Recientemente entré a la casa de mi tía Carmen para entregarle unos documentos. Sólo nos vemos en Navidad y en Semana Santa, pero surgió un imprevisto que me obligó a pasar por allí. Su salud está delicada, aunque la situación económica no tiene nada que ver con lo que ocurrió. No soy tacaño; creo firmemente que la limpieza y el orden son la base de todo. Se puede vivir con modestia, pero la casa debe mantenerse en buen estado.
En la pared hay cientos de plumeros para el polvo. Todo tipo de figuritas, juegos de té y tarros de conservas están apilados en montones de decenas. En el baño hay una caja de arena para el gato Milo, que mi tía lava una vez a la semana. La basura se acumula justo a los pies. El piso huele a aguas negras y a comida podrida.
Mi tía me ofreció algo de comer y empezó a poner la mesa. Cuando colocaba los platos, noté que estaban sucios. Mientras ella servía algo del cacerolo, yo saqué de mi bolso toallitas antibacterianas y empecé a limpiar los tenedores.
Ella lo vio. Cuando empecé a revolver la comida, la tía me preguntó:
¿No tienes hambre o no te gusta?
¿Qué debía contestar? ¿Os ha tocado alguna vez una situación parecida?






