“Pensé que me había casado… Mientras Dorotea pagaba la compra, Eulogio se apartó. Y cuando ella empezó a meterlo en las bolsas, salió directamente a la calle. Dorotea salió del supermercado y se acercó a Eulogio, que fumaba.
—Eulogio, coge las bolsas —pidió Dorotea, tendiéndole dos grandes bolsas de la compra.
Eulogio la miró como si le obligaran a algo ilegal y preguntó extrañado:
—¿Y tú qué?
Dorotea se quedó desconcertada. ¿Qué quería decir eso de “y tú qué”? ¿A qué venía esa pregunta? Normalmente un hombre siempre ofrece ayuda. Además está mal visto que la mujer arrastre las bolsas pesadas mientras el hombre va tan campante.
—Eulogio, pesan mucho —contestó.
—¿Y qué? —siguió resistiéndose él.
Vio que Dorotea empezaba a enfadarse, pero por orgullo no quería llevar las bolsas. Caminó rápido, sabiendo que ella no le seguiría. “¿Llevar las bolsas? ¿Es que soy un macho de carga? ¡O un calzonazos! ¡Soy un hombre! ¡Yo decido si las llevo o no! Nada, que las cargue sola, tampoco le pasará nada”, pensaba Eulogio. Hoy le apetecía marcar territorio.
—Eulogio, ¿adónde vas? ¡Coge las bolsas! —gritó Dorotea casi llorando.
Las bolsas pesaban de verdad. Eulogio lo sabía, pues él mismo había metido casi todo en el carro. A casa solo quedaban cinco minutos. Pero con bolsas pesadas, el camino parece eterno.
Dorotea caminaba hacia casa conteniendo el llanto. Esperaba que Eulogio volviera, que era una broma. Pero no, lo veía alejarse. Tuvo ganas de soltar las bolsas, pero en una nube siguió cargándolas.
Al llegar al portal, se sentó en un banco, rendida. Quiso llorar de rabia y cansancio, pero aguantó; llorar en la calle da corte. Pero tragarse aquello no podía; la humilló a propósito. ¡Y qué atento era antes de casarse…!
—Hola, Doroteíta —la voz de la vecina la sacó de sus pensamientos.
—Hola, abuela Manuela —contestó.
Manuela Martínez vivía un piso abajo y fue amiga de su abuela. Dorotea la conocía desde niña y la consideraba otra abuela. Tras perder a su abuela, al enfrentarse a los primeros problemas domésticos, Manuela siempre la ayudó. Tenía poco más; su madre vivía en Valencia con otro marido y otros hijos, y su padre apenas lo recordaba. Así que Manuela era su única familia ahora.
Sin dudar, Dorotea decidió darle toda la compra. Para algo la había llevado. La pensión de Manuela era pequeña y Dorotea solía traerle dulces.
—Venga, abuela, la acompaño —dijo Dorotea, cogiendo otra vez las pesadas bolsas.
Subió al piso de Manuela y dejó las bolsas diciendo “Es todo para usted”. Al ver jamón ibérico, queso manchego, melocotones en almíbar y otras cosas que le encantaban pero no podía permitirse, Manuela se emocionó tanto que a Dorotea le dio incluso vergüenza no hacerlo más a menudo. Se despidieron con besos y Dorotea subió a su piso.
Apenas entró, su marido salió a recibirla desde la cocina, mascando algo.
—¿Y las bolsas? —preguntó Eulogio como si nada.
—¿Qué bolsas? —replicó ella en su mismo tono— ¿Las que me ayudaste a llevar?
—Ay, mujer, ¡no le des más vueltas! —intentó bromear— ¿Es que te has ofendido?
—No —respondió tranquila— Simplemente, he sacado mis conclusiones.
Eulogio se puso alerta. Esperaba gritos, bronca, lloros… tanta calma le inquietó.
—¿Y qué conclusiones?
—No tengo marido —dijo, suspirando añadió— Pensé que me había casado… y resulta que me he casado con un memo.
—No entiendo —fingió Eulogio sentirse profundamente ofendido.
—¿Qué no entiendes? —preguntó Dorotea mirándolo fijo— Quiero un marido de verdad. Y tú también quieres una mujer que sea como un hombre —tras pensarlo añadió— Pues entonces necesitas un marido tú también.
A Eulogio se le encendió la cara de furia y apretó los puños. Pero Dorotea no lo vio, ya se había ido a la habitación a recoger sus cosas. Eulogio resistió hasta el final. No quería irse. La entendía menos que nunca; ¿de verdad se deshacía la familia por esta tontería?
—¡Pero si íbamos bien! Solo llevaste tú las bolsas. ¿Qué tiene? —se quejaba mientras ella tiraba sus cosas sin cuidado en una maleta.
—Tu maleta, supongo que sí podrás llevarla tú solo —le espetó Dorotea sin escucharle.
Dorotea sabía que era solo el primer campanazo. Si tragaba esto ahora, el próximo sería peor. Por eso cortó de raíz, poniéndolo de patitas en la calle.”