Chica simpática, ¿cuándo llegará la “ambulancia”? La fiebre no baja de “cuarenta”.

– Señorita, por favor, ¿cuándo llegará la ambulancia? La fiebre está casi en cuarenta y no baja…
– Todas las unidades están ocupadas en este momento – respondió cansadamente una voz femenina. – Espere, por favor.

Con los ojos llenos de lágrimas, Lucía colgó el teléfono y corrió hacia su hija. La pequeña Beatriz yacía en el sofá, cubierta por una sábana ligera, respirando con dificultad. El cuerpo de la niña de cinco años ardía de fiebre, y la temperatura seguía subiendo sin cesar, acercándose peligrosamente a los cuarenta grados.

El timbre de la puerta sonó de repente, resonando fuerte. Lucía se levantó de un salto, casi tropezando y corrió a abrir.

-La temperatura está bajando, la medicación está funcionando. La niña tiene sibilancias en ambos pulmones. Recomiendo hospitalización. – dijo, agotado, un hombre alto y canoso, mientras observaba cómo una joven enfermera guardaba la jeringa en una caja.

– ¿No podemos manejar esto en casa?
– No, no podrán. Vamos al hospital para vigilar a la niña.
Lucía, con el pasaporte y una bolsa con cosas, salió al pasillo:
-Voy a vestir a Beatriz y… Ah, ¿quiénes son ustedes?

Por la puerta abierta entraba un equipo de emergencia: un médico barbudo y fornido de unos cuarenta años, un técnico sanitario delgado de treinta y dos años con gafas y un interno pelirrojo lleno de pecas.
-¿Habéis llamado a emergencias? – preguntó el médico barbudo.
-Sí, pero… había otro médico antes. – respondió Lucía, confundida.
-¿Qué otro médico? – interrumpió el joven interno.
-Uno alto, canoso. Él le bajó la temperatura a Beatriz y dijo que teníamos que ir al hospital… – explicó la joven madre.

El médico y el técnico se miraron entre sí:
-¡Santos!
-¿Han enviado dos equipos para una misma llamada? – se sorprendió el interno.

El médico barbudo se dirigió a la joven madre:
-Viste a la niña, la llevamos al hospital.
Lucía volvió al cuarto con su hija. El interno, curioso, preguntó al médico:
-¿Ni siquiera la vamos a examinar?
-Santos nunca se equivoca.
-¿Y quién es ese tal Santos?

El técnico esbozó una sonrisa:
-Santos era el mejor especialista en emergencias. Lo invitaron a Madrid varias veces, pero siempre se negó. Decía que su trabajo era salvar vidas, no calentar una silla en una oficina.
Hace un año, su equipo iba a una emergencia cuando un idiota intentó adelantarse al ambulancia. No hubo sobrevivientes en ese accidente. A partir de entonces, cosas extrañas comenzaron a suceder en la ciudad.

Un chico fue apuñalado en la calle. Recibimos una llamada anónima sobre una herida de arma blanca en el hígado. Llegamos, y el chico estaba en el suelo, vendado y con un suero que sostenía un hombre. Le preguntamos al hombre quién había dado los primeros auxilios y él decía que una “ambulancia” había estado allí, con un médico alto, canoso, y una joven enfermera.

Sentimos un escalofrío al reconocer en la descripción a Santos y a su equipo. Trasladamos al chico al hospital y en su historial se anotó que había recibido primeros auxilios antes de nuestra llegada, omitiendo la parte de Santos. En la base empezaron a hablar abiertamente de esto después, pero esa vez estábamos todos impactados.

-¡Nadie nos habría creído! – exclamó el técnico. El médico barbudo ajustó su estetoscopio y continuó:
-Dos días después, un trabajador se cayó en el almacén: tuvo un ictus y una fractura craneal. Para cuando llegó nuestra ambulancia, el “médico alto y canoso y la joven enfermera” ya habían dado los primeros auxilios: pusieron un suero, administraron oxígeno y diagnosticaron. Luego desaparecieron sin dejar rastro.

-¿Recuerdas el caso de parto en el semáforo? – sonrió el técnico, ajustándose las gafas.
-¿También atendieron partos? – se asombró el interno pelirrojo.
-Cuida tus palabras – respondió ceñudo el médico. No sé en qué se convirtió el “equipo de Santos”, pero de seguro no en fantasmas. Más bien en ángeles guardianes de la ciudad.

-Disculpe… – el interno se sonrojó, hasta las orejas se le encendieron. – Y, ¿qué paso con el parto?
-Un taxista llevaba a una embarazada al hospital, segundo embarazo a las treinta y nueve semanas. Se detuvo en un semáforo y comenzaron las contracciones. En pánico, el taxista activó las luces de emergencia y llamó a emergencias, sin saber qué hacer, corría alrededor del coche gritando: “¡Ayuda!”. El operador le decía que mantuviera la calma y siguiera las instrucciones por manos libres, pero el hombre tenía un ataque de nervios, no entendía nada.

Ahí fue cuando Santos y su enfermera le socorrieron. El bebé venía de nalgas y el cordón umbilical estaba enrollado alrededor del cuello. Si no hubiese sido por ellos, el niño no habría sobrevivido.

Y justo entonces llegó nuestra ambulancia, llevando a la feliz mamá y al saludable bebé a salvo al hospital. No se puede recordar cuántos casos de estos ocurrieron en ese año. El “equipo de Santos” aparece sólo en los casos más graves. Sin Santos, ningún paciente hubiera sobrevivido hasta nuestra llegada. Así son las cosas.

-Estamos listos. – Lucía, con su hijita en brazos, salió al pasillo. El médico barbudo tomó la bolsa de la mujer y sonrió a la niña:
-¡Ahora todo estará bien!

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MagistrUm
Chica simpática, ¿cuándo llegará la “ambulancia”? La fiebre no baja de “cuarenta”.