**Conversación del Alma**
De nuevo se acercaba la Nochevieja. En toda la ciudad había bullicio: los centros comerciales brillaban cálidos y llenos de vida, la gente iba de un lado a otro en un ajetreo festivo, tratando de comprar los últimos regalos. Por los altavoces sonaba una canción navideña que todos habían escuchado mil veces.
Pero a Lucía no le alcanzaba la alegría. Este año había sido duro para ella y su madre, Carmen, aprendiendo a vivir sin su padre. Lucía ya no vivía con ellos; era una mujer adulta, casada, con un hijo de diez años, Hugo.
Un año atrás, justo antes de Navidad, su padre había muerto. El dolor fue tan grande que, al principio, ni siquiera notó que a su madre le pesaba aún más.
Emilio Sánchez había sido un hombre cariñoso, amable, dedicado. Profesor de economía en la universidad, trataba a sus alumnos con calor: *”Todos son como mis hijos, nunca me enfado con ellos. Y ellos me corresponden igual. En todos estos años, jamás he tenido un conflicto.”*
*”Sí, papá, todos te admiran”*, asentía Lucía.
A Emilio le encantaban las películas antiguas, reía a carcajadas contagiosas y paseaba con su hija cuando era niña. Los fines de semana iban al cine o al parque; en vacaciones, siempre juntos. Lucía veía el amor entre sus padres y buscó un marido como su padre. Lo encontró en Javier, y era feliz. Vivían en un piso que les habían regalado ambas familias.
Todo iba bien. Hasta que, tres años atrás, a Emilio le diagnosticaron cáncer. Carmen y Lucía quedaron destrozadas, pero él las calmaba: *”No os preocupéis, chiquillas mías, no vais a libraros de mí tan fácil”*, bromeaba, aunque sus ojos habían perdido brillo.
Y un año atrás, se fue.
*”Nunca olvidaré el golpe de la tierra helada sobre el ataúd, los sollozos de mamá, el tintineo de los cubiertos en el velatorio”*, pensaba Lucía a veces.
Ahora vivía con el miedo constante por su madre. Al volver a casa después del entierro, Carmen entró en silencio, sin quitarse el abrigo, y se sentó en el sillón de su marido, mirando al vacío. Lucía tampoco hallaba palabras; el dolor las aplastaba a ambas.
*”No puedo”*, susurró Carmen de pronto.
Lucía se arrodilló frente a ella y tomó sus manos frías.
*”¿Qué no puedes, mamá?”*
Carmen la miró como si no entendiera la pregunta, y musitó:
*”Vivir sin él. No puedo.”*
Entonces Lucía comprendió: por mucho que ella sufriera, su madre lo tenía peor.
Desde entonces, había pasado un año. Aprendían a seguir sin Emilio. Lucía se acostumbraba a no escuchar su voz al teléfono. Antes, al visitarlos, siempre veía su cabeza canosa frente al televisor, en su sillón favorito. Ahora solo quedaba el vacío, el dolor, y el miedo por Carmen.
*”Dios mío, que mamá pueda soportarlo”*, pensaba Lucía, despertando a medianoche. Llamaba a su madre a todas horas, aunque no de madrugada.
*”Lucía, no te atormentes”*, la calmaba Javier. *”Te ves agotada. Todo mejorará.”*
*”Quizá tengas razón. Pero verla así me asusta. Está irreconocible, siempre callada. ¿En qué piensa? Debería venir a casa.”*
Llamó a Carmen, cuya voz sonó débil.
*”Hija…”*
*”Mamá, ven a casa. Es sábado, podemos ir al parque con Hugo.”*
*”No, cariño. No tengo ganas de salir. Y no estoy sola; en mis pensamientos siempre está tu padre.”*
*”Por eso quiero distraerte. Ven.”* Pero Carmen se negó.
Lucía miró a Javier, desesperada.
*”¿Cómo la saco de casa? Cuando voy, no quiere salir.”*
*”Paciencia. El tiempo lo cura todo.”*
Hoy se cumplía un año desde la muerte de Emilio. A la mañana, Lucía llamó a su madre, pero no contestó. Ni la segunda, ni la tercera vez. El corazón le latía con fuerza al correr hacia su piso, rezando: *”Dios mío, que no le pase nada.”*
Al abrir la puerta, sintió que algo iba mal. Silencio absoluto. Sobre la mesa de la cocina, una nota: *”Lucía, mi niña, te quiero mucho. No quiero hacerte daño. Pase lo que pase, te amo.”*
Las piernas le flaquearon. Releyó la nota una y otra vez, con la mente en blanco.
*”Lo que más temes, ocurre.”*
Vio una taza de té aún tibia.
*”No puede haber pasado mucho tiempo. Quizá aún no es tarde.”*
Agarró las llaves y corrió.
*”¿Adónde iría? ¿Al mercado? Pero la nota…”*
Siguió llamando sin respuesta. Hasta que un pensamiento la golpeó: *”El cementerio.”*
Al llegar, empezó a nevar. Corrió entre las tumbas, hasta ver una figura encorvada frente a una lápida. Era Carmen.
*”¡Mamá!”*
Las lágrimas le ardían en el rostro al abrazarla.
*”¿Qué pensabas hacer? ¿Y yo?”*
Las manos cálidas de Carmen le secaron las mejillas.
*”Perdóname, hija. Te juro que no quería dañarte. Pero lo echo tanto de menos… Pero al final pensé en ti.”*
*”No puedes hacer esto. Jamás. Lo superaremos juntas.”*
Carmen asintió, mirando la foto de Emilio en la lápida.
*”Te lo prometo. Fue un momento de locura. Seguiremos adelante. Él lo querría.”*
*”Bien, mamá. Te creo.”*
*”Ahora déjame a solas con tu padre. Espérame ahí.”*
Lucía se sentó en un banco, helándose las manos en los bolsillos. La nieve caía suave sobre las lápidas.
*”Deja que se desahogue. Que suelte el dolor. A mí me ayuda tener a Javier y Hugo. Ella está sola.”*
Finalmente, Carmen se acercó, con una sonrisa leve.
*”Todo irá bien, hija. Seguiremos adelante.”*
Subieron al coche. Por delante quedaba un Año Nuevo, y una vida por vivir.