Cómo la codicia lo cegó y lo destruyó todo

La avaricia que lo cegó y lo destruyó todo

Éramos inseparables
Desde la infancia, yo era muy cercano a mi primo Rodrigo.

Crecimos juntos como hermanos, compartiendo alegrías y penas, metiéndonos en líos, estudiando, soñando.

Cuando sus padres se divorciaron y su madre se fue con otro hombre, Rodrigo se quedó con su padre.

Él bebía, la tomaba con su hijo, podía pegarle, humillarlo.

Yo, aunque era más joven, siempre lo defendía.

Finalmente, los dos escapamos de esa pesadilla: arreglamos el viejo desván en casa de su abuela y nos instalamos allí.

Ese era nuestro refugio.

Pensábamos que a partir de ahora todo iría mejor.

Pero entonces no sabía que la avaricia podía destruir a una persona.

Me tenía envidia incluso a mí
Cuando ingresé a la universidad, Rodrigo ya trabajaba.

Pero al ver que yo construía mi vida, él también decidió mudarse a la ciudad y quedarse cerca.

Volvimos a vivir juntos, compartiendo todo de nuevo.

Yo trabajaba de guardia de seguridad para pagar mis estudios, y él se enfadaba, quejándose de que no le daban un buen empleo por no tener diploma.

Yo le aconsejaba estudiar, aunque fuera a distancia, pero él no quería.

Y empezó a envidiarme.

Comenzó a fijarse en cuánto dinero tenía yo, qué ropa compraba, adónde iba.

Y la envidia comenzó a hervir en él.

La avaricia lo arrastró al fondo
Rodrigo quiso tener lo mismo que yo.

Pero no trabajando ni estudiando.

Se juntó con una banda local que realizaba negocios turbios, pero que ganaba bien.

Yo sabía que él era consciente de lo que hacía.

Pero el deseo de ser mejor que yo y tener más que yo lo cegó.

Y un día compré un coche.

Era mi primera compra importante, ganada honestamente.

Lo invité a que me acompañara, solo para dar una vuelta y mirar.

Pero no pudo ocultar su ira.

Vi el odio en sus ojos.

Le era insoportable darse cuenta de que yo avanzaba y él se quedaba estancado.

Ese mismo día pidió un crédito y compró un trasto que no duró ni un mes.

Se convirtió en un hombre obsesionado por la avaricia.

El final era previsible
Dejó de pensar en amigos, en la familia, en sí mismo.

Necesitaba más, más y más.

Vendía la amistad, traicionaba a quienes lo apoyaban, se peleaba con los suyos.

Veía en la gente no personas, sino competidores.

Se destruyó a sí mismo.

Ahora está completamente solo.

Solo, como un coche destrozado, abandonado a un lado del camino.

Como un corredor que no llegó a la meta.

La codicia arrasa con todo.

Solo que al final de esta carrera no hay ganadores.

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