Creo que nunca nos separamos…

Parece que nunca nos separamos…

Cada día, Ana volvía a casa esperando que Max regresara. Sabía que no tenía llaves, las dejó cuando se fue. Aun así, esperaba abrir la puerta y ver sus zapatillas en el recibidor. Esta vez, el milagro no ocurrió.

Vivieron juntos dos años. Él llenó el vacío que dejó la muerte de su madre. Y ¿para qué empezó esa conversación?… Nunca hubo pasión entre ellos. Simplemente, estaban bien juntos. Pero Max no se comprometía, no hablaba del futuro, de *su* futuro.

—¿Y qué sigue? —preguntó Ana un día.

—¿Te refieres al sello en el pasaporte? ¿Qué cambiaría eso?

—Para una mujer es importante. Si para ti no lo es, ¿mejor nos separamos? —dijo medio en broma, queriendo asustarlo, empujarlo a dar el paso.

—Entonces, nos separamos —respondió él de golpe y se fue.

Llevaba una semana sola. Esperando. ¿Llamarle? ¿Pedirle que volviera? Pero si un hombre se va tan fácilmente, es que no amaba.

Él apareció en su vida justo cuando se quedó completamente sola. Hace dos años, el conductor de una furgoneta tuvo un infarto, perdió el control y chocó contra una parada de autobús. Su madre y otra mujer murieron en el acto; los demás tuvieron más suerte, salieron heridos pero sobrevivieron. El conductor murió en el hospital al enterarse de lo ocurrido. Infarto masivo.

Salieron noticias por todos lados. Tras el funeral, Ana caminaba como en un sueño. Casi la atropella Max. Frenó a tiempo, bajó y empezó a gritarle, hasta que vio su rostro y se calló. La llevó a casa y se quedó con ella.

Era tres años menor. La diferencia no era mucha, pero a Ana le parecía una década. Él no planeaba nada, vivía al día, evitaba hablar de hijos. *”¿Qué hijos? Ya habrá tiempo. Anita, ¿acaso no estamos bien así?”*, se reía Max.

Pero ella quería una familia normal, hijos, elegir juntos el cochecito y la ropita. Esas conversaciones lo irritaban.

En casa, dejaba el móvil en el bolso a propósito para no revisarlo cada minuto. Se contenía para no llamarle. Antes de ir al trabajo, cada mañana revisaba los mensajes con el corazón en vilo. Max no escribía.

Otra noche vacía y sola. En la tele pasaban una película. Ana estaba en sus pensamientos, sin ver la pantalla. Por eso no notó al principio el sonido del móvil en el recibidor. Le costó encontrarlo entre la cartera, el peine, las cosas de mujer. Al fin lo sacó, pero no era Max. Contestó, pensando que quizá su batería se agotó o había tenido un accidente…

—¿Ana? —preguntó una voz femenina mayor.

Y de pronto le dio igual quién llamaba y por qué.

—Soy la vecina de tu tía Lola. Alejandra falleció esta mañana.

¿Qué tía Lola? ¿Qué vecina? ¿De qué hablaba esa mujer? De pronto, un recuerdo de la infancia le vino a la mente. Una mujer bajita y redonda, como un bollito. Se tapaba la boca al reír. Le faltaban los dientes de adelante —su marido se los rompió borracho. Olía a horno y a pasteles.

Ana esperaba con ansias el verano para visitar a tía Lola. Pero su madre le dijo que no volverían. Ya no recordaba por qué. Luego, olvidó incluso a la tía Lola.

—¿Me oyes? —preguntó la voz desconocida.

—Sí. ¿De qué murió?

—El médico dijo que un coágulo. El hospital en el pueblo no es como en la ciudad. Podríamos dejarla en casa, pero hace tanto calor… ¿Vendrás?

—¿Cuándo es el funeral? —preguntó Ana.
No tenía intención de ir.

