¿Cómo pudiste hacerlo a mis espaldas?

—Hola, Marianela. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez? ¿Quince años? ¿O más?

—Probablemente más. Pero tú no has cambiado ni un poco.

—Tú sí. Estás más guapa.

Valeria observaba el rostro de su otrora mejor amiga y no podía creer que se hubieran encontrado así, de frente, en una escuela de danza para niños, adonde ambas habían llevado a sus hijas a una clase de prueba gratuita.

—Gracias, Vale —respondió Marianela con una sonrisa tímida.

Quiso hacerle un cumplido, pero las palabras se le atascaron en la garganta. Todas se habían agotado hacía más de quince años, la última vez que hablaron. Aquella conversación había sido dura, dolorosa, y Marianela aún la recordaba con un escalofrío.

—¿A quién trajiste? —preguntó Valeria— ¿A tu hijo o a tu hija?

—Tengo una niña —contestó Marianela—, Verónica. Diez años. ¿Y tú?

—Yo también tengo una hija, pero acaba de cumplir nueve. ¿La tuviste con Héctor? ¿Al final os casasteis o no?

Marianela la miró incrédula. ¿De verdad seguía pensando que su mejor amiga le había robado el novio y se había casado con él? Por más años que hubieran pasado, Valeria parecía no haber cambiado.

—Bajemos a la cafetería. Podemos tomar algo y charlar.

Valeria se puso nerviosa. Evidentemente, pasar tiempo con su ex amiga, ahora rival, no le entusiasmaba. Pero tras un breve silencio, asintió. Al fin y al cabo, habían pasado tantos años, cada una tenía su vida… ¿Para qué mantener esa distancia que tantas veces pareció insalvable?

—Vale.

Bajaron en silencio, lanzándose miradas furtivas. Las dos morían de curiosidad por saber cómo le había ido a la otra, pero ambas fingían que el pasado no existía.

Hablar sin decir nada. Resultó que Valeria había vuelto a su ciudad natal con su marido e hija hacía dos años: su madre enfermó y necesitaba cuidados, y ella convenció a su esposo de mudarse.

—No fue fácil —confesó—, pero Iker es maravilloso. Bueno, cariñoso, atento… Estoy feliz de haberlo conocido.

Marianela sonrió. Al menos Valeria había encontrado el amor, tenía una familia… ¿Significaba eso que ya no guardaba rencor? Pero no. Un minuto después, Valeria volvió a preguntar:

—¿Y tú? ¿Te casaste con Héctor? ¿Tienes una hija con él? ¿Eres feliz?

Marianela la miró con desolación. ¿Por qué la vida tenía que ser tan complicada? Dos amigas que se conocieron en el parque, cuyas familias vivían en el mismo barrio, que compartieron colegio, universidad, secretos… Todo arruinado por un malentendido.

—Vale, ¿en serio crees que pasó algo entre Héctor y yo? Aquel día intenté explicártelo. Pensé que lo habías entendido, que solo estabas dolida.

Valeria apretó los labios. Marianela recordaba ese gesto desde niña: era lo que hacía cuando algo le molestaba, cuando no tenía argumentos o simplemente quería mostrar su enfado.

—No he pensado en vosotros en años —mintió Valeria, y Marianela supo al instante que no era cierto—. Tengo mi propia vida.

—¿Aún piensas en Héctor? ¿Crees que me casé con él, que fui feliz a tu costa? ¿Y ahora intentas convencerme de que no te importa?

Valeria esbozó una sonrisa torcida y desvió la mirada. Marianela estudiaba su perfil, preguntándose si, a pesar de todo, su amiga había logrado perdonarla.

—De verdad no he pensado en eso —repitió Valeria—. Aquella conversación… Borré de mi vida a los dos. Y lo que me dijiste, que no pasó nada, lo tomé como una mentira.

«Así que no perdonó», pensó Marianela con tristeza. Sacó el móvil de su bolso, buscó algo y se lo mostró a Valeria.

