Cómo a los 50 años, un hombre buscó el amor en un sitio de citas

Ah, te cuento la historia de cómo Alberto, con cincuenta años, buscó amor en una app de citas.

Alberto Martínez Delgado, soltero de cincuenta años, de pelo entrecano y con un aire de intelectual algo peculiar, estaba sentado en su sillón viejo, en su pisito de las afueras de Madrid, acariciando a su gato Paco. Sí, ese mismo Paco que, a juzgar por su mirada desafiante, llevaba tiempo queriendo escapar pero se resignaba por pura compasión. La vida de Alberto iba cuesta abajo: sin trabajo, sin futuro claro, y su piso solo tenía un aparador viejo, un sofá desgastado y una alfombra que tapaba una grieta horrorosa en el suelo.

Pero ese día, el destino volvió a llamar a su puerta. Mientras tomaba su té del Mercadona, Alberto decidió que era hora de buscar la felicidad. No una felicidad cualquiera, no, sino una de verdad: una mujer guapa y con dinero. Según su filosofía, *”dame una mujer adinerada, y recuperaré mi dignidad”*. ¿Para qué buscar trabajo si podía ir directamente a la vida resuelta, con una cocina llena, calefacción y electrodomésticos de última generación?

Encendió el portátil que había rescatado de un contenedor, entró en una app de citas y creó un perfil. Se lo tomó en serio, aunque con algo de fantasía. En la foto principal no salía él, sino un tipo guapísimo sacado de internet: un “Adonis” en traje elegante, con un iPhone último modelo en la mano. En su perfil puso:

*Nombre: Alberto Martínez.
Edad: 38.
Ocupación: Empresario, dueño de varios negocios.
Aficiones: Pasear en yate, cocina gourmet (¡soy un chef excepcional!), literatura clásica.
Busco: Una relación seria con una mujer atractiva y con recursos. Solo interesado en mujeres independientes que no quieran aprovecharse.*

“Vaya tipo más impresionante”, pensó Alberto, satisfecho. “Ahora todas me van a llover.”

Y efectivamente, le escribieron. Aunque no exactamente las que él esperaba. En lugar de mujeres refinadas y adineradas, le llegaban mensajes de señoras para las que “independiente” significaba tres gatos, un chaleco de lana y trabajar en la caja de un supermercado. “No, cariño, no es para ti”, murmuraba Alberto mientras ignoraba los mensajes. “Yo busco una diosa con cuenta corriente.”

Pero todo cambió cuando le escribió Carmen, de 41 años. En su foto, una morena radiante, sonrisa de anuncio y un traje de ejecutiva. “Esta tiene algo”, pensó Alberto. “Quizá sea mi media naranja.”

—Hola, Alberto. Me encanta tu perfil. ¿De verdad te gusta cocinar?

—¡Claro! Me apasiona crear platos exquisitos. ¿Has probado una paella bien hecha? Es una obra de arte —contestó él, mientras sorbía su té con pan del día anterior.

Tras una hora de charla, Carmen aceptó quedar. Fue todo un logro. Alberto se puso manos a la obra: planchó el traje que llevaba desde la boda de su primo en el 97, se afeitó y hasta se echó talco en la coronilla para disimular la calva. Quedaron en una cafetería del centro.

Él llegó diez minutos antes (en autobús) y se sentó junto a la ventana. Carmen era tan impresionante como en las fotos: elegante, con las uñas impecables y una figura envidiable.

—Hola, Alberto —dijo cordialmente, pero al mirarlo bien, arqueó una ceja—. No te pareces mucho a tu foto.

Él ya tenía preparada la excusa:

—Ah, es culpa de la cámara. ¡Siempre me hace parecer distinto!

—Ya… —respondió ella, mirándolo con escepticismo.

La conversación no fluía. Cuando ella le preguntó sobre su negocio, él balbuceó:

—Es complicado de explicar. Startups, inversiones… Ahora estamos en fase discreta.

Ella asentía, pero se notaba que quería huir.

Alberto, desesperado, jugó su última carta:

—Carmen, creo que hacemos buena pareja. Eres increíble. Haría cualquier cosa por ti: cocinar, limpiar… Podría ser el amo de casa perfecto.

Ella dejó la taza y dijo con calma:

—Alberto, perdona, pero esto es ridículo. ¿Por qué crees que una mujer como yo querría alguien como tú?

El golpe fue directo al ego. Murmuró algo sobre “mujeres interesadas” y “corazones de piedra”, se levantó y salió del local sin pagar su café.

En las semanas siguientes, quedó con tres mujeres más, pero todas acabaron igual. La más épica fue con Lucía, de 37 años, quien lo pilló al instante:

—Dices que tienes negocios. ¿Por qué propones pagar a medias?

—¡Es que reinvierto todo en el crecimiento! —intentó excusarse, pero ella ya se iba, conteniendo la risa.

Al final, Alberto entendió: las mujeres con dinero no iban a caer a sus pies. ¡Y eso que se duchaba antes de las citas!

Entonces, algo en él se quebró. Amargado, se dedicó a insultar a mujeres en redes:

“¿Solo buscas hombres con dinero, verdad?”

“Tanto maquillaje y sigues soltera.”

“Con esos músculos, asustas a cualquiera.”

Nadie le respondía; solo le bloqueaban.

Y Paco, desde su rincón, maullaba: *”Oye, ¿y si buscas curro en vez de líos?”*

Alberto empezó a preguntarse… ¿Tal vez la felicidad no son yates ni paellas, sino un piso tranquilo y un gato fiel? Quién sabe.

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