Conflicto entre iguales

Sofía repasa una última vez el correo electrónico y presiona enviar. Listo, ya puede tomar un descanso para un café. Se recuesta en su silla, espera un momento, cierra el navegador de correo, se levanta de la mesa y abandona su despacho. En la sala de descanso, Pilar está sola en una mesa, sonándose con disimulo. A Sofía no le gusta meterse en asuntos que no le incumben. Probablemente el director le haya reprendido por errores en un informe. Enciende la cafetera, toma su taza favorita del estante, echa dos cucharadas de café soluble y espera a que el agua hierva. Pilar hace una pausa y se gira hacia la ventana.

—¿Qué te pasa? ¿El jefe no aceptó tu traducción? ¿O te equivocaste en algo? —pregunta Sofía.
—¿Y a ti qué más te da?
—Nada. Solo quería ofrecerte ayuda.
—No hace falta.
—Entonces, ¿por qué lloras?

Sofía recuerda que vio a Pilar entrar en un coche elegante hace unos días, con esa mirada triunfante que solemos darle a la competencia cuando cruzamos el portal del edificio. Ahora, probablemente ese hombre ha desaparecido sin despedirse y Pilar llora por sus ilusiones rotas.

El agua ha hervido. Sofía llena su taza, se sienta frente a Pilar y le acerca una caja de pañuelos.
—Tienes que componerte. No conviene que todo el departamento se entere de tus problemas. Y no lo dejes para más tarde.

—¿De dónde lo sacas…?
—Bueno, después de prometerse cosas grandiosas y desaparecer, ¿no llegaste a ver dos rayitas en el test de embarazo? Clásico como el agua. —Sofía alza una ceja con desdén.

—¿Y crees que debería abortar? Piensa. Tendrías que levantarte por la noche a hacer traducciones para pagar el alquiler. Luego irías a la guardería, perderías las reuniones importantes, ya no te fiarían los proyectos delicados. Enloquecerías y acabarías trabajando de profesora de lenguas, dando clases particulares para sobrevivir.
—¡Basta! No sabes nada, —interrumpe Pilar.
—¿Y qué hay de saber? Yo crecí viendo eso cada noche. Solo te digo cómo será tu vida.

—Eres mala. —Pilar se levanta de la mesa, dejando unos pañuelos arrugados y mojados.

Sofía bebe su café. Otra tonta atrapada por el amor. Quizá debería haber sido más amable, pero ¿y si todo le va mejor? A lo mejor aquel tío con coche de lujo vuelve, la casa una gran boda en el Park Marítimo… O quizá el tipo esté casado o ya busque una opción más ventajosa.

—Sofía, el jefe te llama, —anuncia Lucía, la secretaria, entrando en la sala.
—Ya voy.

Sofía termina el café, lava la taza y se dirige al despacho. Javier, el director, levanta la mirada y sonríe.
—¿Entonces, te vas? Bueno. Allí tendrás más oportunidades. —Señala el documento en la mesa—. Escribe las renuncias, que el departamento de finanzas te pague rápido. Nemotodo. Que la vida te favorezca.

Sofía es vista como ambiciosa. Las envidias fluyen. Los mejores proyectos le llegan a ella, sus traducciones son elogiadas. Sabe rechazar a esos tontos arrogantes que creen que todo se resuelve con dinero. Alguna vez se rumoreó que había sido abandonada, que se enfocó en la carrera para olvidar el desamor, que no se acercará nunca a un hombre porque no quiere repetir la experiencia de su familia. Solo ella conoce la verdadera historia de aquella pelea que marcaría su vida.

***

Los conflictos entre sus padres se habían convertido en algo habitual. Cada día. Su madre siempre encontraba un motivo. Sin embargo, a agradecer, acusaba a su padre de no ganar suficiente, de no cumplir sus promesas, de ser todo un fracaso que arruinó su vida…

Él intentó montar un negocio, pero un socio desleal se lo llevó todo. Javier, su padre, se apuntó a enseñar matemáticas en el IES Arcipreste de Hita, adorado por los alumnos. A su madre eso no le bastaba. Quería más dinero, más estatus, y exigía constantemente que dejara el instituto para volver al mundo del marketing. Él ya no soñaba con empleos lucrativos.

Un día, Sofía se levantó temprano y escuchó gritos en la entrada. Su madre había llevado una bolsa del supermercado al suelo, y ahora insultaba a Javier por ser un inútil.
—¡Calla! ¿Qué haces aquí? ¿No estarás de nuevo trabajando tarde…?
—Ya…, —respondió mamá con voz ronca.

—¿Tú estás borracha? ¿Acaso a ti te importa mi hija? Ella ya entiende muchas cosas.
—Me largo. Estoy cansada.

—Más vale que sí.

