¡Cómo hay madres así en el mundo! Mandó a su hijo al orfanato porque no quiso encargarse de su tratamiento, y el niño tenía solo cuatro años.
Tengo una amiga muy cercana que se llama Carmen. Nuestra amistad dura desde hace treinta años. Carmen es una mujer maravillosa, y habría sido una madre excepcional, pero a ella y a su marido, Manuel, el destino no les concedió hijos propios. Nunca llegaron, pero la pareja se mantuvo unida, seguramente por el amor tan profundo que se profesan.
Por mi parte, tengo dos hijas. Carmen es la madrina de ambas, porque al fin y al cabo es mi mejor amiga y vive en mi mismo barrio de Salamanca. Recuerdo muchas veces cómo Carmen jugaba con mis niñas, las cuidaba cuando yo lo necesitaba y siempre estaba disponible para ayudar. Muchas veces terminábamos las dos en la cocina, emocionadas, compartiendo lágrimas porque ella no había podido ser madre.
Un día, unos familiares lejanos de Carmen la llamaron para contarle que una prima del lado paterno había decidido entregar a su hijo, un niño pequeño, a un centro de acogida. Al parecer, los médicos le habían diagnosticado una grave enfermedad y no había dinero para el tratamiento. La madre, por su parte, siempre más preocupada en buscar compañía por los bares, veía al niño como una carga que no quería asumir.
Carmen me contó lo sucedido y me confesó que sentía la necesidad de ir a conocer al pequeño. Según me relató más tarde otra amiga, al ver los ojitos tristes del niño, supo inmediatamente que tenía que llevárselo consigo. Su marido, Manuel, tampoco dudó y aceptó la decisión.
Los siguientes meses no fueron fáciles. Más de un año pasaron entre rehabilitaciones y citas con especialistas por todo Madrid. El niño tenía autismo, pero Carmen y Manuel se volcaron en ofrecerle todo su cariño y las mejores oportunidades para mejorar su vida.
Hoy quizás cueste creerlo, pero ahora Alejandro, que así se llama el chico, tiene ya 24 años. Es un joven saludable, con una carrera universitaria terminada y varias medallas deportivas colgadas en su habitación.
Ayer mismo regresé de su boda, emocionada por haber presenciado cómo el afecto y la entrega pueden transformar la vida de una persona, recordando que al final, la verdadera familia no siempre viene de la sangre, sino del corazón y del compromiso con quienes más lo necesitan.