—Pasado mañana, al tercer día, como es costumbre. Si no puedes, avísanos, lo posponemos…

—No hace falta, iré. Dime cómo llegar, no me acuerdo —confesó Ana con dificultad.

—Claro —se animó la mujer—. ¿Cómo ibas a acordarte? Pueblo Vallejo. En autobús son dos horas, en coche menos.

—Iré en autobús —dijo Ana, recordando que ya no tenía el coche de Max.

—Compra billete hasta Puebloviejo, de ahí caminarás. No llega el autobús. ¿Quieres que te espere?

—No hace falta.

—Ven. No tenía a nadie más…

*”No iré. ¿Para qué? Casi no recuerdo a tía Lola. ¿De dónde sacó mi número esta vecina?”* Ana abrió el armario. Vio el vestido con el que enterró a su madre. *”Mamá… ella sí habría ido.”*

Sacó una falda larga azul con flores blancas y una camiseta negra. El resto era muy llamativo para un funeral. Lo metió todo en la maleta.

Por la mañana, fue al trabajo y pidió tres días sin sueldo. Como era debido.

—Si necesitas más, avísame —dijo su jefa con empatía.

Ana volvió a casa, preparó sus cosas y fue a la estación. El autobús ya había salido; el siguiente pasaría en dos horas. No valía la pena volver. Mató el tiempo en una cafetería y tiendas cercanas. Compró dulces, galletas, vino. No podía llegar con las manos vacías. Serviría para el velatorio.

Todo el viaje pensó en lo absurdo de su decisión. Al bajar del autobús, el sol caía, pero todavía quemaba. Ana sudaba, la ropa se le pegaba al cuerpo. Pronto un coche la rebasó y se detuvo. Un hombre joven bajó.

—¿Ana? —preguntó.

—Sí. ¿Cómo…?

—¿No me recuerdas? Soy Nicolás.

En su memoria apareció un niño flacucho y mocoso. No podía ser que de ese chiquillo hubiera salido un hombre tan guapo.

—Sube, te llevo. Todos te esperan.

—¿A mí? —se sorprendió Ana.

—Sí. Tu tía murió. Lo de tu madre lo sabemos. Lo siento. La tía Nina se lamentaba de no encontrar familiares. Al fin dio contigo.

—¿La que me llamó? ¿Cómo tuvo mi número?

—Quizá tu madre lo dejó cuando vino. Llegamos —dijo él, y Ana no tuvo tiempo de preguntar cuándo había venido su madre.

Antes de salir del coche, una mujer bajita y amable se acercó.

—¡Cómo has crecido! —La abrazó. Olía a leche, pan y algo más, dolorosamente familiar.

Al notar su incomodidad, la mujer se apartó.

—Vamos a la casa.

La puerta no estaba cerrada.

—La dejé así. Por si venías y no te veía. Pasa. Esta es tu casa. Lola no tenía a nadie más. Su marido murió. Tu madre también, que en paz descanse. No tuvieron hijos. Así que tú eres la única heredera. Ella siempre decía que la casa era tuya.

—¿Cómo supieron mi número?

—¿El teléfono? Tu madre lo dejó cuando vino, poco antes de morir. Llamé al suyo también, por si acaso, pero estaba desconectado. No se hablaban desde años, y de pronto tu madre apareció… Creo que lo sintió.

—¿Por qué no se hablaban?

—Por un hombre, claro. Miguel, el marido de Lola, amaba a tu madre. Así fue. Pero ella se fue a la ciudad. Él la siguió, pero parece que lo rechazó. Volvió y se emborrachó. Luego se casó con Lola. Era guapo. Todas las chicas lo querían. Al principio bien, pero luego tu madre vino contigo. Y se desAl final, Ana entendió que a veces la vida te lleva de vuelta a los lugares que olvidaste para encontrarte con las personas que siempre debieron estar a tu lado.

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MagistrUm
Creo que nunca nos separamos…