-Lo siento, señorita, pero ¿cuándo llegará la ambulancia? La temperatura está casi a cuarenta y no baja…
-En este momento todas las unidades están en servicio – respondió con cansancio una voz femenina. – Espere, por favor.
Conteniendo las lágrimas, Ximena colgó el teléfono y corrió hacia su hija. La pequeña Martina yacía en el sofá, cubierta con una sábana ligera y respirando con dificultad. El cuerpo de la niña de cinco años ardía de fiebre: la temperatura no quería bajar, acercándose inexorablemente a los cuarenta grados.
El timbre de la puerta sonó inesperadamente fuerte. Ximena se levantó de golpe, casi cayéndose, y corrió hacia la puerta.
-La temperatura está bajando, el “antitérmico” está funcionando. La niña tiene ruidos pulmonares en ambos lados. Recomendaría hospitalización. – comentó un hombre alto y canoso mientras observaba cómo una joven enfermera guardaba la jeringa.
-¿No podemos manejarlo en casa?
-No podrán. Vamos al hospital para estar bajo observación.
Ximena, con su pasaporte y una bolsa de cosas, salió al pasillo:
-Ahora visto a Martina y… Ah, ¿y ustedes quiénes son?
Por la puerta abierta entraba un equipo de ambulancia: un médico barbudo de unos cuarenta años, un técnico en urgencias médicas delgado de treinta y dos años con gafas y un maletín, y un interno pelirrojo con pecas.
-¿Llamaron a la ambulancia? – preguntó el médico barbudo.
-Sí, pero… ya había otro doctor aquí. – respondió Ximena, confundida.
-¿Qué otro doctor? – intervino el joven interno.
-Pues… era alto, canoso. Él bajó la fiebre de Martina y dijo que teníamos que ir al hospital… – respondió Ximena, todavía en shock.
El médico y el técnico se miraron:
-¡Sánchez!
-¿Mandaron dos equipos a un solo aviso? – se sorprendió el interno.
El médico barbudo se dirigió a Ximena:
-Vista a la niña. La llevaremos al hospital.
Ximena regresó a la habitación. El sorprendido interno le preguntó al médico:
-¿No vamos a examinar siquiera?
-¡Sánchez nunca se equivoca!
-¿Y quién es ese tal Sánchez?
El técnico sonrió con ironía:
-Sánchez era el especialista más experimentado en urgencias… fue. Incluso le pidieron ir a Madrid varias veces, pero siempre se negó. Decía que su trabajo era salvar vidas, no calentar sillas de oficina.
Hace un año su equipo iba a una emergencia. Y un irresponsable se cruzó antes de la ambulancia.
El técnico calló, bajando la mirada al suelo. El médico barbudo le dio una palmada en el hombro y continuó:
-En ese accidente no hubo sobrevivientes. Y cuarenta días después, comenzaron a suceder cosas extrañas en la ciudad.
A un joven le apuñalaron en plena calle. Una llamada anónima llegó a la central: herida cortopunzante en el hígado. Estábamos de turno esa noche. Al llegar, el chico estaba en el suelo con un vendaje, y un hombre sostenía una vía intravenosa. Le preguntamos quién había dado los primeros auxilios. El hombre giró la cabeza y dijo: “La ambulancia estaba aquí hace un momento, había un doctor alto, canoso, y una enfermera joven, casi una niña. Ellos atendieron al chico y pusieron la vía. El canoso me dijo que lo sostuviera así… Apenas me distraje un minuto, miré al chico si respiraba y ustedes llegaron. ¿Dónde está el canoso?”.
Un escalofrío nos recorrió. Porque, según la descripción, fue Sánchez quien dio los primeros auxilios. Llevamos al chico al hospital, en el informe indicamos que se dieron primeros auxilios antes de nuestra llegada. No mencionamos a Sánchez. Después, en la central, empezaron a hablar abiertamente de él. Ese día estábamos en shock.
-Y nadie nos hubiera creído de todos modos – añadió el técnico. El médico barbudo se ajustó el estetoscopio y continuó:
-Unos días después, un obrero cayó en el almacén: tuvo un derrame cerebral y un traumatismo craneoencefálico. Para cuando llegó la ambulancia de la ciudad, “el alto doctor canoso y la joven enfermera” ya habían administrado primeros auxilios: pusieron vía y oxígeno, y diagnosticaron. “Luego desaparecieron como si se los hubiera tragado la tierra.”
-¿Y recuerdas el parto en el semáforo? – sonrió el técnico, ajustando sus gafas.
-¿Los fantasmas también atendieron partos? – se asombró el interno pelirrojo.
-Ten cuidado con las palabras,- se enfadó el médico. – No sé en qué se convirtió el “equipo de Sánchez”, pero definitivamente no eran fantasmas. Más bien, los guardianes de la ciudad.
-Perdón… – el interno se sonrojó, incluso sus orejas se encendieron. – Entonces, ¿qué pasó con el parto?
-Pues un taxista llevaba a una mujer al hospital: tenía treinta y cuatro años, eran sus segundos hijos, estaba de treinta y nueve semanas. Paró en el semáforo y comenzó un parto prematuro. El taxista entró en pánico, puso las luces de emergencia, llamó a la ambulancia pero no sabía qué hacer, corría alrededor del coche gritando: “Ayuda”. La operadora le respondió: “Señor, no se preocupe, ponga el teléfono en altavoz y le guiaré.” Pero el hombre estaba histérico, no sabía ni cómo reaccionar.
Entonces, Sánchez apareció para ayudarle junto con su enfermera. El bebé venía de nalgas y con el cordón enrollado alrededor del cuello. En fin, si no hubieran estado ahí, el bebé no habría sobrevivido.
Y entonces llegó la ambulancia, se llevó a la feliz madre y al recién nacido, llorando y saludable.
Ha habido tantos casos así durante el año que no se pueden contar. El “equipo de Sánchez” aparece solo en los casos más críticos. Y si no fuera por Sánchez, ninguno de esos pacientes habría sobrevivido hasta la llegada de la ambulancia de la ciudad. Así son las cosas.
-Estamos listas. – Ximena, con su hijita, salió al pasillo. El médico barbudo tomó la bolsa con las cosas de la mujer y sonrió a la pequeña:
-¡Ahora todo estará bien!