**Arreglar la vida personal**
—Mamá, no te alteres tanto, Denis me ha dicho que me quiere. Nos vamos a casar —dijo Lucía con una calma que nunca antes había tenido.
—¿Cómo no voy a alterarme? Estás embarazada, sin estar casada, sin terminar la carrera… ¡Y ni siquiera he visto a ese chico en mi vida! ¿Crees que un hijo es un juguete? ¡Que ese Denis se presente hoy mismo y me mire a los ojos para jurar que asumirá su responsabilidad!
—No grites, pensé que estarías contenta por tu nieto. Ahora mismo voy a buscarlo, vuelve pronto del trabajo. Tengo llave de su habitación en la residencia. Mejor espero allí, estàs muy nerviosa. —Lucía salió corriendo, agitando su bolso con indiferencia.
María del Carmen se llevó las manos al corazón, se dejó caer en una silla y miró el retrato de su marido.
—¡Vaya desgracia! —le dijo al retrato—. Ay, Antonio, ¿por qué nos dejaste tan pronto? No supe cuidar de nuestra hija… Y ahora esta locura. ¿Y si el chico la abandona? ¿Cómo vamos a vivir? Mi sueldo no da para más, ¿quién va a contratar a Lucía estando embarazada? Menuda tragedia…
María del Carmen hundió el rostro en el delantal y lloró. La vida no había sido fácil desde joven. Su marido murió en un accidente en el aserradero cuando Lucía apenas tenía dos años. Vivían en las afueras, pasando necesidades. Solo su mejor amiga y los vecinos sabían lo mucho que sufrió. Siempre le daba a la niña el mejor bocado. Ahora, cuando al fin parecía que todo mejoraba, su hija le soltaba esta bomba.
—Bueno, mejor amaso la masa para los pasteles. Al fin y al cabo, el yerno va a venir. Ay, Lucía, Lucía…
Cuando la mesa estuvo puesta, María del Carmen se vistió con su mejor traje y se puso a tejer calcetines para calmar los nervios.
De pronto, la puerta se abrió y entró Lucía. Su madre miró detrás de ella, pero no había nadie.
—¿Dónde está tu novio? ¿Lo dejaste en la calle?
—Se esfumó —dijo Lucía con la voz quebrada—. Me ha dejado.
—¿Cómo? —María del Carmen se dejó caer en la silla, atónita.
—¡Así! Renunció al trabajo, recogió sus cosas y desapareció. Eso me dijo el conserje…
Lucía estaba desolada, los ojos llenos de lágrimas. Ser madre soltera no entraba en sus planes.
—¿Qué hago ahora, mamá?
María del Carmen estuvo a punto de soltarle un “te lo dije”, pero se contuvo. El corazón de una madre no es de piedra.
—Pues parir, ¿qué otra cosa? No se va a resolver solo. ¿Para cuándo esperas?
—Para julio, justo después de sacar el título —suspiró Lucía, acariciando su vientre.
…Lucía dio a luz justo a tiempo. Era una niña, a la que llamó Elena. Y así vivieron las tres, como tres macetas en el balcón.
La pequeña creció fuerte y alegre, con unos ojos vivaces que lo observaban todo. María del Carmen la adoraba, pero su madre la trataba con cierta frialdad. Elena había salido idéntica a ese embustero de Denis: pelirroja, rizada y con unos grandes ojos verdes.
—¡Mamá ha llegado! —gritaba Elena al verla desde la ventana, corriendo hacia la puerta para abrazarla.
—¿Me has traído algo? —La niña se colgaba del brazo de su madre, mirándola con esperanza.
—Nada —respondía Lucía, malhumorada.
—¿Por qué? ¡Quiero un helado! ¡Ayer lo prometiste!
—¡Déjame! ¡Estoy cansada! —Lucía apartó a Elena de un empujón y se encerró en su habitación.
