Cómo un vecino enseñó una lección a los parientes invasivos que se aparecían sin avisar para la barbacoa

Hace muchos años, en una tranquila aldea de La Mancha, vivía nuestro vecino, don Santiago Martínez, conocido por su generosidad y su habilidad para preparar las mejores carnes a la parrilla. Su receta secreta, aprendida durante sus años en Andalucía, hacía de sus asados algo inigualable. Pero su hospitalidad le jugó una mala pasada, pues algunos parientes empezaron a abusar de su buena voluntad.

Cada fin de semana, apenas veían el humo saliendo de la barbacoa de don Santiago, sus primos y sus familias, que vivían cerca, aparecían sin invitación. Con entusiasmo fingido, se ofrecían a ayudar, pero su participación se limitaba a probar los manjares y vaciar la mesa sin aportar ni comida ni bebida, confiando solo en la generosidad del anfitrión.

Don Santiago, hombre educado y paciente, aguantó en silencio, esperando que entendieran su falta de cortesía. Pero cuando las visitas se volvieron habituales y abusivas, decidió darles una lección.

Una tarde de sábado, sabiendo que llegarían sin avisar, preparó una “sorpresa”. Encendió la barbacoa con tablas viejas y húmedas, sobrantes de la demolición de un cobertizo. El humo era espeso y desprendía un olor insoportable.

Como era de esperar, los familiares no tardaron en aparecer. Pero al inhalar el aire pestilente, empezaron a hacer muecas y a intercambiar miradas incómodas. Intentaron aguantar, pero cuando el humo se volvió más denso, ya no pudieron disimular.

“Santiago, hoy el humo huele… peculiar”, comentó uno de los primos, tapándose la nariz con un pañuelo.

“Es leña vieja y algo húmeda, pero no os preocupéis, pronto se avivará”, respondió él con serenidad, añadiendo más maderas al fuego.

Minutos después, con los ojos llorosos y la ropa impregnada de aquel hedor, los invitados inventaron excusas para marcharse.

“¡Ay, se me olvidaba! Tengo que ir al mercado antes de que cierren”, dijo uno.

“En casa hay una gotera, deberíamos revisarla”, añadió su esposa.

Así, toda la comitiva se retiró apresuradamente, dejando a don Santiago en paz. Con alivio, retiró las tablas malolientes, encendió de nuevo la barbacoa con buena leña y disfrutó de una cena tranquila por primera vez en mucho tiempo.

Aquel incidente sirvió de lección. Desde entonces, sus parientes jamás volvieron sin avisar, y don Santiago recuperó el placer de sus veladas en la aldea sin visitas inoportunas.

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