¿Cómo se atreve? La historia de una grieta matrimonial

– ¡Basta ya! – Rugió Íker golpeando la mesa con un puño, haciendo temblar los platos de porcelana en la cocina. – ¡No quiero volver a verla jamás bajo este techo!

– ¿Estás hablando en serio? – Marina lo miró con los ojos entornados, la voz vibrante de furia. – ¿Y qué pasa con mi derecho a invitar a quien me dé la gana?

– Mientras vivas aquí.

– ¿Ah, sí?

– No pienso repetirlo – espetó Íker, levantándose de golpe y derribando la silla. Salió de la cocina cerrando la puerta de un portazo.

Marina se quedó sola. El corazón le latía con fuerza en las sienes. Las palabras de su esposo resonaban como una bofetada. «Mientras vivas aquí»… ¿Cómo se atrevía?

Ana era su mejor amiga desde la infancia. Crecieron juntas en Salamanca, compartieron mil tormentas bajo el mismo paraguas, durmieron en casa de la otra, se sacaron de líos que ahora solo evocaban risas. ¿Y ahora él exigía borrarla de su vida?

¿Por qué? ¿Solo porque Ana estaba soltera? ¿Porque no se pasaba el día en casa cocinando pucheros y limpiando, sino que salía, reía, vivía? ¿Qué más daba si aceptaba regalos de sus pretendientes? Era su vida, sus normas.

Marina le había contado a Íker todas sus aventuras. ¡Antes hasta se reía! ¿Y ahora quería prohibirlo? ¿Con qué derecho?

Entró en el salón, decidida a aclarar las cosas.

– Íker, esto no ha terminado. ¿De verdad quieres que aleje a Ana? ¿Qué te ha hecho?

– ¿A mí? – soltó una risa amarga. – ¡Ni falta que me hace! Pero no quiero verla más en esta casa.

– Explícate.

– ¿De verdad no lo entiendes? – se levantó de un salto, como si fuera a salir a la calle en zapatillas. – Tu Ana es una frívola. Cambia de hombres como de calcetines. Vive del cuento. Y tú la toleras. La defiendes. Eso significa que apruebas su conducta.

Marina parpadeó, atónita.

– ¡Íker, estás loco! ¡Te amo a ti, no necesito a nadie más!

– Claro. Amor del bueno. Pero en el fondo, envidias a Ana. ¡Y a tu hermana Elena también!

Marina enrojeció.

– ¿Qué tiene que ver Elena?

– ¡Que tampoco quiero verla aquí!

Marina se quedó helada. Todo cobró sentido. Elena, su hermana menor, había estado años con un hombre que prometió compromiso. Hasta que se descubrió que él estaba casado y tenía dos hijos. Cuando la verdad salió a la luz, la familia la condenó. Pero luego, sorpresa: el hombre se mudó con su familia a otra ciudad y… le regaló un piso. Pequeño, pero en el centro de Madrid.

De repente, todos cambiaron de opinión. “Al menos fue elegante”, murmuraron. Marina se lo contó a Íker, y al parecer, no disimuló su admiración.

– ¡Dime algo, carajo! – rugió él, sacándola de su estupor.

– Diré esto: Elena es adulta. Ella decide qué aceptar y con quién estar.

– ¡Claro! Un piso de regalo y tan contenta. ¿Y tú? ¿No te corroe la envidia? ¡Se te iluminaban los ojos al contármelo!

– Qué barbaridad. Imagina que tienes un amigo que lleva mujeres a restaurantes caros, jugando con ellas. Y que tu hermano, padre de familia, de pronto le regala un piso a una. ¿Te parecería bien?

– Me da igual. Es su vida, no la mía – susurró Marina.

– Pues ahí lo tienes. Pero en mi casa no quiero ni a Ana ni a Elena. ¡Basta!

Marina no respondió. Se encerró en el baño, abrió el grifo y lloró. De impotencia, de rabia, de saber que el hombre que amaba no solo no la entendía, sino que la juzgaba. La juzgaba por sombras, por sus propios miedos. No veía a la mujer que estaba a su lado cada día, que lo cuidaba, lo escuchaba, lo amaba. Solo veía reflejos de otros.

¿Y ahora qué? ¿Divorcio? ¿O callarse y traicionar a quienes siempre estuvieron ahí? Parecía no haber salida. Pero la idea de convertirse en una traidora de sí misma… eso era lo que más aterraba.

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