Cuando cumplí quince años, mis padres decidieron que definitivamente necesitaban otro hijo.

A los quince años mis padres deciden que necesitamos otro hijo. Así nace mi hermano, Juan. De pronto toda la responsabilidad del niño y de las tareas del hogar recae sobre mí. No tengo tiempo para mis deberes y me castigan por las malas notas. Lo peor lo dice mi padre con voz de autoridad: ¡No pienses ni en chicos mientras tu hermano no termine el colegio!. Tengo que tomar una decisión radical.

Cuando nace Juan, todos nos felicitan y me desean lo mejor, pero yo no tengo ganas de celebrar. No me gusta rememorar esta historia, pero la comparto. Mi madre se alegra de tener una hija, pero no porque me quiera, sino porque me convierte en niñera gratis. Cuando Juan cumple un año, ella deja de amamantarlo de un día para otro y se pone a trabajar a tiempo completo. Mi abuela Pilar llega por la mañana, y cuando salgo del instituto ella ya está dormida o ha vuelto a su casa. Juan está bajo mi cuidado; llora mucho y no consigo calmarlo.

No dispongo de un minuto para mí. Tengo que cambiarle el pañal, bañarlo, alimentarlo y preparar siempre comidas frescas. Cuando mis padres llegan cansados por la tarde y ven platos sucios o ropa sin planchar, empiezan a recriminarme que soy vaga y una parasitaria. Entonces, apenas termino, me pongo a hacer los deberes, porque antes no he tenido tiempo. En el instituto me va mal; por lástima, los profesores solo me ponen un suficiente y yo acabo recibiendo más reprimendas.

La lavadora lava, el lavavajillas enjuaga; ¿y tú qué haces todo el día? ¡Solo piensas en fiestas! me grita mi padre, y mi madre asiente obediente. Parece que ha olvidado lo que es pasar unas horas con un niño inquieto y hacer la colada.

Claro que la lavadora lava, pero hay que ponerla en marcha, colgar la ropa y planchar lo que quedó del día anterior. No me permiten encender el lavavajillas durante el díaconsume mucha energíay los platos del niño los lavo a mano. Nadie me envidia por barrer el suelo a diario, porque Juan gatea y corre sin parar.

La carga se aligera cuando Juan entra al guardería. Mis padres insisten en que lo recoja y le dé de comer al volver a casa, así tengo al menos unas horas libres por la tarde. Aprovecho para esforzarme más en el instituto y, por fin, paso sin los suficientes.

Sueño con estudiar Biología, la única rama que me atrae, pero mis padres no apoyan esa elección.

La universidad está en el centro de Madrid, tardarás una hora y media en ir y volver. ¿Y cuándo vuelves? Juan tiene que ser recogido y luego tienes que cuidarlo. ¡Ni se te ocurra!

Al no ceder, el siguiente paso educativo se decide por mí. Cerca de casa hay un centro de Formación Profesional de Hostelería, donde aprendo a ser pastelería. Apenas recuerdo el primer semestre; estaba, como dicen hoy, desanimada. Pero me comprometo y empiezo a gustarme hornear pasteles, galletas y postres variados.

En el segundo año trabajo a tiempo parcial los fines de semana en un café del barrio. Al principio mis padres se quejan de que no estoy en casa, pero al menos consigo tiempo para mí. Tras terminar la formación, me contratan a jornada completa.

Poco después llega un nuevo chef al café. Empezamos a quedarnos hasta tarde y, como era de esperar, mis padres vuelven a criticar y a maldecir. Varios días mi padre llega después de mi turno para impedir que salga a pasear con mi novio, Luis. Un día organizan una reunión familiar.

Invitan a la abuela, a la tía Consuelo y a su marido Roberto. Me sitúan en el centro de la sala y me ordenan olvidar los novios, los paseos y cualquier conversación.

¡Renuncias al café! exclama la tía. Te he conseguido un puesto como ayudante de cocina en el cole de Juan.
¡Qué buena noticia! celebra mi madre. Juan siempre estará cuidado y podrás volver a casa por la tarde. Tendrás tiempo para ayudarnos.

¿Renunciar a un trabajo donde me valoran, me pagan bien y donde Luis también trabaja? Imagino mi futuro: un comedor escolar lúgubre con filetes resbaladizos y una cazuela de fideos pegajosa, tareas domésticas nocturnas y una vida dedicada a Juan.

Mientras tu hermano no termine el colegio, ni pienses en chicos repite mi padre con severidad.

Al día siguiente le cuento a Luis todo y trazamos un plan. Lleva tiempo queriendo abrir su propio café; ahorra, pero no le alcanza. Necesita un préstamo bancario o inversores. En casa le digo que aún tengo que trabajar dos semanas más; mis padres aceptan esperar mi preaviso.

No conseguimos el préstamo, pero un conocido de Luis, gerente de un gran restaurante, le propone un proyecto en Barcelona. Luis viaja allí para una entrevista y convence al director de que hable conmigo por videollamada. Mientras relato mi historia, Luis me envía una caja con los postres que había preparado; los prueba a distancia.

El último día de trabajo me adelanto. Llego a casa cuando ya nadie está, empaqueto todo en una mochila, llevo los documentos y mis ahorros y tomo el tren a Barcelona.

Ahora llevo mi propia vida, dedicada a quien yo elija y no a quienes me obligaron. Amo a Juan y espero que algún día tengamos una relación sana. No guardo rencor hacia mis padres, pero sé que si siguiera viviendo bajo el mismo techo, seguiría bajo su dominio. No soy lo suficientemente fuerte para defenderme, por eso me escapé. Confío en que en nuestra nueva ciudad todo encajará y seremos felices.

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MagistrUm
Cuando cumplí quince años, mis padres decidieron que definitivamente necesitaban otro hijo.