—Mira. Este es mi marido, Víctor. El mismo Víctor Samaniego del que te burlabas, al que llamabas aburrido y empollado.

Valeria examinó las fotos con curiosidad, los ojos cada vez más abiertos, una sonrisa asomando en sus labios. Pasaba las imágenes con el dedo, acercándolas, estudiando cada detalle. Finalmente, miró a Marianela con asombro.

—¿De verdad te casaste con Samaniego? Creí que bromeabas cuando dijiste que habíais… ¿Y tu hija es suya?

Marianela sonrió.

—Mi hija y mi hijo. Andrés cumple trece pronto, Verónica tiene diez. Soy feliz con mi marido, igual que tú, Vale. Nunca hubo nada entre Héctor y yo. Él lo inventó todo para separarnos y terminar contigo.

Valeria volvió a apretar los labios, y Marianela sintió que la ira la invadía. ¿Cuánto tiempo más iban a remover el pasado? Su amistad podría haber continuado si no fuera por Héctor, que creyó tener derecho a manipular sus vidas.

Todo empezó cuando tenían cinco años. Vivían en el mismo barrio, en calles contiguas, y se conocieron en el parque. Primero pelearon por una muñeca, pero su madre las separó, enseñándoles que no se debe tomar lo ajeno. Valeria, avergonzada, rompió a llorar, y Marianela, sin decir nada, le tendió su muñeca favorita.

—Juega. Yo espero.

Valeria la miró con lágrimas en los ojos, sin entender cómo podía perdonarla tan fácilmente. Desde ese día, se hicieron inseparables. Mismo colegio, misma clase, mismos sueños. Todo cambió en la universidad, cuando conocieron a Héctor.

—¡Marianela! ¡Estoy enamorada! —confesó Valeria una semana después de que él llegara a su clase—. ¡Es increíble!

Marianela estaba contenta por ella. Valeria nunca había sido muy activa en el amor, y verla así de ilusionada era maravilloso.

—¿Crees que podría funcionar? —preguntó Marianela, y Valeria, de pronto, apretó los labios.

—¿Acaso crees que solo tú puedes tener suerte con los chicos?

Marianela se quedó helada. ¿De dónde salía esa agresividad? Sí, ella había tenido novios, pero Valeria nunca se lo había reprochado. Hasta ahora.

—No es eso —murmuró Valeria, pero desde ese día, la distancia entre ellas empezó a crecer.

Tardó semanas en darse cuenta: Valeria le tenía una celos por Héctor, quien, aunque no salía con ella, sí pasaba tiempo con ambas. Marianela estaba enamorada de Víctor, pero Valeria lo veía como un bicho raro.

Todo explotó en Nochevieja, cuando Héctor le declaró su amor a Marianela.

—Pero si sales con Valeria, ¿a qué vienen estas tonterías?

Él se rió, descarado.

—¿Salir? Nos acostamos un par de veces, eso no es nada serio.

Marianela lo miró con asco. Era guapo, inteligente, seguro de sí mismo… pero ruin.

—¿Crees que me interesaría alguien que le hace daño a mi mejor amiga?

—¿Ella está enamorada? —bufó él—. A mí me parece que solo le gusta cómo la trato.

Marianela lo echó de su casa. Al día siguiente, Valeria apareció llorando en su puerta.

—¿Cómo pudiste? —gritó—. ¡Sabías que lo amaba! ¡Sabías lo nuestro y te metiste igual! ¡Le dijiste que te gustaba, que te ofrecías!

Marianela, atónita, no entendía nada.

—¿De qué hablas?

—¡Héctor me lo contó todo! ¡DLas dos amigas salieron de la escuela de danza con sus hijas, caminando juntas bajo el sol de la tarde, sabiendo que, aunque el pasado nunca se olvidaría, al fin podían dejar atrás el peso de quince años de silencio.

Rate article
MagistrUm
¿Cómo pudiste hacerlo a mis espaldas?