Casada, pero embarazada de un compañero… ¿Qué hago?
Me llamo Lucía García López y vivo en Aranda de Duero, donde Castilla y León extiende sus atardeceres serenos junto al río. Dudé meses en escribir estas líneas, pero el dolor me ahoga. Necesito contarlo: mi vida se desmoronó como un castillo de naipes y no encuentro salida.
Todo comenzó siendo madre de Sofía, de cinco años, y esposa de Alejandro, un hombre que solo respira por su trabajo. Mi marido, adicto al trabajo, apenas aparece en casa. Mi madre recoge a la niña del colegio y la cuida cada noche, pues ambos llegamos tarde. Trabajo en una multinacional —buen sueldo, responsabilidades altas— y me exijo demasiado. Hace dos meses, me asignaron un viaje de cuatro días con Javier, un compañero. Pedí a mi madre que se quedara con Sofía. Partí confiada.
Viajamos en coche de empresa. Tras jornadas intensas, al llegar al hotel, en el ascensor me invitó a cenar al restaurante. Acepté. Hablamos de todo: su divorcio, su vida sin hijos, su dedicación absoluta al empleo. Su voz cálida, sus bromas… Me sentí viva por primera vez en años. Esa noche, al separarnos en las habitaciones, algo vibró dentro de mí.
Al día siguiente, tras reuniones, Javier propuso celebrar los avances con una copa de Rioja. Accedí. Risas, miradas… Intuía el desenlace. Intenté retirarme, pero me acompañó. En el ascensor, sus labios encontraron los míos. Una noche de pasión en su habitación. Y otra. Y otra. Un torbellino que borró mi realidad.
De vuelta en Aranda, intenté olvidar. Evitaba a Javier en la oficina. Hasta que, semanas después, el golpe: estoy embarazada. El mundo gira. Sé que es suyo. Alejandro y yo llevamos meses sin intimidad. Nuestro matrimonio agoniza, pero postergaba el divorcio por miedo. Ahora, esta criatura es prueba de mi traición. ¿Confiar en Javier? Fue cariñoso esos días, pero ¿y si huye?
Vago por casa como un espectro. Sofía juega; Alejandro murmura «hola» al llegar, agotado. Mi madre sospecha, pero callo. ¿Cómo admitir que su hija ejemplar yace en el fango? Javier cruza mi camino en el trabajo: sonríe, pero es un desconocido. ¿Abrirle mi alma? ¿Revelar la verdad a Alejandro? Si estalla, me echará con dos hijos. Si callo, la mentira me consumirá.
Este niño crece dentro de mí. Anhelaba otro hijo, no así: entre engaños. Cada latido me recuerda mi culpa. ¿Abortar? ¿Huir? ¿Quedarme y fingir? Temo que la verdad arrase lo poco que me queda.
¡Auxilio! Necesito consejo. Mi existencia se desangra. Este bebé es mi condena y, quizá, mi redención. Pero el miedo me paraliza. ¿Cómo reconstruir lo destrozado? Cada minuto es agonía. Por piedad, ¿qué camino tomar?