
Marta la miraba sin creerlo.
¿Vas a enfrentarte a tu hermano?
Es mi hermano, pero lo que ha hecho es una canallada. No voy a ser cómplice.
Cree que estoy de su lado porque no tengo a dónde ir. Se equivoca.
Marta guardó silencio, observando cómo el sol atravesaba la capota del carrito.
¿Y él? No va a entregar a Mateo tan fácil. Habrá lío.
Habrá asintió Cristina. Pero tenemos un as en la manga. Admitió que cambió las pastillas. Si sale en el juicio, ante testigos Respaldaré todo.
Y contaré lo de su ayuda en casa.
Jorge no quiere realmente al niño, Marta. Sólo quiere controlar.
En cuanto vea el esfuerzo que exige Mateo, dará un paso atrás.
Se le da mejor el papel de padre mártir abandonado para su grupo de amigos, que criar de verdad.
Marta sonrió por primera vez en mucho tiempo.
Has madurado mucho, Cristina.
No me ha quedado otra ella se encogió de hombros. ¿Entonces, lo hacemos?
Sí. Gracias.
Las tres semanas pasaron volando.
Jorge estaba cada vez más irascible, notando que Cristina ya no corría a servirle en cuanto entraba por la puerta.
¿Cuándo vuelve Marta? preguntó una tarde, soltando el maletín en el sofá.
Mañana respondió Cristina, abrazando a Mateo.
¡Por fin! Ya tengo ganas de cenar en serio, me he cansado de tus macarrones.
Voy a comprarle un detalle, para que no proteste un anillo o unos pendientes. A las tías les van esas cosas.
Cristina lo miró con una mezcla de repulsión.
¿De verdad crees que eso lo arregla todo?
Venga ya Jorge intentó palmearle el hombro, pero ella se apartó. Deja de hacerte la santa.
Todo volverá a la normalidad. Las mujeres os enfadáis, pero luego olvidáis. El objetivo está. Tenemos hijo, la familia sigue.
Cristina no respondió.
***
A la mañana siguiente, Marta llegó mientras Jorge estaba trabajando. Ni siquiera subió, esperó en el coche. Cristina ya tenía preparadas las cosas de Mateo, sus maletas y lo imprescindible.
Tuvo que bajar varias veces, pero al final todo estaba en el maletero. Mateo dormía tranquilo en la sillita.
Por último, Cristina volvió al piso a dejar las llaves.
Las dejó sobre la mesa de la cocina, junto al lugar donde semanas atrás estaba el peine de Jorge. Al lado, la nota:
Jorge, nos hemos marchado. No busques a Marta, te contactará su abogada. Mateo está con ella. Yo también.
Querías una familia, pero olvidaste que la base es la confianza, no las trampas.
Los macarrones están en la nevera; te toca apañarte solo ahora.
Se fueron.
Marta alquiló un piso sencillo pero acogedor en otra zona de Madrid. Los primeros días fueron duros: Mateo nervioso en la nueva casa, Marta a veces no podía dejar de llorar y el teléfono de Cristina no paraba, colapsado por llamadas y mensajes enfadados de Jorge.
Jorge se desgañitaba, amenazaba, juraba ir a los tribunales, dejarles sin un euro.
Cristina aguantó con serenidad.
Superaron el chaparrón.
Jorge, después de unos días de rabieta, dejó de insistir y desapareció.
El divorcio se celebró por el juzgado; Jorge no dijo ni una sola palabra de querer la custodia.
Cristina tenía razón: a su hermano no le interesaban los problemas, prefería separarse mediante una pensión mensual.
Tampoco peleó por ver a su heredero.
La vida siguió con todos sus retos, sí pero bajo un techo en el que reinaba la honestidad, no la manipulación. Cristina aprendió que la verdadera familia no es la que impone el apellido, sino la que ofrece apoyo y respeto. Porque sólo con confianza, el hogar es refugio y esperanza.







