¡Lola, no puedes echar a la niña de la ciudad! Es pequeña, está en un sitio que no conoce. ¿Te imaginas lo que le puede pasar? insistía Andrés, temblando de indignación. ¡Eres madre! Piensa en lo que le haría a Carlos si te lo sacaran de la noche a la mañana.
Mira, Carlos no se comporta así replicó Lola. Tiene catorce años, pero la mala educación le sobra. Si tiene el valor de desafiar a una tía adulta, seguro que también se las arregla para llegar sola a la estación.
Lola sabía que tal vez estaba exagerando. No tenía billetes para su hijo en la ciudad, ni conocidos. En realidad, estaba dejando al niño sin rumbo. Pero ya le daba igual. No aguantaba más a ese mocoso con falda.
En su día, Andrés le parecía a Lola un soplo de aire fresco. Su primer matrimonio no fue un fracaso total, pero tampoco había amor. Con Sergio, su primer marido, Lola se casó por cálculo. Él era heredero de una familia acomodada, vivía a lo grande, sin pensarlo dos veces, y cuidaba de ella.
Pensó que ese tipo era perfecto para formar una familia, pues sus hijos no tendrían que faltarles nada. Sus propios sentimientos los dejó para el final. Si no había chispa, ¿qué más da? La vida no es un cuento de hadas; no todos se aman hasta la saciedad. Al menos, el hombre era bueno y no la iba a herir.
En parte tenía razón: su único hijo, Carlos, realmente no necesitaba nada. Pero cuando creció y se volvió más independiente, sus padres descubrieron que eran prácticamente desconocidos el uno para el otro. No tenían intereses comunes ni temas de conversación. Lola incluso se escapaba de vacaciones sola, sin Sergio. Por su parte, al señor Sergio le había pasado su enamoramiento y ya no quedaba nada.
Al principio intentaron vivir como buenos amigos, pero el experimento fracasó estrepitosamente. A Lola le molestaba todo de Sergio: cómo dejaba charcos en el baño tras la ducha, cómo roncaba, cómo comía, incluso cómo respiraba. Sergio, por su parte, empezó a interesarse por chicas jóvenes, las llamaba la pastilla contra el aburrimiento.
Al final se divorciaron. Sergio dejó una de las viviendas a Lola y al hijo. Los primeros tiempos Lola se acostumbró a vivir sola, a su manera, y luego volvió a buscar amor. Al menos una vez en la vida.
Con esa ilusión se apuntó a una web de citas, pero no aguantó mucho. Los hombres le aparecían todos diferentes. Algunos todavía no habían encontrado trabajo a los cuarenta, otros insultaban a sus ex, y los que parecían normales desaparecían tras la primera cita. Lola no entendía el motivo hasta que uno de sus nuevos contactos le reveló la clave.
La cita siguiente resultó un desastre. En menos de una hora el hombre empezó a insinuarse y a intentar besarla. Ni siquiera le sirvió que Lola le dijera que era demasiado rápido. Luego la invitó a su casa con insistencia. Ella, dándose cuenta del plan, se escapó diciendo que tenía que pasar a recoger a su hijo del cole.
Se despidieron así, pero al anochecer Lola recibió un mensaje privado:
¿No pudiste decirlo todo de una vez? Perdí el tiempo contigo. No me interesan las divorciadas con carga.
Ese mensaje le llegó cuando estaban tomando café. Probablemente no era el niño el problema, sino la etiqueta divorciada que le quitó toda voluntad de seguir buscando. Para los hombres eso es un tropiezo, aunque el hijo tenga quince años y, en verano, gane más que algunos pretendientes.
Lola ya estaba dispuesta a poner fin a su sueño, cuando lo inesperado volvió a tocar a su puerta. Conoció a Andrés en el cumpleaños de su amiga María. Él la atendía con galantería, le servía cava, le ofrecía ensaladas y sonreía cada vez que Lola hacía una broma; al final le pidió el número.
María le advirtió:
Lola, ten cuidado. Con él viene la ex y la hija.
A Lola no le importó nada.
¿Y qué? Yo tampoco soy una señorita contestó con aire desenfadado. En la vida pasa de todo.
Más tarde, Andrés le explicó delicadamente que no había podido convivir con su esposa, pero Lola comprendió que su expareja armaba escándalos regularmente. Eso la sorprendió; el hombre parecía un encanto, tranquilo, amable. ¿Qué hacía que surgieran conflictos?
Pronto descubrió la respuesta, y no le gustó nada.
Cariño, hoy me retrasaré un poco. Tengo que pasar por Violeta; me pidió que le recoja la bicicleta para Cristina avisó Andrés.
No era la primera vez. En la semana anterior ya había llegado tarde tres veces. Violeta ni siquiera podía cambiar una bombilla sin su ayuda. Al principio Lola intentó ser comprensiva: la exesposa se había divorciado hace poco y estaba acostumbrándose a una nueva vida, como ella en su momento. Pero la molestia fue en aumento.
Sabes cómo me siento. ¿No puedes decirle simplemente no? Empiezo a sospechar que hay algo entre vosotros.
¡Cielo, ten piedad! No puedo abandonar a Cristina. Las familias se deshacen y los niños quedan lo entiendes, ¿no?
Lo entiendo. No me opongo a que ayudes, pero basta de viajes eternos. Enviemos a Violeta el dinero para que contrate a un profesional. Tu presencia allí no es indispensable.
Bueno, Lola
Ni Lola. O te vas a casa, o te quedas con Violeta para siempre.
