Ahora mismo, no sé cómo seguir adelante. Mi propia hermana me ha traicionado.
Mi marido y yo éramos la envidia de todo el mundo. Una pareja perfecta, como dos gotas de agua. Todos comentaban lo bien que nos llevábamos, lo armoniosa que era nuestra casa. Él siempre era atento, amable, tanto en público como en privado. Hasta mis amigas se sorprendían: «Esto no es normal, tanta paz bajo un mismo techo. Algo falla». Yo me reía, pero tal vez tenían razón. Quizá me echaron el mal de ojo sin querer.
Todo se derrumbó de la noche a la mañana. Mi hermana pequeña, Lucía, perdió su trabajo de repente. Sin un duro ahorrado, hundida en culpa, no tenía adónde ir. Desde que mamá falleció, fui como una madre para ella. Sin dudarlo, le ofrecí quedarse en casa mientras encontraba otro empleo. Le preparamos la habitación de invitados.
Al principio, todo bien. Pero pronto noté algo raro. Mi marido, Javier, se volvió irritable. Nada le hacía feliz, ni siquiera las pequeñas cosas que antes le encantaban. Su sonrisa al verme llegar del trabajo desapareció. Empezó a quejarse, a discutir por tonterías: que Lucía dejaba los platos sin lavar, que tendía la ropa torcido.
Intenté no darle importancia, achacándolo al estrés. Hasta que un día hablé con Lucía, con cuidado, insinuando que tuviera más consideración. Asintió, dijo que lo entendía.
Y entonces, pasó lo que lo cambió todo.
Ese día volví antes de la oficina. La casa estaba en silencio, pensé que no había nadie. Hasta que abrí la puerta del dormitorio. Las piernas me fallaron. Allí, bajo nuestra manta, estaban ellos. Javier. Y Lucía, mi sangre.
Ni siquiera intentaron explicarse. Cerré la puerta sin decir nada y me fui a la cocina. El corazón me latía como si quisiera salirse del pecho. El mundo se desmoronó en un instante. Todo lo que había construido, en lo que confiaba, era mentira.
No grité, no monté un escándalo. Solo reuní las cosas de Javier y las dejé en la entrada. A Lucía la eché en ese mismo instante. No tuve fuerzas para escuchar sus lloros ni sus excusas. ¿Cómo pudo hacerme esto? ¿Cómo romper su propia familia y también la mía?
Han pasado meses, pero aún no comprendo cómo superar esta traición. ¿Cómo perdonar algo así? ¿O es que acaso se puede perdonar? Mi alma está vacía. Los que más quería me han apuñalado por la espalda.
Pero respiro. Un poco más cada día. Dicen que el tiempo lo cura todo. No estoy segura. Pero quiero creer que, algún día, volveré a confiar. Eso sí, nunca más con los ojos cerrados.