Confianza Rota: Una Historia de Traición Imperdonable

**Confianza Rota: una historia de traición imperdonable**

—¡Oh, Leticia! Hola, cariño —balbuceó la suegra al abrir la puerta—. Pensábamos que llegabas pasado mañana.
—Buenas tardes, Valentina —respondió Leticia con calma, abrazándola—. El trabajo me reclama el lunes, así que acorté las vacaciones. Preferí volver antes. ¿Están mi marido y mi hijo aquí?

La suegra dudó.
—Está Adrián, pero Antonio… salió a despedir a una compañera del trabajo, Lucía. ¿No habéis hablado?

Ahora era Leticia quien se sorprendía.
—No contestó mis llamadas. ¿Y quién es esa Lucía, si puede saberse?

—Nada importante —titubeó Valentina—. Antonio trajo a Adrián este fin de semana, y Lucía… pues esperaba en el coche. La invité a pasar, a tomar un café y pasteles.

—Claro, cómo no invitarla… ¿Y dónde están ahora? ¿Hace mucho que se fueron?
—Un par de horas —respondió la suegra, bajando la mirada.
—Perfecto —murmuró Leticia con frialdad y fue directa a buscar a su hijo.

Por dentro, hervía de rabia. Abrazó a Adrián, de cinco años, lo tomó en brazos y, con un breve adiós, se marchó. En el coche, el niño parloteaba contento:
—¡Papá y tía Lucía me llevaron a comer helado, al parque y luego a casa de la abuela! ¡Fue súper divertido!

Leticia asentía, pero su mente era un torbellino. Por primera vez en diez años, se había ido de vacaciones sola: ganó un viaje a un balneario por sus años de trabajo. Una oportunidad para mejorar su salud, afectada por la gastritis y una úlcera. Antonio le había dicho:
—Ve. Mi madre nos ayudará, yo me encargo.

Dudó, pero él la convenció. Y ahora su hijo hablaba de una tarde entera con “tía Lucía”. Esa Lucía, de la que no sabía nada, ya paseaba con su hijo y tomaba café con su suegra.

A media noche, sonó el teléfono.
—Leticia, hola… Se me agotó la batería, lo siento… —farfulló Antonio.
—¿Dónde estás?
—En casa de mi madre. Nos quedamos a dormir con Adrián. Ya están todos acostados…

—Qué curioso. Porque yo estoy en casa. Adrián duerme en su cuna, y tú no estás aquí. ¿O estás escondido en el armario?

Su voz era fría, pero cargada de furia. Antonio guardó silencio y luego cortó la llamada.

Cuarenta minutos más tarde, estaba en la puerta.
—No empieces un drama. Al final lo has descubierto… Sí, está Lucía.
—¿Estás loco? ¿Llevaste a esa mujer a casa de tu madre? ¿Dejaste que mi hijo pasara tiempo con ella?
—Quería saber si encajaría. Con mis padres, con Adrián…

Leticia casi se desploma del shock. No era una pesadilla. Era su realidad.
—¿Pretendes meter a tu amante en la familia? ¿Qué sigue? ¿Presentármela?

—No exageres. No sabía que volverías hoy.

Las lágrimas brotaron. No por la infidelidad, sino por su falta de arrepentimiento. Hablaba como si eligiera un mueble nuevo.

Se fue a dormir.

A la mañana siguiente, Leticia llevó a Adrián al colegio y fue a casa de su suegra.
—Valentina, dígame una cosa: ¿por qué me hace esto? ¿Qué le hice yo para merecerlo? La cuidé cuando se rompió la cadera, llevé conservas a su casa de campo. ¿Por qué me traicionó?

La mujer bajó la vista.
—Perdóname. No sabía nada antes de que te fueras. Después… no pude negarme a Antonio. Es mi hijo…

—¿Y yo qué? —susurró Leticia.

No hubo respuesta. Dio media vuelta y se marchó.

Esa noche, Antonio regresó.
—Supongo que el divorcio está claro. Hablemos de cómo repartir el piso.
—¿Qué piso? ¿El que me dejó mi padre un mes antes de casarnos?
—Pero yo invertí en él. La reforma…
—Dinero de tus padres, no tuyo. Considera que fue una inversión para tu hijo.

Su rostro se distorsionó.
—¡La mitad es mía!
—Olvídalo —dijo ella con firmeza—. Después de lo que hiciste, aquí no hay nada que repartir.

Antonio comenzó a gritar, a insultarla, buscando las palabras más crueles. Leticia se apretó contra la pared. Adrián se despertó y salió corriendo, asustado. Eso la salvó. Delante del niño, él no se atrevió a seguir. Se fue.

Presentó la demanda de divorcio. El piso no pudo reclamarlo.

Pasó un año.

Adrián visitó a su padre al principio, pero luego dejó de ir. La nueva mujer de Antonio, Lucía, no lo aceptaba. Tampoco se llevaba bien con su suegra.

Leticia decidió que era hora de cerrar ese capítulo. Vendió el piso y se mudó a Marbella, donde estaba aquel balneario. Allí quería empezar de nuevo. Y, por primera vez, vivir solo para sí misma.

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