Sofía se acercó sigilosamente al pasillo para escuchar.
—Mamá, ¿dónde estás a este sueldo? ¿Por qué no te buscas un trabajo decente? Sofía necesita dinero para zapatos, ropa… Y yo llevo meses sin poder comprarme nada.
—Sé dónde estás metida. Tú…
—¿Y qué? Si paga, incluso en la cama puedo trabajar, —Javier respondió con desprecio.
—¡Perfecto! Vete, a mí nadie me dice nada. ¿Quién te necesita? ¿Adónde irás? Con el culo al aire, eso sí. —Su madre se rió con un sonido ronco que de repente se cortó. Sofía escuchó el ruido de la bofetada.

—¡Sálmeme, márchate! —gritaba—. Ya encontraré a alguien que me cuida.

Sofía volvió a su habitación, tiró el edredón sobre la cabeza y permaneció callada todo el día. Aunque sus padres discutían, jamás había sido así. Aquella noche, el padre no regresó. Su madre ni siquiera lo mencionó.
—¿Dónde está papá? —preguntó Sofía al día siguiente.
—En una reunión de trabajo…

Pero el día siguiente, observó a su madre salir tarde del portal en un coche nuevo. Entró escondida en su cama y fingió estar dormida. Al día siguiente, enfrentó a su madre.
—¿Te estás viendo con otro? ¿Te hemos engañado?
—Sofía, eres mayor. Confío en que algún día entiendas.

Pero ella no entiende, no quiere entender. Su padre siempre jugaba con ella, construía castillos de nieve, volaba cometas. ¿Cómo ese hombre es un fracaso? ¿Y cómo aquel tipo en el coche nuevo podría ser mejor? Rechazó a su madre y se fue a vivir con el padre.
—No soy un mal hombre. No pude darte la vida que soñaste. Quizá él sí lo haga. Te prometo que no es fácil. Vivo con mi hermano en una habitación compartida. No hay lugar para ti. Aguanta un poco.

Entonces, Sofía tomó una decisión. Nadie, jamás, confiará en ella. Su vida la construirá ella sola. El amor no es más importante que el éxito. Los conflictos familiares no se repetirán.

Tras el instituto, Sofía comenzó a estudiar traducción en la Universidad Autónoma, trabajó como traductora para la universidad y se superó viendo series sin subtítulos. Asistió a congresos de lenguas extranjeras, y vivió en una pensión.

Mientras, sus padres se separaban. Su madre se fue con otro hombre, y el padre con otra mujer. Ya no se codearon. Las visitas eran raras, siempre tensas.

Tuvo novios, claro. Pero todos esperaban algo más que a ella. Su piso les resultaba conveniente. No querían esfuerzo, solo aprovecharse de la situación. Y Sofía no permitió que eso sucediera.

Fue en un congreso internacional donde conocieron a un editor madrileño. Le ofrecieron un puesto con buenas condiciones. Lo rechazó al principio. Hoy, tras hablar con su padre, lo ha decidido.
***
Tras el trabajo, decide visitar a su padre.
—Papá, me voy a Madrid. El piso está libre, puedes venir si quieres. Promete que me llamarás si necesitas algo. ¿Lo prometes?
—No necesito nada, nena. Mejor no me vaya a incomodar.
—Te llamaré, te lo prometo. ¿Y el matrimonio? ¿No te das prisa en aclararlo con Marisa?
—No se trata de eso. Mejor que no te entrometas.
—Te mando un bizcocho de tantos.
—¿Marisa lo hizo? —replica su padre, sonriendo con timidez.
—Pues claro. Anda, no te cierres tanto.
—Pásate por casa. ¿Ya no estás enfadada con mamá?
—Ahora no, papá. He de empacar.
—Está bien, hija.
Sofía abraza a su padre. Ya es más alta que él.

Ya en la calle, decide visitar a su madre. Pero allí la ve salir del portal con una bolsa de la compra, acusada por un hombre.
—¡Jamás te doy dinero! ¡Luego te emborrachas…! Mejor te buscarías trabajo, gallina.

Sofía no dice nada y se alejó. Llamará más tarde. La memoria de aquella discusión pesa como una losa. Su madre buscó un “hombro fuerte”, pero lo que encontró fue a otro fracaso, otro que le prometió lo mismo.

Si no hubiera sido por aquella pelea, quizás hubiera terminado como Pilar, enamorada de un chico, casada y con hijos. Su vida hubiera sido muy distinta. Pero ahora es feliz. Su equivocada familia le enseñó que su destino dependerá de ella. Y eso no cambiará.

A veces los padres, absortos en sus problemas, no se dan cuenta de las heridas que dejan en sus hijos. Y una vez que las palabras de ira han sido pronunciadas, nada jamás será igual.

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MagistrUm
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