La niña se quedó en mitad de la sala, llorando. Había esperado con ilusión, y su madre la había rechazado. Encima, en el cole le habían hecho dibujar a su familia. Elena dibujó a tres: ella, su madre y su abuela. Los demás se rieron y le dijeron que era “hija de nadie” porque no tenía padre.
María del Carmen intentó consolarla, pero la rabia de la niña estalló en un llanto desgarrador.
—¿Dónde está mi papá? ¿Por qué mamá es tan mala? —gritaba Elena, ahogándose en lágrimas.
María del Carmen solo podía abrazarla.
—No todos tienen padre, cariño. Nosotras nos arreglamos sin él. Así nos tocará más pastel. Vamos, que iremos a por helado.
Al oír la palabra “helado”, Elena empezó a calmarse.
—¿Y a mamá también le compramos?
—Y a mamá.
En casa de María del Carmen, el Día de la Mujer siempre se celebraba con alegría. Al fin y al cabo, solo había mujeres. La mesa rebosaba de comida, Lucía invitaba a sus amigas y todas se intercambiaban regalos. Pero esta vez, Lucía no trajo amigas. Trajo a un hombre. Y sin avisar.
En la puerta estaba un tipo serio, bien vestido y mucho mayor que ella.
—Mamá, te presento a Javier. Es mi jefe. Pronto lo trasladan a otra ciudad con un ascenso. Nos vamos a casar.
—¿Qué? —María del Carmen se quedó clavada en el suelo.
—¡Oye! ¿Es mi papá? —preguntó Elena, que asomaba desde su cuarto.
—No, niña, yo no soy tu padre —sonrió con suficiencia Javier—. Mira qué muñeca te he traído.
Elena apartó la mirada y no la cogió. Algo en ese hombre no le gustó.
La cena fue tensa. Javier no se esforzó por caer bien, mientras Lucía se desvivía por agradarlo y regañaba a su hija.
—¡Siéntate recta! ¿Qué va a pensar Javier? ¡No te muevas!
María del Carmen apenas habló, incómoda. Javier disfrutaba de su superioridad, como si fuera un favor compartir mesa con ellas. Elena, asustada, apenas comió.
—Nuestra empresa ha tenido buenos resultados en esta zona —decía Javier—. Así que felicítenme: pronto seré director de una filial. Eso sí, está a tres mil kilómetros. Nos mudamos. Lucía viene conmigo. Ya nos espera un chalet con jardín.
—¿Y yo también me mudo? —preguntó Elena—. ¿Hay buen cole allí?
Javier guardó silencio, mirando a Lucía. Ella captó la indirecta y cambió de tema.
—Mamá, ¿y tu trabajo? —dijo Lucía—. Quizá deberías dejarlo, te toca descansar.
—Pero si me falta para la jubilación. ¿De qué vamos a vivir?
—Nosotros te daremos dinero. No te faltará de nada.
—¿Para qué? —María del Carmen se puso alerta.
—Niña, vete a jugar a tu cuarto con la muñeca —ordenó Javier, queriendo quitársela de encima.
Elena miró a su abuela, que asintió, y se fue, dejando la muñeca en el suelo.
—Mamá, verás… —empezó Lucía—. No queremos llevarnos a Elena ahora. Luego, cuando estemos instalados, la traemos.
—Pero si tendréis una casa enorme. ¿Qué os estorba? —María del Carmen estaba pasmada.
—Será complicado con un niño —replicó Javier—. Y no te preocupes, te pagaremos por cuidarla.
—La niña tiene nombre —dijo María del Carmen con firmeza—. ¿Así que por eso me ofrecías dinero? ¿Para libraros de ella?
—MamY mientras el avión de Lucía y Javier se perdía en el horizonte, Elena y su abuela se alejaban del aeropuerto agarradas de la mano, sabiendo que su verdadero hogar no eran las paredes de una casa, sino el amor que las unía para siempre.