Cuando la abuela descubrió que el nieto quería echarla, vendió su casa sin titubear

Oye, te cuento sobre esta historia que es una auténtica locura… Cuando la abuela se enteró de que su nieto quería echarla del piso, lo vendió sin pensárselo dos veces.

¿Para qué pedir una hipoteca si puedes esperar a que la abuela muera y heredar su casa? Eso es justo lo que pensaba el primo de mi marido, Javier. Él tiene una mujer, Carmen, y tres niños, y viven obsesionados con la herencia. No quieren líos con bancos, prefieren soñar con el día en que el piso de la abuela sea suyo. Viven apiñados en un pisito pequeño en la casa de la madre de Carmen, en Málaga, junto al mar, y se nota que la situación les agobia. Javier y Carmen no paran de susurrar sobre cómo “solucionar lo de la abuela”.

Pero la abuela, Dolores Fernández, ¡es una joya! Con sus setenta y cinco años, rebosa energía, vive la vida sin quejas y tiene una salud envidiable. Su piso en el centro de Málaga siempre está lleno de amigos, maneja el móvil mejor que muchos jóvenes, va a exposiciones, al teatro, y hasta coquetea en los bailes para mayores. Es como un sol, disfrutando cada día. Pero para Javier y Carmen, eso no es motivo de orgullo, sino de rabia. Están hartos de esperar.

Y al final, su paciencia se agotó. Decidieron que Dolores tenía que firmar el piso a nombre de Javier y mudarse a una residencia. Ni siquiera lo disimulaban: decían que “allí estaría mejor”. Pero Dolores no es de las que se dejan pisotear. Se negó en redondo, y eso fue la gota que colmó el vaso. Javier montó en cólera, gritando que era “una egoísta” y que “debía pensar en sus nietos”. Carmen le echaba más leña al fuego, insinuando que la abuela “ya había vivido demasiado”.

Cuando mi marido y yo nos enteramos, nos quedamos de piedra. Dolores siempre había soñado con viajar a la India, ver el Taj Mahal, perderse por las calles de Delhi. Le propusimos que viniera a vivir con nosotros, alquiláramos su piso y ahorráramos para su sueño. Aceptó, y pronto su amplio ático en el centro empezó a dar beneficios. Javier y Carmen, al enterarse, montaron un escándalo de mil demonios. Decían que el piso era suyo, exigían mudarse y hasta acusaron a mi marido, Alejandro, de manipular a la abuela por la herencia. Javier llegó a pedir el dinero del alquiler, diciendo que era “su parte”. Nosotros les dejamos clarísimo que no iba a pasar.

Carmen empezó a aparecer por nuestra casa casi a diario, sola, con los niños, o con regalos ridículos. Preguntaba por Dolores, pero sabíamos qué buscaban: seguían esperando que la abuela “se fuera” para quedarse con todo. Su avaricia no tenía límites.

Mientras, Dolores juntó suficiente dinero y se fue a la India. Volvió radiante, con historias y fotos increíbles. Le sugerimos que no parara: que vendiera el piso y siguiera viajando, y que en el futuro viviera con nosotros en paz. Le gustó la idea. Vendió su ático por un buen precio, compró un estudio acogedor en las afueras de Málaga y el resto lo invirtió en más aventuras.

Dolores recorrió España, Austria y Suiza. Allí, en un paseo por el lago de Ginebra, conoció a un francés llamado Pierre. ¡Su romance fue de película! A los setenta y cinco años, se casó con él. Alejandro y yo volamos a Francia para la boda, y fue mágico verla brillar en su vestido blanco, rodeada de flores y sonrisas. Se merecía esa felicidad. Trabajó toda su vida, crió hijos, ayudó a nietos… y por fin vivía para ella.

Cuando Javier se enteró de la venta del piso, se puso como una fiera. Exigió que Dolores le diera el estudio, diciendo que “a ella ya le sobraba”. ¿Cómo planeaba meter a cinco personas más ahí? No lo sé, pero ya no es nuestro problema. Nos alegramos de que Dolores haya encontrado su lugar en el mundo. Y Javier y Carmen… Pues su historia es un recordatorio de que, cuando hay dinero de por medio, a veces la familia muestra su peor cara.

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