Cuando hay secretos por desvelar

Cuando hay algo que ocultar

Javier aparcó frente a un bloque de pisos de cinco plantas, viejo y descuidado, asegurándose de que la matrícula no llamara la atención. Observó con desdén los balcones desvencijados, las ventanas sucias y los esporádicos cristales dobles que parecían parches nuevos en ropa vieja. El edificio, perdido entre árboles raquíticos y otras construcciones igual de marchitas, evocaba en él una melancolía que le recordaba su propia infancia en un lugar similar.

Había crecido en un sitio así y juró escapar. Lo logró: estudió, se graduó en Económicas y levantó un negocio próspero. Tras el éxito, trasladó a sus padres a una urbanización elegante, con jardín cuidado y huerto, porque su madre necesitaba ocupación.

Las mujeres no solo lo querían por dinero. Era atractivo, generoso, detallista. Casi se casa dos veces con bellezas moldeadas por cirujanos, pero al imaginarlas junto a su madre sencilla, desistió.

Hasta que conoció a Lucía. No era ostentosa, pero su sonrisa genuina lo conquistó. Un mes después, la presentó a sus padres. Su madre asintió en silencio, aprobando. Lucía venía de poco: padre muerto, madre fallecida de cáncer. Javier la colmó de cuidados, y aún meses después de la boda, seguía emocionándose al verla.

Hasta que su socio y amigo, Álvaro, le dijo que la había visto en ese barrio marginal, cerca del edificio ruinoso. ¿Qué hacía allí? Ella no tenía ningún vínculo con el lugar.

—¿Y tú qué hacías por ahí? —preguntó Javier.

—Esquivaba un atasco, me perdí.

«¿Una infidelidad? ¿Lucía? Imposible», pensó, pero un escalofrío le recorrió la espalda.

—Quizá me equivoqué —se retractó Álvaro al ver su cara—. Es guapa, pero no única.

En casa, Lucía actuaba normal, cariñosa. Según él, una mujer infiel evitaría el contacto. Pero ella no. Se acercaba más, como si nada hubiera pasado.

No cuadraba. ¿Era una actriz magistral? ¿Se confundió Álvaro? ¿O había algo más?

Decidió seguirla. Al mediodía, estacionó frente al edificio y esperó. La música lo distrajo hasta que, cuando ya perdía la paciencia, apareció Lucía. Entró con llave, miró alrededor y desapareció dentro.

«Tiene llave. Curioso». El corazón le latía acelerado. Esperó. Cuarenta minutos después, un taxi amarillo llegó y ella salió. Javier no la siguió. En la oficina, no podía concentrarse. Regresó temprano a casa y bebió coñac, algo que jamás hacía de día.

—¿Por qué estás a oscuras? —preguntó Lucía al entrar—. ¿Bebiendo? ¿Qué pasa?

Él vio miedo en sus ojos.

—Todo bien. ¿Tú no tienes nada que contarme? —gruñó.

—No entiendo.

—¿Dónde estuviste al mediodía?

Ella palideció.

—¿Fuiste a mi trabajo? No me avisaron.

—No me mientas.

Lucía se derrumbó en el sofá.

—Quería decírtelo antes… —susurró.

Javier bebió otro trago.

—¿Cuánto llevas engañándome?

—No es un amante. Es mi padre.

—¿No había muerto?

—Creí que sí. Pero una antigua vecina me llamó. Lo encontró en el hospital, atropellado. Bebía mucho, mi madre lo echó. Yo no supe de él hasta ahora. Le pago a ella para que lo cuide.

Javier apartó la mirada. Recordó aquella noche de invierno: la nieve, el viento, la sombra que se lanzó bajo su coche. El olor a alcohol y suciedad. Llamó a una ambulancia y se fue. Nunca lo contó.

Ahora entendía.

—Perdóname —dijo, tomándole las manos—. Tráelo aquí. Hay espacio en el cobertizo. Contrataremos a alguien.

Lucía lo abrazó, feliz.

«Si supieras qué buen hombre soy. Fui yo quien atropelló a tu padre. Algún día te lo diré. Pero no ahora».

—Solo no me pidas que lo visite —murmuró, fingiendo un gesto de dolor.

A las semanas, Lucía anunció su embarazo. Él, al principio, temió que no fuera suyo. Hasta que vio su alegría.

—¡Será un niño! —gritó, levantándola en brazos.

Cuando su barriga creció, su padre murió. Javier sintió alivio. Como si la culpa desapareciera con él.

Pero los secretos siempre salen. ¿Y entonces? Quizá quien perdona, también sea perdonado. A su tiempo.

Rate article
MagistrUm
Cuando hay secretos por desvelar