Contraataque

**CONTRAATAQUE**

—Carmen, ¿quién es esa mujer? —preguntó Javier en voz baja, evitando que los demás pasajeros lo oyeran.
—¿Qué mujer? —Carmen alzó la vista del móvil, donde escribía un mensaje a una amiga.
—Esa, junto a la ventana… No deja de mirarnos. Podría jurar que nos está escudriñando sin pudor.
Carmen se inclinó para verla y palideció al instante. Recuperó la compostura, encogiéndose de hombros con fingida indiferencia:
—No la conozco.

—No mientas —replicó Javier, irritado—. Vi cómo te cambió la expresión al verla. ¿Quién es?
—Es mi madre —respondió Carmen tras una pausa breve, decidiendo ser sincera por precaución.
—¿Tu madre? —exclamó él, desconcertado—. Dijiste que no tenías madre.
—Y es cierto…
—No entiendo —Javier escrutó el rostro de su esposa—. ¿Me lo explicarás?
—Hablemos en casa…

—¿Ni siquiera vas a saludarla? ¿Vive aquí, en Madrid?
—Javier, por favor, esperemos a estar en casa —suplicó ella con la voz quebrada, las lágrimas asomando.
—De acuerdo —masculló él, volviéndose hacia la ventana, ofendido.
Carmen no intentó calmarlo. Agradecía el silencio momentáneo, aunque su mente se inundaba de recuerdos…

***
Su padre biológico era un fantasma; solo sabía de él por los comentarios de su madre: «Un hombre terrible». Esta siempre alababa al padrastro, un ser «maravilloso» que Carmen recordaba desde los ocho años. Pero ¿qué tenía de admirable? Grosero, avaro, hostil. «¿Por qué lo idolatra?», se preguntaba la niña, escondiéndose para evitar sus miradas. Nunca la golpeó, pero la trataba como un estorbo invisible.

—La chica no sabe comportarse… —criticaba él a su esposa—. Tu hija me estorba… ¿Viste sus notas? ¡Vergüenza ajena!
—¡Este es *nuestro* piso, no el suyo! —estalló Carmen una vez, adolescente—. ¡Si le molesto, que se marche!
El padrastro se abalanzó, conteniéndose al último segundo. Gritó a su madre:
—¡Haz que desaparezca de mi vista!

Ella, sumisa como siempre, arrastró a Carmen fuera, murmurando:
—Claro, mi amor, como digas…
La obediencia ciega de su madre la confundía. ¿Por qué lo veneraba? Temía que, si él lo ordenaba, la echarían de casa.
—¿Cómo te atreves a hablarle así a tu padre? —le sisearon ese día.
—¡No es mi padre! —gritó Carmen—. ¡Jamás lo será!
—¡Te mantiene, ingrata!
—¡No pedí nacer! —lloró la joven—. ¡Mejor hubieras dado en adopción!
—¡Nadie te quiso! —replicó su madre—. ¡Y tu padre huyó al nacer tú!

Carmen, consumida por el odio, empujó a su madre y huyó. Nadie la buscó durante la semana que pasó fuera. Con quince años, sin recursos, dependió de amigas hasta regresar.
Al abrir la puerta, su madre frunció el ceño:
—¿Vuelves? A tu habitación, y no salgas hasta que te llame.

Carmen entendió: esperaban que terminase el instituto para echarla. Cumplidos los dieciocho, su madre le exigió independizarse.
—Ingresé en la universidad —anunció Carmen, esperanzada—. Necesito ayuda para pagar…
—Ni un céntimo —cortó su madre—. Búscate un trabajo y vete.

Alquiló una buhardilla en las afueras, sin comodidades. Su madre le dio utensilios viejos y un pañuelo con dinero:
—Buena suerte. Espero que madures.
Carmen sobrevivió con su sueldo de una fábrica textil, ahorrando cada euro. Meses después, al visitar su antigua casa, un desconocido le abrió: Óscar, hijastro de su padrastro.
—Tu madre reformó tu habitación para él —le espetaron tras otra visita—. Óscar se queda. Es hijo de mi esposo.

—¿Y yo? —preguntó Carmen.
—¡No eres nadie! —estalló su madre—. ¡Él vale más que tú!
—Entonces, no tengo madre —declaró Carmen, marchándose para siempre.

***
En el tren, su madre se acercó. Javier cedió el asiento.
—Hola —dijo la mujer.
—Hola —murmuró Carmen.
—¿Quién es? —señaló a Javier.
—Mi esposo.

—Nos va bien —continuó su madre—. Óscar se casa pronto. Haremos una habitación para el bebé…
Carmen la escuchó, fría.
—¿Piensan en hijos?
—Tenemos un niño de un año.
—¿Tengo un nieto?
—¿Usted? —Carmen la miró fijamente—. Mi madre murió hace cuatro años.

La mujer palideció y se marchó. Javier, observándolas, comprendió que eran extrañas. Decidió no indagar en el pasado. Algo le advertía que era un abismo mejor evitar.

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