Con un poco de empeño, Lola logró que Andrés dejara de visitar a su exesposa. Sin embargo, él seguía queriendo ver a su hija, así que Cristina empezó a pasar los fines de semana en su casa. Cada visita era una prueba de resistencia para Lola.
En la primera noche, la niña exigió que su padre durmiera en su habitación, siempre, porque le daba miedo estar sola. Luego se metió en la colección de perfumes de Lola y se roció con una botella entera de un perfume caro. En la tercera ocasión empezó a quejarse por la comida.
No lo voy a comer dijo Cristina, empujando el plato. No sabe bien. La de mamá sí.
Pues pásate con hambre replicó Lola, sin perder la paciencia. O vete con tu madre.
¿Me echas? ¡Le diré a mamá que aquí no me alimentan! protestó la niña cruzando los brazos.
Niña comenzó Andrés con tono serio. No nos pongamos a discutir, pido una pizza.
Cada encuentro con Cristina terminaba en discusiones. La niña hacía ver que Lola no era su madre y se portaba en la casa como dueña. Lola comprendía que la niña quería que su padre volviera a verla más a menudo, o incluso que regresara con su madre. Así, poco a poco, iba minando la relación con su padre.
Pues ahora tendrás que irte a otra ciudad comentó una amiga. Yo ya te lo advertí.
No pensé que las divorciadas pudieran venir con carga masculina suspiró Lola.
Al final, decidió tomarse el consejo en serio. ¿Por qué no mudarse? Carlos ya vivía solo, en otra ciudad. Nada la retuvo allí.
Se trasladaron a una casa en la periferia de Valencia, cerca del mar. Durante dos años todo fue perfecto: silencio, tranquilidad y la posibilidad de disfrutar de una vida familiar. Pero entonces
Cariño, no te enfades empezó tímidamente Andrés. Violeta me ha llamado. Me ha pedido que lleve a Cristina a los veranos, al menos un mes. Tiene problemas de salud, el médico le recomiendan el mar, y los viajes ya sabes, son caros. Además Violeta tiene vacaciones en invierno.
Lola lo miró como quien ve una vaca mirando la puerta.
¡Ni hablar! ¡Yo no quiero a Cristina! soltó.
Lola ya hablé con ella, lo ha entendido y promete comportarse.
Al principio Lola se resintió, pero al final cedió. Después de todo, la hija del novio era su familia. Tal vez Cristina cambiara de verdad.
Resultó que la primera semana la niña se portó tranquila, casi siempre en su habitación o paseando con su padre. Pero después todo se descontroló.
Cristina, ¿podrías no andar por la casa con los zapatos de exterior? No es costumbre aquí.
¡Ay, se me olvidó quitarlos! respondió con una sonrisa. Igual de todas formas está sucio.
Cristina empezaba a traer invitados sin avisar, a tomar alimentos que Lola le había pedido que no tocara y a ver videos a todo volumen por la noche. Cuando le pedían que bajara el ruido, decía que había dejado los auriculares en casa, pero que si le compraban unos nuevos, lo tendría en cuenta. Además, se quejaba a su madre, provocando que Violeta llamara enfadada a Lola.
La paciencia de Lola se quebró cuando Cristina, accidentalmente, rompió la taza que Carlos le había regalado con su primera paga.
Vaya, qué casualidad Como si no tuviéramos tazas suficientes, me han hecho una auténtica masacre comentó Cristina encogiendo los hombros.
Ese día Lola le dijo a Andrés que ya no iba a soportar más la presencia del pequeño rebelde en su territorio.
Andrés se puso del lado de su hija.
Lola, puede que tenga razón, pero sigue siendo una niña. Tú eres una adulta. Podrías intentar ponerte de su mano, aguantarlo una vez al año, al final argumentó. Si no, ¿qué te importa lo que pase con mi hija?
Lola pasó la noche en la habitación de invitados, sin querer ver a Andrés. A la mañana siguiente descubrió que ni él ni Cristina estaban en casa.
Todo iba bien, pero Andrés desapareció durante tres días. Probablemente se fue con Cristina a algún sitio. No respondió llamadas ni mensajes. Lola solo podía imaginar lo que ocurría tras bambalinas.
Reapareció al cuarto día.
Bueno, ya vuelvo a casa. Llegaré mañana a las seis de la tarde anunció con normalidad.
Lola podía fingir que todo estaba bien, como cuando él se iba a casa de la ex cada dos días. Pero la guerra le había cansado. Además, Andrés ya no estaba de su lado.
Andrés, no te lo tomes a mal, pero vuelve con Violeta. Hay gente que prefiere estar juntos que separados, y a los dos les aburre la soledad. Creo que eso os describe a vosotros respondió Lola.
Lola, ¿qué ocurre? Todo está bien, solo he llevado a la hija.
Sería ideal que no viniera nunca más, o que al menos la pusieras en su sitio. No lo has hecho en años. Estoy harta de luchar en mi propia casa y en mi relación contigo.
Andrés intentó convencerla, pero Lola se mantuvo firme. Nunca supo si él le estaba siendo infiel o simplemente estaba bajo el yugo de Violeta y Cristina. Decidió no husmear en sus redes sociales.
Sí, Lola había querido amor alguna vez. Pero, ¿qué hacer cuando el hombre a tu lado prefiere amarse a sí mismo, su comodidad y sus medias tintas? Lola decidió que el punto de partida era quererse a sí misma. La vigilancia de exparejas ya no entraba en esa definición.







