He criado a unos desagradecidos que no hacen nada y ahora no sé cómo seguir
Creo haber alcanzado ese límite donde necesito gritar al vacío: «¿En qué fallé? ¿Por qué me toca esto?». Mis hijos, Lucía de 15 y Javier de 11, me agotan no solo físicamente, sino moralmente. Desobedecen, manipulan, exigen sin dar nada a cambio. Yo, madre soltera que sostiene todo sola, ya no puedo más.
Llevo casi una década cargando con esta familia. Cuando Lucía tenía cuatro años y Javier apenas uno, su padre se fue a trabajar a Suiza y… desapareció. Como si se lo hubiera tragado la tierra. Más tarde supe que formó otra familia allí. El divorcio lo tramité por correo. Nunca más preguntó por ellos.
Lucía recuerda cómo su padre nos abandonó. La rabia la carcome. Javier solo lo conoce por fotos. A veces pregunta: «Mamá, ¿vendrá algún día?», con esa mirada que me parte el alma.
Lo peor es ver cómo se convierten en lo que jamás quise. Lucía responde con groserías. Sospecho que fuma —su habitación huele a tabaco, la ropa también— pero dice: «Son mis compañeros del instituto». Falta a clases, ignora a los profesores. Si le pido ayuda en casa, grita: «¡¿Por qué yo?!».
Javier, aunque más pequeño, imita su actitud. Se niega a sacar la basura, arrastra los estudios. Los profesores comentan su apatía.
Trabajo dos turnos. Llego exhausta a un caos de gritos y platos sucios. Entiendo la adolescencia, los cambios… pero tengo límites. Solo piden móviles, patatas fritas, euros. ¿Y el respeto? ¿La ayuda?
Me avergüenza admitirlo: los malcrié. Tras el abandono, compensaba con regalos caros, atención constante. Ahora exigen como si fuera obligación. Hace días, Lucía amenazó: «Si vuelves a gritarme, llamaré a servicios sociales. Que vean cómo vives». Respondí: «Si te llevan a un centro, ¿quién te pagará el móvil?». Ella contestó: «Allí quizá traten mejor que tú».
Esa noche lloré en el baño hasta secarme. Gritar no sirve. Razones, las ignoran. Castigos físicos ni pensarlos —amenazan con denunciarme. Estoy sola contra dos adolescentes que se creen autosuficientes.
Pero son mis niños. No quiero que crezcan como egoístas incapaces de amar. ¿Y si mañana enfermo? ¿Quién les cuidará?
Sé que algunos dirán: «Es tu culpa». Quizá tengan razón. Nadie me dio un manual para ser madre perfecta. Lo hice con instinto y amor.
No me rindo, pero el cansancio pesa. Quiero recuperar el diálogo. Que entiendan: libertad incluye responsabilidad. Que no soy su sirvienta. Soy humana, agotada, pero aún los amo.
Si otros padres pasaron por esto, ¿cómo lo superaron? Necesito saber que no estoy sola. Que aún hay esperanza.