Cómo mi suegra se quedó sin casa: la historia de una nuera española que se niega a mantener a su cuñado, su familia y sus dramas en un piso de tres habitaciones en Madrid

Cómo mi suegra se quedó sin hogar

Han pasado ya muchos años desde aquello, pero aún lo recuerdo todo con claridad: siempre creí que no estábamos en la obligación de mantener a mi cuñado y a su familia ni mucho menos alquilarles una vivienda. Lo primero que quiero dejar claro es que yo era la propietaria del piso de tres habitaciones en el que vivíamos. Lo compré en un estado ruinoso, mucho antes de casarme. Imaginad cómo estaría, que la puerta de entrada apenas se aguantaba en el marco. Pero lo mejor era el precio, y poco a poco fui renovándolo entera. Pero no es esto lo que vengo a contar.

Cuando conocí a mi marido, ya había arreglado dos de las habitaciones y hasta había puesto algunos muebles. El piso ya era medianamente cómodo.

Mi marido era elegante, apuesto, y vivía de alquiler en Lavapiés. No tardó mucho en mudarse conmigo, y tras la boda convertimos una habitación en cuarto de los niños. Primero nació un niño y después una niña.

Todo marchaba bien hasta que, una noche fría de otoño, la tranquilidad de nuestra casa se rompió abruptamente por culpa de mi suegra. Esa tarde apareció con dos maletas, llorando desconsolada.

¿Puedo quedarme una temporada con vosotros? Mi hijo se ha traído a una muchacha a mi piso. Espero que todo les salga bien, que quizá se casen y vivan juntos hasta la vejez… No estaré mucho, os ayudaré con los niños, los recogeré del colegio, les cocinaré. No tengo a nadie más que a vosotros dijo entre lágrimas.

No pudimos negarnos y la acogimos dándole la habitación más grande. Mi suegra estaba ya jubilada, cuidaba a los niños como prometió, pero rara vez pasaba por su propio piso, porque en él vivía el menor de sus hijos. Ese hijo residía en el piso de una sola habitación de la abuela con su joven esposa y dos críos: uno de ambos y otro de ella antes de casarse.

Hacía muchos años, aquel cuñado se había casado nada más terminar el instituto con una chica de su clase. Mi suegro y mi suegra entonces vendieron el piso familiar y con ese dinero compraron una pequeña vivienda para ellos y un piso de dos dormitorios para su hijo. Poco después, mi suegro enfermó gravemente y falleció.

Mi cuñado y su primera esposa tuvieron dos hijos, pero terminaron divorciándose, y él dejó el piso a su familia. Ahora su exesposa vive allí con su nuevo marido y tres niños.

Al quedarse solo, mi cuñado volvió a casa de la madre. Le dijo:

Mamá, me quedo contigo. Soy un hombre nuevo, con muchos sueños. Ya encontraré solución, ya me buscaré otro piso.

Pero las cosas no debieron salirle bien, porque a los pocos meses llevó una nueva novia al piso de mi suegra.

La abuela no fallaba cada fin de semana y nos traía a todos los nietos: los de su primer matrimonio y los nuevos. Aquello era un auténtico disparate.

Un año después, le dijimos con franqueza que tenía que arreglar su situación de vivienda. Eso volvió a desatar llantos y ataques de nervios.

Tuve que hablar directamente con mi cuñado y pedirle que liberara el piso de su madre. Él se negó y argumentó que con lo poco que ganaba y la cantidad de hijos que tenía, no podía permitirse un alquiler en Madrid. ¿Y qué podía yo hacer al respecto?

Mis relaciones con mi suegra se volvieron tensas, hasta el punto de que ni siquiera deseaba volver a casa tras el trabajo. Por fin hablé con mi marido, para pedirle que resolviera el problema de su madre, de no ser así, iba a solicitar el divorcio.

Mis palabras dejaron a mi marido desconcertado, porque no sabía dónde podía ir su madre; no iba a dejarla en la calle.

Le propuse que su madre alquilara un estudio, que podíamos ayudarla económicamente para ello, ya que apenas teníamos unos ahorros en euros ahorrados. Pero mi suegra no quiso ni oír hablar de vivir en alquiler y exigió que pagásemos nosotros el alquiler de un piso de dos habitaciones para mi cuñado y su familia, y entonces ella volvería a casa.

Para mí, eso fue el colmo de la poca vergüenza. Así que le dejé muy claro que, si en una semana no recogía sus cosas, las dejaría todas fuera de la puerta. ¿Qué otra opción me quedaba?

No creo que estemos obligados a mantener a la familia de mi cuñado, ni mucho menos darles un techo sobre el que dormir.

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