*12 de octubre, Madrid*
«Laura, entre nosotros se acabó», dijo Javier con tono frío. «Quiero una familia de verdad, hijos. Tú no puedes darme eso. He presentado los papeles del divorcio. Tienes tres días para recoger tus cosas. Si te vas, avísame. Yo me quedaré en casa de mi madre hasta que prepare el piso para el niño y para su madre. Sí, no te sorprendas, mi nueva novia está embarazada. ¡Tres días, Laura!»
Laura se quedó muda, sintiendo cómo el suelo desaparecía bajo sus pies. ¿Qué podía responder? Cinco años intentando tener un hijo, pero tres embarazos terminaron en tragedia. Los médicos le aseguraron que estaba sana, pero cada vez algo salía mal. Laura llevaba una vida saludable, y durante los embarazos era aún más cuidadosa. La última vez, se desmayó en su trabajo, y la ambulancia no llegó a tiempo…
La puerta se cerró de golpe tras Javier, y Laura, exhausta, se desplomó en el sofá. No tenía fuerzas para recoger nada. ¿Adónde ir? Antes del matrimonio vivía con su tía, pero esta había muerto, y su primo vendió el piso. ¿Volver al pueblo de su abuela en Segovia? ¿Alquilar algo? Y el trabajo… Las preguntas giraban en su mente, pero el tiempo pasaba.
A la mañana siguiente, la puerta se abrió. Era su suegra, Carmen.
«¿No duermes? Mejor», dijo secamente. «He venido a asegurarme de que no te llevas nada que no sea tuyo.»
«No pienso llevarme los calcetines viejos de tu hijo», respondió Laura con frialdad. «¿Quieres contar mis cosas?»
«¡Qué descarada eres! Antes eras tan dulce. Desde el primer embarazo le dije a Javier que nunca podrías tener hijos.»
«¿Has venido solo a decir eso? Entonces cállate y vigila.»
«¿Por qué te llevas el servicio de té?» preguntó Carmen, alarmada.
«Es mío, un recuerdo de mi tía.»
«¡Aquí quedará vacío sin él!»
«No es mi problema. Al menos tendrás un nieto.»
«Llévate solo lo tuyo.»
«El portátil, la cafetera y el microondas son regalos de mis compañeros. El coche lo compré antes de la boda. Tu hijo tiene el suyo.»
«Lo tienes todo, pero hijos no puedes tener.»
«No es asunto tuyo. Parece que Dios así lo quiso.»
«¿No te arrepientes? Quizá lo hiciste a propósito.»
«Hablas tonterías. Ni siquiera puedo pensarlo sin que me duela.»
Miró a su alrededor: sus cosas habían desaparecido. El cepillo, el maquillaje, los zapatos… Olvidaba algo importante. La presencia de su suegra le molestaba. Recordó: la figurita del gato, un regalo de su abuela. Dentro tenía un escondite con unos pendientes y un anillo, sin valor material, pero muy queridos. Javier siempre la consideró una tontería. ¿La habría tirado? Abrió la ventana del balcón.
«¿Qué buscas ahí?» dijo Carmen. «Vamos, recoge tus cosas y vete.»
Encontró el gato. Todo estaba intacto. Ahora podía marcharse.
«Aquí tienes las llaves. Adiós. Espero no volver a verte.»
Laura fue a la oficina. Estaba de baja médica, pero pidió vacaciones.
«Estamos contigo», dijo su jefe. «Pero sin ti es difícil. ¿Tres semanas son suficientes? ¿Te quedas en…»
Laura cerró los ojos y sintió cómo la mano de Luis apretaba la suya con suavidad. Sabía que, después de tanto dolor, su nueva vida apenas comenzaba.
*Reflexión del día: A veces, el final de un camino es solo el principio de otro. Y aunque el corazón duele, la vida siempre encuentra la manera de florecer de nuevo.*